lunes, 5 de noviembre de 2007

Un texto de Alfredo Casero

Ganarse la vida

Si es Usted -con seguridad involuntariamente- bicho de oficina, hoy lunes (o martes, o miércoles…) se encuentra en posición SENTADO/A, frente a sus ojos un monitor y bajo sus dedos un teclado. La luz natural es escasa, y es posible que su jefe no se encuentre en este momento, o esté ocupado, o distraído, y por eso Usted está leyendo este blog en la prohibida Internet: tratando de huir de ese cubículo en el que transcurren largas, larguísimas horas de su vida que preferiría pasar de casi cualquier otra manera…

Por supuesto, hay otros trabajos, probablemente mucho más indeseables, pesados y perjudiciales a la salud física y mental, que el de “oficinista” (entiéndase éste como un término genérico), pero me referiré hoy a este estilo de vida en particular, que transcurre en dichos claustros: el de quien no ejerce una profesión vocacional, ni un oficio de tradición, sino que cumple una tarea específica que le fue asignada, que no tiene demasiado sentido para Usted, y que lleva a cabo a desgano por un único motivo: el sueldo que percibe a fin de mes.

¿Nunca le llamó la atención la frase “ganarse la vida”? En la jerga habitual no es otra cosa que percibir una cifra de dinero equis que le permite cubrir los gastos necesarios para llevar adelante su existencia, a cambio de cumplir con cierta actividad en horarios y días determinados, y hacerlo con un aceptable grado de eficiencia.

Pero, ¿ganarse la vida? ¿Ganarse cada minuto de existencia, ganarse el derecho de vivir en este horroroso, maravilloso mundo, de entrar en el juego del Universo con un alma, un nombre, un rostro, y algún nivel de libertad de elección?

No creo que eso tenga mucho que ver con Windows, y sí con abrir las ventanas de la mente, abrir los ojos, respirar hondo. Tampoco con Word, y sí con deleitarse en las palabras, con la poesía de lo simple, con expresar la propia esencia. Y toooodo lo demás. Usted ya sabe... Y si no sabe, es un caso perdido.

La filosofía de oficina: ponerse la camiseta de la empresa, cafeína en cantidad para mantenerse útil, contractura inevitable de las cervicales, criticar por aburrimiento, hablar de fútbol reunidos alrededor del dispenser, acostumbrarse a la inutilísima corbata que incomoda, y al aire acondicionado que lo congela en verano y lo desmaya de calor en invierno. Perder el buen humor ante las infinitas demostraciones de la Ley de Murphy y sus corolarios, que funcionan a la perfección en cualquier oficina del mundo, bancarse esos cursis PowerPoints de la amistad, porque casi cualquier cosa es mejor que la rutina, la maldita rutina que nos va convirtiendo en zombies, que anula fases del espíritu y las deja en estado de suspensión -en un coma 4, digamos-, y deja encendidas las mínimas luces necesarias para cumplir con una tarea que, vista en perspectiva, es aterradoramente ajena e inane (¡me encanta esa palabrita!, búsquenla en el diccionario, cualquier cosa).

Pero ¡no! Renuncie a la idea de renunciar, al menos sin meditarlo un poco… Existe la vida después de la Oficina, y no tiene que ser un “After Office”, precisamente. Sostenga su economía como pueda, pero vaya más allá, mucho más allá, reserve ese espacio de vida real, aunque sea un hobby, aunque comience siendo un hobby; recuerde cuál es su verdadero sueño, recuerde quién es en realidad, no se olvide nunca de lo importante y crea firmemente en que es posible salirse de la trampa engañosamente amigable de la Oficina y ser Usted: TODO lo que Usted es.


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