domingo, 20 de diciembre de 2015

El fútbol es ficción


El fútbol es ficción. Los acontecimientos que envuelven al más apasionado de los deportes que comprende en su desarrollo una esfera rodante, son de ficción.

Barcelona no podía jugar con River. ¿Cómo esa oncena de seres cuasi extraterrestres, manejados como marionetas por los hilos de la divinidad, podían pisar el mismo césped al mismo tiempo que un conglomerado de argentos –más algunos yoruguas y colombianos entrometidos- cruzados por una banda rojo sangre? Ficción.

Imposible pensar que veinte mil almas argentinas, con sus cuerpos a la rastra que van de crisis en crisis, del dólar a la devaluación, del desempleo a la retención, de la grieta a la cumbia de Gilda, de la desnutrición a Moria y Mirta, puedan poner de su bolsillo lo que no tienen para cruzar el Atlántico o el Pacífico, las Europas o el Vientre del Monstruo, para deambular una semana atravesador por un idioma y un alfabeto al borde de lo incomprensible, una cultura noble y milenaria, epicentro de la avanzada tecnológica, tierra que conoce de sobra el exceso de los samuráis y las bombas atómicas. Imposible que eso suceda. Ficción.

Descabellado pensar que seres pensantes, lógicos, racionales, puedan esperar seis meses –o diecinueve años- para una cita a ojos bien abiertos a la que el destino le guarda ese guiño: a pesar del rasgo itinerante el Mundial de Clubes, el Destino –mayúsculo-, le reserve, otra vez, Japón. Descabellado. Ficción.

Absurdo que esos millares de enfermos desbordados de pasión pudieran ver al club de sus amores, el de la camiseta cruzada por una banda rojo sangre, por la que dejan el alma y el bolsillo, en un mismo rectángulo verde frente al mejor equipo del momento, de los últimos diez años, de la historia del fobal universal: el de Cruyff, Diego, Stoitchkov, Ronaldinho, Messi. Absurdo. Ficción.

¿Que hayan hecho solamente tres goles? Inverosímil. Si le hicieron cuatro al Real Madrid y seis a la Roma unos días antes. ¿Que son españoles? Una ilusión: son el seleccionado de la mitad del mundo con sede en Cataluña. Inverosímil. Ilusorio. Ficción.


Y sin embargo yo lo vi. Lo vi. Por tele, porque no me da el bolsillo, sobre todo, para franquear ríos y mares y montañas y caer a un país que lleva por bandera un círculo rojo. Rojo sangre. Pero lo vi. Y lo que había frente a mis ojos era ficción. Porque el fútbol es ficción. Pero una ficción hermosa.


martes, 15 de diciembre de 2015

El cazador solitario


A Jorge. Y a Antonio.

Hace poco más de un año, el 29 de diciembre de 2014, murió Jorge “Marlon” Vilela. Un hombre más sobre la faz de la tierra si no fuera porque compartió una íntima amistad con Witold Gombrowicz, fue parte de la bohemia porteña de los ’60, publicó unas pocas líneas en Eco Contemporáneo, quemó gran parte de su producción literaria y talló como artesano obras maravillosas. Creó como quiso, vivió como pudo: escapando, como el cazador solitario de cosas intangibles que era.




En el pueblo se lo veía andar las calles en bicicleta o caminando a paso lento, a las chuequeadas, con una torpeza que parecía estrenada con la vejez y el deterioro físico. El morral siempre a un costado, los pelos al viento. Ese hombre de unos setenta largos, poca estura y figura desaliñada que rozaba la condición de lumpen, alguna vez había sido hermoso. Tanto, como para que lo compararan con Marlon Brando.

Vivía recluido en algo que podía parecerse a una casa, un galpón semiderruido que hacía las veces de taller, pero se las ingeniaba: comía de prestado en casa de amigos o sostenido económicamente por su familia, mientras trabajaba en sus esculturas de metal, tallados en cuero o grabados en madera.

Había pasado por varias internaciones, llevaba un marcapasos, cada tanto la próstata le hacía un tackle a su aparato genitourinario. Una década atrás, un especialista en psicología cognitiva le había diagnosticado bipolaridad. “Paso de un estado de beatitud, como ahora, al bajón total”, le dijo alguna vez a su viejo amigo Néstor Tirri en una entrevista para el diario La Nación.

¿Cómo había construido Jorge su leyenda de artesano exquisito, de escritor maldito, de antihéroe? ¿Fue su intención alimentar el “enigma Vilela", o sólo se trató del paso a paso hacia un destino inevitable?

ECOS DE LO CONTEMPORÁNEO

Fue en Eco Contemporáneo donde Antonio Dal Masetto y Miguel Grinberg, allá por los ‘60, dieron a la luz uno de sus textos. Para el número 5 de aquella mítica publicación sobre cultura y sociedad, Grinberg escribió “Mufa y Revolución. El Escándalo Gombrowicz”, y Jorge Vilela “A pesar de la Enorme Distancia”. En su artículo “La obsesión del eterno florecer”, publicado en el diario La Voz del Interior, el ex director de la revista Mutantia y autor de Evocando a Gombrowicz, recordaba:

“El comienzo de mi amistad con Witoldo, en 1962, fue resultado de una iniciativa del talentoso escritor Jorge Rubén Vilela, uno de los jóvenes intelectuales pertenecientes a la tribu formada en torno del “Viejo” (como lo llamaban) durante el último tramo de su permanencia en la Argentina. Surgidos del triángulo Tandil-Salto Argentino-La Plata, varios de ellos (en especial Vilela, Jorge Di Paola y Mariano Betelú) se adosaron a nuestro “equipo mufado”, editor de la revista literaria Eco Contemporáneo, donde se lucían un aspirante a novelista –Antonio Dal Masetto– y el brillante poeta Alejandro Vignati, además de otros trovadores casi adolescentes como Juan Carlos Kreimer y Gregorio Kohon”.

“Jorge era un personaje complejo, difícil saber por dónde encararlo”, recordaba por entonces el recientemente fallecido Antonio Dal Masetto. “Ni se dejaba elogiar porque sí, ni le agradaba que lo desmerecieran. Me golpeó bastante su muerte. Es uno de los muchos amigos que he perdido. Como Briante, como Soriano, como Luis Pollini, muchos de ellos amigos entre sí”.

Sobre su veta de artesano, Dal Masetto gustaba de recuperar los tiempos pasados: “tomaba un taxi y se olvidaba sus obras, o se le rompían. Eran muy buenas las cosas que fabricaba, tenía buenos clientes. Recuerdo que andaba con un plato metálico con figuras mitológicas dibujadas. Una vez lo llevé a una casa de unos tipos que vendían antigüedades, cosas muy caras, en Florida y Paraguay. El dueño nos dijo: ‘Estoy con un cliente, por qué no vuelven más tarde’. Ese fue un motivo suficiente para que Jorge se ofendiera. Ofenderse era su forma. La intención de escaparse estaba antes”.

Cuando Dal Masetto público su primera novela, Siete de oro, lo llevó a ver a su editor. Era una empresa pequeña, Carlos Pérez Editor, en la que trabajaba una joven Beatriz Sarlo. Cuando Pérez, el propietario, le pidió que esperaran un momento, Jorge se levantó y se fue. No estaba en él esperar.

Antonio le dedicó tiempo después una serie de cuentos breves en su libro Gente del bajo, basados en el anecdotario familiar. Más específicamente: la renguera de una gallina que fue enmendada con una bombilla y un taco de goma. Los Vilela, vale el paréntesis, supieron construir leyenda pueblerina en Salto a base de su ilimitado ingenio y sus ocurrencias delirantes.

"El Chivo", como le decían los amigos de la adolescencia, había nacido en el Hospital Rawson de Buenos Aires, pero llegó al pueblo en su niñez; su abuelo tenía joyería, oficio y tradición que conservó buena parte de la familia.

“Jorge iba destruyendo la posibilidad de que lo suyo se realizara. Siempre a punto de y sin lograrlo: esa fue su vida”, cerraba Dal Masetto. “Sin embargo, Jorge fue el primero de nuestro grupo en terminar su novela cuando los demás estaban amagando a escribir un cuento. Era complicado publicar algo de él. Asomó, y después se borró. Era un inconformista”.

EL BIBLIOCASTA

Jorge Vilela tenía la certeza de que el pueblo en que vivía era único. ¿En qué otra ciudad del mundo, según él, podía escribirse tres libros sobre un robo a un banco?

Se refería a Siempre es difícil volver a casa, del mismo Dal Masetto -llevada al cine en 1992-, y a El caso Arroyo Dulce (una investigación periodística sobre dos robos, en 1971, a un pequeño banco rural de la localidad de Arroyo Dulce, en los que participaron Aníbal Gordon y presuntos militantes de un micro célula montonera) que publiqué hacia 2010. ¿Cuál era el tercero? Adolfo Bioy Casares lo sabía.

En las páginas 1249 y 1250 del Borges, Adolfo Bioy Casares cuenta que un señor rubio, bajo, con barba de dos o tres días y ropa sport se presenta en su casa. Su apellido puede ser “Videla”, o “Dibella”, o “Didella”, y anuncia que en Galerna acaban de informarle que él tiene una copia de su novela inédita El verano del ’67, y que, si así fuera, por favor se la dé, ya que no tiene otra. Bioy argumenta que no cree tenerla y “Dibella” se marcha. Bioy, entonces, llama a Alberto Manguel, por entonces uno de los directores de Galerna. “No se preocupe”, le responde Manguel, “nosotros tenemos el ejemplar ese de El verano del ’67. Tratamos de no dárselo al autor porque pensamos que es un libro excelente. Él ha buscado todos los ejemplares que había distribuido entre sus amigos y los ha quemado. Ahora quiere quemar el último”. Cuando Bioy le refiere la anécdota a Borges, Borges contesta: “Debe de haber algo buena en esa novela”.

Ni Borges ni Bioy ni Manguel ni sus propios amigos pudieron evitar lo inevitable: la piromanía de Jorge Vilela.

Sin embargo, un fragmento apareció como anticipo en la revista Primera Plana, en 1968. Se titulaba, por entonces, "Nohaytutía” (así, todo junto: voz popular a la que vez que ruptura del lenguaje), que luego trocó en El verano del 67. Antes hubo otros bosquejos juveniles: a sus 19 años “se titulaba Los impotentes –según le dijo a Néstor Tirri- y era el asalto al banco del pueblo, una especie de ensayo de lo que más tarde sería la guerrilla”.

Fue Nicolás Hochman quien tuvo la idea y llevó a cabo el Congreso Gombrowicz en la Biblioteca Nacional, en agosto de 2014. Sería extenso citar todo lo que allí sucedió. Sí que Hochman habló con “Marlon”  por teléfono, que él se mostró “entusiasmado”, que dilató el tiempo contando anécdotas y que confirmó su presencia. No pudo. Su salud ya no se lo permitía.

La última vez que Hochman habló con Vilela estaba contento: Horacio González lo había llamado para decirle que la Biblioteca Nacional iba a publicar una de sus novelas en marzo de este año. ¿Quién podía saber si eso era verdad o no, tratándose de Jorge?

Lo cierto es que sí: alguien había conservado bajo siete llaves un texto completo de Vilela; alguien lo rescató y, a través de un contacto, se logró que llegara a la Biblioteca Nacional. El libro se titula La mañana del 10 de enero y acaba de ser publicado en la colección Los raros.

Según Dal Masetto, es “una novela de los años ‘60, aunque quizá me equivoque y sea posterior, aunque no creo que mucho. Es de cuando Jorge vivía en La Plata. Recuerdo que en su momento me había gustado”.

Jorge estará -como dijo alguien- "logrando desde la muerte lo que no le fue concedido en vida. Es una ironía cruel, pero subyace a la condición del escritor". Que aparezca en la serie Los raros, en cambio, no es ironía: estaba en su destino. Quizás suene a pena que el libro salga ahora, cuando ya es tarde. Quizá si Jorge estuviera vivo, hubiese inventado algo para impedir la publicación. Quién sabe.


sábado, 12 de diciembre de 2015

Kafka era peronista


La K es la undécima letra del alfabeto español, octava de las consonantes. Género femenino, ka en singular, kas en plural. Representa un sonido consonante obstruyente, oclusivo, velar y sordo (los modos en que el aire acciona sobre la pronunciación: ¿alusión directa al título, a lo que sigue?). En literatura suele relacionársela con Franz Kafka, tanto por ser la inicial de su apellido como por el recurrente personaje de sus obras, Joseph K. En el alfabeto manual, se lo asocia -a veces erróneamente- al lenguaje de señas, y su signo es el de dos dedos en V, el índice y el mayor. Por lo cual se podría deducir que Kafka era peronista.

A lo que se podría contraponer un texto publicado en el diario El Litoral bajo el título “Kafka y los gorilas”, firmado con el evidente seudónimo Remo Erdosain, que sostiene lo contrario:

“Kafka era gorila”, “porque era muy reservado, no le gustaban los deportes populares, leía libros difíciles, lo que escribía sólo lo entendía una minoría. Y, el hecho más relevante, la acusación más contundente: era judío”. “Con todos estos atributos (...) está claro que Kafka era un gorila de pelo en pecho, un entusiasta aspirante a comando civil”.

Al margen de toda ironía y por fuera de todo acuerdo con esa hipótesis, si nos atenemos a lo que dice Borges en "Kafka y sus precursores", que "el hecho es que cada escritor crea sus precursores. Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro. En esta correlación nada importa la identidad o la pluralidad de los hombres", podríamos deducir, entonces, que Kafka no solo era peronista, sino que lo era antes de que existiera el peronismo.