domingo, 18 de enero de 2009

LECTURAS


Leer "Borges y la matemática", de Guillermo Martínez, y "Dios es redondo", de Juan Villoro (a priori tan disímiles: fútbol y matemática) es un verdadero placer. El análisis detallado frente a la frase incisiva; dos refutadores: el uno de la ciencia, el otro, de la pasión.

Luego, "Viajes por el Scriptorum", de Paul Auster. Coleccionista de críticas destructivas de la crítica empeñada de los últimos años, Auster (algunos lo pronuncian Oster) se despacha con una historia buenísima (relación autor-personaje) antes de su última novela, "Man in the dark".

Luego, "Ciencias morales", de Martín Kohan. Bernhard tiene un discípulo admirable en Argentina. Leéla despacio, parece haber sido escrita de esa manera. Por algo ganó el premio del amigo Herralde.

Luego, "La casa de los conejos", de Laura Alcoba (imágenes setentistas rememoradas desde la France), y "La vida por Perón", de Daniel Guebel (un guión cinematográfico devenido en novela, humor ácido, crítica al Movimiento Innombrable, sorianesco homenaje).

Luego, "La Cisura de Rolando". Ver otros post al respecto.

Luego, "Brujas en el bosque", Mario Méndez, una novela juvenil no sólo para juveniles, clase magistral de cómo sostener la tensión; y "La huella del crimen", de Vicente Battista, cuentos policiales; desparejo, atrapante.

Seguiré con dos juveniles más: "El botín", de Laura Escudero, y "La casa de las ánimas", de mi amigo Emilio Lito Saad. Mientras, me refriego los ojos con los Diarios de John Cheever. Me voy de vacaciones.

jueves, 15 de enero de 2009

LO QUE DICE EL QUE NO HABLA

Gabriel Báñez acaba de publicar un nuevo libro, que mereciera el Premio Internacional de Novela Letra Sur -en el que Juan Sasturain, Claudia Piñeiro y Martín Kohan fueron los jurados-: “La Cisura de Rolando”, un argumento que le permite al autor hablar de su instrumento de trabajo. La historia de un mudito que tiene mucho para decir.

Primera parte

“Escribo porque no puedo hablar”. Así comienza “La Cisura de Rolando” (Editorial El Ateneo), la recientemente editada novela de Gabriel Báñez que se alzara con el Premio Internacional de Novela Letra Sur.

Su personaje, Rolando, sufre una “afasia temporal postraumática” (aunque se desconoce el trauma) alojada en la Cisura de Rolando, tal el diagnóstico, que lo conduce a la mudez; “una falla geológica” que le atraviesa “los hemisferios cerebrales” y le inhibe la facultad de hablar.

Y es esa afasia la que le permite descubrir un mundo lingüístico, despejar el panorama para encontrarse con el lenguaje como punto de partida a la vez que como desenlace. A Rolando las voces le llegan con faltas de ortografía; él habla en mayúsculas o en minúsculas; “las comas, los acentos o los puntos pueden hacer una gran diferencia”; la insignificancia de una persona puede verla representada en un diminutivo. Le permite clasificar las palabras: ciegas, bastardas, infames, prostitutas.

¿Cuál es el límite, entonces, entre la lengua y el habla, entre la voz que silba desde la garganta y la que sentencia la página? “Escribir es ir lento con lo que uno piensa”, piensa Rolando, apunta Báñez, pero “uno jamás escribe lo que quiere decir ni dice lo que verdaderamente siente”. Para este personaje disociado, haber dejado de hablar es una ventaja, y es así como se vuelca a los cuadernos, a las anotaciones: “la letra escrita nos hace más llevaderos”.

La primera parte de la novela podría, por momentos, definirse como iniciática. Rolando aprende electromagnética, música, mecanografía, taquigrafía, código Morse, ventriloquia: “el chico es mudo, pero tiene iniciativa”, dirá su padre. Se filtran sus acercamientos, propios de la adolescencia, a una sexualidad que tendrá más preponderancia en la segunda parte de la historia.

La madre aparece como el polo negativo de su historia; “es lenguaje”. Por eso intenta sanar la afasia de su hijo en la Escuela Científica Basilio, con un médium, un médico clínico, un fonoaudiólogo, Pancho Sierra o lo que fuera. Nada ofrece resultados. Y al igual que la de Rolando, la madre de Gabriel Báñez también era costurera. ¿Puede esto tener algo que ver con la escritura, con Rolando, con la novela? Claro:

-Mi madre cosía para afuera –dice Báñez–. Yo hago lo mismo: escribo para afuera. Costuras, hechuras como decía ella. Es un homenaje. Pero nunca nada queda bien: allá una manga que chinga, acá un ruedo que cae mal o la sisa que hay que tomar.

El padre de Rolando, por su parte –empleado del Patronato del Leproso, enfermero barrial, médico no recibido, devoto recitador en calzoncillos del Eclesiastés–, es el polo positivo; “es escritura”. Un constructor de frases nuevas. Como Rolando. Como lo será el Doctor Moran.

Segunda parte

¿Es cierto que la segunda parte de la novela dista de la que la antecede mucho más que en la simbólica separación de un índice y un par de páginas? Tal vez. Pero podría arriesgarse que, originalmente, primera y segunda parte fueran concebidas como dos nouvelles por separado.

Dice el mismo Báñez al respecto:

-Cisura es autobiográfica en el sentido de que uno escribe porque no sabe hablar. Sobre esta disfunción trata la historia. La otra nouvelle, Terapia, cuenta los lacanianos esfuerzos que hace una primera persona a fin de volverse homosexual.

En la segunda parte Rolando tiene ya 40 años, ha recuperado el habla (o el habla lo recuperó a él), estudió, se compró un telescopio, trabaja en Geodesia, su mujer acaba de abandonarlo y ha comenzado terapia con el doctor Danilo Moran, un “lacaniano peronista” rayano en lo demente (su lenguaje es desvarío) y ante quien Rolando somete su psiquis y su sexualidad de una manera desmesurada. “Puto” es la palabra que repiten y se repiten paciente y doctor.

Si bien hay ya en la primera parte una aproximación a la psicología, con un terapeuta de apellido Marx (el chiste no es ni tonto ni obvio: alguna vez Ricardo Piglia dijo que el crítico literario trabaja, básicamente, con “la lingüística, el marxismo, el psicoanálisis”), es en esas sesiones y luego de ellas donde Rolando, entre paréntesis, descubre que puede presentarse otra realidad, otra mirada; confiesa que la fascinación y el anonimato fueron siempre sus debilidades: “la gente tiene miedo de pasar desapercibida. Yo no”.

La novela se va entonces con paréntesis abiertos. Podría escribirse más, mucho más de ella (ella podría haber sido más extensa; por eso es nouvelle), pero, como dice Rolando al comienzo de su terapia: “Los comentarios que uno hace con el pensamiento jamás se corresponden con lo que se dice. Es una tara compartida por todos”.

jueves, 8 de enero de 2009

miércoles, 7 de enero de 2009

Y el zorro vuelve al corral…

(Otro texto de mi amigo el dotor...)

Más de una vez puse trampas, perros, y cerré herméticamente el bendito corral, pero el astuto cánido volvía y se llevaba alguna gallina; cómo hacía, no sé, pero el maldito lograba su cometido y me amargaba, me angustiaba y hasta me hacía decidir no tener más gallinas, con la muy probable consecuencia de no poder comer más huevos ni pollo asado. ¿Qué hacer? ¿Compartir con él mi pequeño pero esmerado gallinero? ¿Alarmas de última generación con armas láser sensibles al calor corporal rodeando mi cerco? ¿Guardia permanente con escopeta al hombro, o ser más astuto que él?

El zorro tiene sus debilidades, y si es viejo es más zorro pero tiene más historia. Todos, aún los zorros, no soportan un buen escrutinio de su propia historia y de sus mañas, de sus debilidades. El accionar del zorro es sesudo, no da un paso sin previo análisis de la situación, pero como todo animal, comete errores, un día calcula mal el cruce de un camino y crash! Perece bajo las ruedas de un camión. Otro día provoca más ruido que el habitual en el corral y es sorprendido por el dueño o por los perros y…

martes, 6 de enero de 2009

Para ver y viajar


Ejecutivo un viaje: un espacio estético virtual como vía de acceso a espacios reales...

domingo, 4 de enero de 2009

Manuscrito ayado en un libro hantiguo

Vicente hay te mando la libreta del senso de ganadero para que me hagas el cerbicio de hasermelo sacar con Nicolás porque se vence ha fin de este mes y después me ban a cobrar la multa yo no puedo ir porque no tengo caballo el dueño lo precisa. Son la misma cantidad que ban en la libreta del año pasado.
Te saludo
A.P.

(Segundo post del año, perlita escondida en un viejo libro de biblioteca histórica… Nada que ver con aquellas declaraciones borgeanas o sarmientinas acerca de la "inferioridad" gauchesca)

jueves, 1 de enero de 2009

50 años de Revolución

A medio siglo de la entrada de los barbudos a La Habana...