martes, 29 de enero de 2008

El triunfo también es melancolía

(Con esto, cerramos este momento-soriano de EPG, como homenaje a quien El Poeta de la Gacetilla considera uno de sus padres literarios...)

El triunfo también es melancolía


“No hay peor cosa que el partido se termine.
Que mejor que hacer el gol es enganchar para seguir gambeteando.
Que lo bueno es seguir jugando”.
Mario Méndez


Es lunes a la mañana y voy a la biblioteca. La piba que atiende es la novia de un amigo. Bah, amigo... acá es más fácil y cómoda la definición. Allá, en la ciudad, todo está más marcado: amigo o desconocido. En el pueblo es casi una estupidez decir conocido, porque después de una semana todas las caras del pueblo te resultan conocidas.

La cosa es que en la biblioteca está mi amigo. Son cerca de las doce y está esperando a que la novia termine con el laburo.

-¿Qué hacés? - me dice -. ¿Viste el partido? ¡Qué partido ganamos...!

Es hincha de River. Hay que felicitarlo. Un par de años que el Millonario no festejaba así en la Bombonera.

- No - le digo -. Bah, sí. Lo escuché por radio. Y después lo vi a la noche, en la tele.

- Pero, ¿no estás contento? Ganamos, chabón. Ganamos un partido chivo, quedamos primero, le rompimos el invicto a los bosteros. ¿Qué querés para ponerte feliz? ¿Un 4 a 0 sobre la hora?

- No, está bien. Sí estoy contento.

En realidad, lo que creo que pasa, es que me pongo a pensar en que las glorias de hoy son las catástrofes del mañana. Suena un poco apocalíptico y desolador este modo de ver las cosas, pero hoy creo que es así. La vida es un globo hueco y nosotros damos vueltas en él. Pero si le digo eso voy a entrar en una disyuntiva larga y sin sentido y la biblioteca va a cerrar y en sus caras se ve el deseo de irse a casa a horario. Así que, con un tímido “vamos River, todavía” en los labios me dirijo a los anaqueles. Doy unas vueltitas por el estante de los ensayos y descarto a Martínez Estrada, menos por la calidad de los escritos que por el hartazgo de cierta argentinidad. Paso por Borges, al que cada vez es más difícil eludir, pero con un juego de cintura digno del pibito Saviola me le escapo hasta la otra punta de la hilera de libros. Y ahí está, el azul oscuro, la tapa inconfundible esperándome. Nunca conocí a Osvaldo Soriano, pero es como si lo hubiese tratado una pila de años. Hay escritores a los que uno lee y le parece que en vez de leer su libro hubiera estado tomando unos mates con el tipo.

Así que me llevo el de Soriano a casa. Ya lo leí, debe ser la segunda o tercera vez que lo saco de la biblioteca, pero en la repetición está la fórmula.

-¿Por qué no te lo comprás? - me dice la bibliotecaria, alias la novia de mi amigo.

- Porque si no me perdería el placer de verlos a ustedes - digo, saludo y salgo.

Llego a casa. Pongo el agua para el mate. Le doy de comer a Bonita, que allá sale feliz, meneando su larga cola negra hacia el fondo del cantero. Cuando el mate está listo instalo los utensilios sobre la mesa ratona y me dedico al libro. Sé que el mate se va a enfriar ahí, al costado de todo, pero la cocina está cerca y el lugar a donde te lleva un libro queda lejos, muy lejos como para volver a cada rato.

Lo que me llama la atención es que las marcas de lápiz que hice la primera vez que leí el libro todavía están ahí. Sé que es un acto de impureza que un tipo marque páginas que pertenecen al pueblo, al colectivo. Pero me es imposible no acuñar el reflejo de la huella: ayuda a la memoria, tiende a evocar frases memorables que, sin el ímpetu de la señal, quedarían abandonadas a los mares de palabras que conforman un libro. Quizá es una costumbre que me quedó de la época de la universidad, donde uno subraya los textos para acordarse de esta o aquella idea con el mero fin de cosechar un ocho o zafar un cuatro.

El encuentro con mi amigo parece que también dejó su sello y entonces voy directamente al capítulo “Goles a favor, goles en contra”. Las memorias de Míster Peregrino Fernández. Las últimas que dejó el Gordo antes de irse para siempre. Las sentencias, los detallados exámenes.

El Míster y su alma de calefón. Él, que sabía que tanto en el amor como en el azar cuanto más lejos se vaya más posibilidades se tienen de ganar. Y por eso el jugador de más que metía de contrabando sin que nadie lo viera, y por eso siete delanteros y más vale un 4 a 6 que un 0 a 0. El Míster, el que se derretía por las palabras amables y las mujeres que fingen timidez. El de la melancolía que todo lo inunda y los tiempos en que la vida estaba llena de goles. Él, que tenía la certeza de que, justamente, la memoria, si voraz y violenta, es una materia exquisita...

Ahora el agua para el mate ya se enfrió del todo. Bonita volvió del patio con la pancita llena y duerme plácidamente sobre la cama. La tarde cae lenta en el pozo de la noche. Cierro el libro, justo después que Soriano convierta el imperdonable gol ante Barda del Medio y se arme el gran despiole gran. Y entonces una luz enciende, y algo se ilumina, y puedo verlo clara y definitivamente: por eso no festejé tanto el triunfo. Porque fue como ese libro inconcluso de Soriano con las memorias de Míster. Porque uno sabe que siempre puede haber más, mucho más y sin embargo, los partidos también se terminan.

jueves, 24 de enero de 2008

Soriano siempre, a voces


Eso de que a veces hace falta que alguien se muera para hacerlo más grandes de lo que fue en vida, suena tan tirado de los pelos como tantas otras teorías que pululan alrededor. Con el Gordo Soriano no hubo diferencias. Fue un grande en vida y lo seguirá siendo en las páginas publicadas y en las que no. La marca de un tipo que fue de los libros a los diarios y de los diarios a los libros.

Acosado y acusado sectores elitistas y academicistas de la narrativa argentina, los ecos de esa condición de marginal de Soriano salpicaron hasta este año. En enero de 2007, al cumplirse los 20 años de su muerte, Radar publicó un suplemento especial desde donde se le rendía homenaje y memoria. Acusaciones fueron, acusaciones volvieron, Saccomanno y Bayer y otros de un lado y Sarlo y otros del opuesto, prendieron una mecha que se apagó a los dos meses; si es que se apagó.

Ahora, vayamos de los diarios a los libros. Si bien – litigios de por medio – las reediciones de algunas novelas de Soriano llegan poco a las librerías, de a poco nos vamos conformando con poco. Aunque decir “poco” es tan bruto y arbitrario como tantas teorías que revolotean alrededor.

El domingo 27 de mayo de 2007, Página 12 editó el libro “Llamada internacional”, una recopilación de las contratapas (de las últimas páginas) de Página 12, publicadas por el Gordo entre junio del ’91 y julio del 96. ¿De qué hablan? De qué van a hablar. De política. Chorrean menemismo, esas páginas. Del peor. Si es que hubo algo de eso que no fuera peor. Y están escritas (valer resaltarlo, una vez más) por el Mejor Dialoguista de la Literatura Argentina. Sólo en formato diálogo; tan preciso y punzante y estertóreo que hay que tener memoria de riel para memorizar la tira de ironías. Como comenta Juan Forn en el Prólogo – “Llorar de risa” – lo “del interlocutor extranjero le gusta, y el de ponerlo a dialogar con él le resulta tan efectivo que empieza a no hacerle falta introducción”.

“Llamada internacional” es un libro que hace falta leer (leernos) para comprender (nos) en tanto parte de nuestra historia como argentinos en los últimos 15 años. ¿Suena a mucho? Como dice Juan Forn en el Prólogo: “Compruébenlo, si no”.

miércoles, 23 de enero de 2008

Anexo a las variaciones

Hay una historia semioculta en el final de La naranja mecánica. Cuenta el propio Anthony Burgess en la Introducción ("La naranja mecánica exprimida de nuevo") a una edición de Editorial Minotauro, que la publicación original de la novela cuenta con tres partes de siete capítulos cada una, o sea – “recurra a su calculadora de bolsillo”, ironiza Burgess - 21 capítulos en total. Eso en la edición original de Inglaterra. Ahora, sucede que, al editarse en E.E.U.U. (ese lugar donde todo parece estar predeterminado a modificarse y ser modificado), el editor de Nueva York prefirió publicar sólo 20 capítulos. O sea: dos partes de siete y una última de seis.

Surge una “profunda diferencia” respecto de la supresión. Y eso depende estrictamente de lo que sucede en ese último capítulo. Que lo cuente Burgess: el “joven criminal protagonista crece unos años. La violencia acaba por aburrirlo y reconoce que es mejor emplear la energía humana en la creación que en la destrucción. La violencia sin sentido es una prerrogativa de la juventud; rebosa energía pero le falta talento constructivo (...) llega un momento en que la violencia se convierte en algo juvenil y aburrido”. Al cabo que, el capítulo veintiuno de la discordia, “concede a la novela una cualidad de ficción genuina”, “asentado sobre el principio de que los hombres cambian”. Y 21 es, en simbología, el número de la madurez humana. Por una cuestión leguleya, a los 21 estamos dotados de cierto derechos civiles que nos otorga la sociedad, y, según el autor, estamos prestos a elegir entre el bien y el mal. Que es lo que a Alex, el protagonista de la novela, no le es permitido sino impuesto durante su juventud a través de los métodos del video. Si no hay el libre albedrío de la elección, nos convertimos en una naranja mecánica, “algo extraño hasta el límite de lo extraño”, un “hermoso organismo de color y zumo”, pero no más “que un juguete mecánico”.

El editor norteamericano veía la última parte de la novela “como una traición”. Dice Burgess, refiriéndose a la primera edición de 1962: “Mi libro era kennediano y aceptaba la noción de progreso moral. Lo que en realidad se quería era un libro nixoniano sin un hilo de optimismo”. Y de ahí viene la disyuntiva de Burgess: lo diametralmente opuestos que son la destrucción violenta y el talento constructivo, la guerra de Vietnam y la crítica a los regímenes totalitarios de dominación pavloviana, guardianes y represores al mejor estilo del cinismo orwelliano. Burgess no deja de aparecer como kantiano en la cuestión de la “decisión moral”: “¿el bien o que uno elija el camino del bien?”.

En la antítesis está el régimen; todo recurso se agota en sí mismo. “La vida se sostiene - sostiene Burgess - gracias a la enconada oposición de entidades morales”. Incluso el editor de Editorial Minotauro se encarga de confirmar a pie de página que “la traducción castella de A Clockwork orange (Minotauro, Barcelona, 1976) es la versión completa de la edición publicada en 1972 por Perguin Books Ltd. Harmondworth, Middlesex, England, y que no concluye en el ‘capítulo 21’”.

Burgess también se la agarra con Kubrick y dice que la historia de la película o de la edición norteamericana “es una fábula; la británica o mundial es una novela”. Importante diferencia. Si bien el último capítulo (el 21) es también una fábula, qué importa si opuesta a la fábula que es sin el último capítulo. Al fin y al cabo, aunque le demos la razón a Burgess, todo depende del modo en que lo miremos: si nos quedamos con la ultraviolencia de la adolescencia o el cambio que nos propone la condición - moral - de humanos más allá de las edades.

lunes, 21 de enero de 2008

Variaciones sobre el punto de partida (o de llegada)

Podríamos empezar hablando de las novelas con final abierto; de Soriano, de Hemingway y de Chandler, o de la marca que deja el relato en el mentón o la costilla del personaje. Pero lo llamativo de la cuestión es cómo surge, manifiesto, el fin en el principio de muchas de las más grandes novelas o cuentos de la historia literaria del siglo XX. O, de no tratarse de una presencia explícita, al menos una clara alusión del uno sobre el otro, en base a la indiscutible teoría que dicta que “las primeras líneas definen el relato”.

“Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que asesinó a María Iribarne”, abre Sábato El túnel. Con “El día en que lo iban a matar, Santiago Nazar se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo” se inicia la Crónica de una muerte anunciada. “Hace seis días un hombre voló en pedazos al borde de una carretera en el norte de Wisconsin. No hubo testigos, pero al parecer estaba sentado en la hierba junto a su coche aparcado cuando la bomba que estaba fabricando estalló accidentalmente”, empieza el Leviatán de Paul Auster. Y un ejemplo menos clásico y reconocido aunque igualmente notorio: “Ralph Endicott, de origen estadounidense y sin más datos de filiación, fue hallado muerto de bala en horas de la tarde del 16 de junio, a un costado de la ruta 11, en las afueras de la ciudad de Resistencia, provincia del Chaco”, en la Noticia preliminar a La muerte viaja en una Olivetti, del libro de relatos El mismo viejo ruido, de Miguel Ángel Molfino.

Juan Pablo Castel habla en primera persona desde el encierro. García Márquez es el cronista narrador que da lugar a muchas voces y miradas varias de un mismo acontecimiento. Paul Auster es el otro del protagonista que muere en la novela y por eso se dedicará a contar los hechos. Víctima última de una trampa - como Lönrot -, Ralph Endicott es un personaje literario... que trabaja de personaje literario.

Este tipo de dinámicas - la del final en el comienzo - ofrece en general al escritor dos posibilidades: la de hacer un racconto y volver atrás en el tiempo de la historia, para arribar a un determinado momento y lugar y "justificar" así la resolución del principio (Auster, Sábato, Molfino), o marchar hacia adelante en la línea temporal de la narración, comenzando por la razón de ser del argumento, como en La metamorfosis de Kafka: “Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana de su inquieto sueño, se encontró en la cama, convertido en un insecto gigante”. De ahí adelante, todo puede ser, aunque el personaje no salga de la pieza. Como cita Soriano en Otras escrituras a Graham Green y el principio de El fin de la aventura: “Una historia no tiene comienzo ni fin: arbitrariamente uno elige el momento de la experiencia desde el cual mira hacia atrás o hacia adelante...”.

Policías y periodistas

Es evidente en muchos de estos casos la estrechísma distancia que los separa de los fundamentos de las crónicas periodísticas: la presencia de algunas de las siete preguntas capitales (qué, quién, cómo, cuándo, dónde, por qué y para qué), que darán pie a respuestas que generarán otras preguntas, y otorgarán un orden cronológico que a partir de allí se deshilvanará en el argumento. En la primera frase de Crónica de..., comparecen el quién, el qué, el cuándo y el para qué; el cómo dependerá de la variedad de miradas que de allí en adelante ofrezcan los habitantes de la ya mítica ciudad. En Leviatán, qué, quién, cuándo, cómo, dónde y por qué; la novela servirá luego para describir el para qué y cara oculta del qué. En La muerte viaja..., quién, qué, cómo, cuándo y dónde. En cada uno de los argumentos, la literatura se encargará de desentrañar las respuestas ausentes.

“Hace seis días un hombre voló en pedazos...” puede ser, cómodamente, el inicio de una crónica policial hallable en cualquier periódico del mundo. Muchos de los casos - el de Molfino, el de Auster, el de Sábato - contienen elementos del género policial. Incluso los títulos de ciertas obras de García Márquez (no solamente la Crónica de..., también Noticia de un secuestro, aunque no se trate de un libro de ficción sino de investigación periodística) empiezan con la terminología propia del periodismo y sus incidentes remiten a lo policial. Igual en el caso de Molfino, donde existe incluso una “noticia” preliminar.

Y policial es una sección en un diario y un género de novela o cuento ficcional. Y tal vez uno de los mejores principios que se hayan escrito en este género, es el que describe a un investigador privado que amanece tempranamente a causa de un llamado:

La voz del teléfono sonó estridente y perentoria, pero no oí demasiado bien lo que dijo - en parte porque acababa de despertarme y, en parte porque había tomado el auricular al revés. Lo di vuelta y lancé un gruñido.
-¿Es que no me oye? Soy Clyde Umney, el abogado.
- Clyde Umney, el abogado. Creía que había más de uno.
- Usted es Marlowe, ¿verdad?
- Sí, supongo que sí. - Consulté mi reloj de pulsera. Eran las seis y media de la mañana. No es mi mejor hora
- No se ponga impertinente conmigo, joven.
- Lo siento, señor Unmey, pero no soy joven; soy viejo, estoy cansado, y aún no he tomado ni una gota de café.


Ese es el principio de Playback, de Raymond Chandler. Pero ahí aparece una trampa, por muchos no perdonada a Chandler: en vez de que la novela termine con el típico sabor amargo de sus historias, en lugar de que el náusea que nos provoca la resasa se mantenga a pesar de todo, el teléfono sigue sonando y parece que, al fin y al cabo, el viejo Marlowe se nos ha enamorado.

Todavía oí unos cuantos sonidos ininteligibles antes de colgar el aparato. Casi inmediatamente, el teléfono empezó a sonar de nuevo.
Yo apenas lo oí. El aire estaba lleno de música.


O podría ser - siguiendo con el género - el principio de Pulp, de Buckowsky, parodia y homenaje a la novela negra, que comienza también con un llamado telefónico. Luego de un primer párrafo, en que se describe al investigador sentado ante su escritorio, este atiende el teléfono.

- ¿Sí? - dije.
-¿Ha leído usted a Céline? - preguntó una voz femenina. La voz era bastante sexy y yo llevaba mucho tiempo solo. Décadas.


Artificios y soledades

Volvamos a García Márquez y a otra de sus grandes obras, Cien años de soledad. Es la que, en su artículo, Soriano nombra como “el mejor comienzo de novela” elegido a través de una encuesta entre escritores europeos hecha por la revista Lire. “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el Coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Ahí es donde se puede narrar a partir del pasado. Pero entonces, ¿cuál de todos los Buendía es el del comienzo? Es cierto: hoy lo sabemos. Pero no lo sabíamos al empezar a leer la novela. Aunque tampoco supiéramos que habría más de uno. Porque luego, a medida que avanzamos, comprobamos que hay más de un Aureliano Buendía, mientras que Gregorio Samsa o Benjamin Sachs o Juan Pablo Castel hay sólo uno en todo el relato.

Luego es el turno de Arlt. Soriano arriesga como uno de los mejores comienzos de novelas argentinas al de Los lanzallamas. Pero antes hay que ir hasta el final de Los siete locos...

Erdosain fijó un segundo los ojos en el semblante romboidal del otro, luego, sonriendo burlonamente, dijo:
-¿Sabe que usted se parece a Lenin?
Y antes de que el Astrólogo pudiera contestarle, salió.


... para luego llegar al libro siguiente y que así surja la respuesta: una misma situación en un mismo contexto, bajo un mismo cielo y en una misma dimensión espacio-temporal, iniciada en un libro y concluida en otro:

El astrólogo miró alejarse a Erdosain, esperó a que este doblara en la esquina y entró a la quinta murmurando:
- Sí, pero Lenin sabía adónde iba.


Soriano menciona también a Piglia - arltiano por excelencia - y su comienzo de Respiración artificial: “¿Hay una historia?”. Podríamos decir, en este caso, que no: que hay dos historias. Hay muchas más quizá en Respiración artificial, pero, como dice el propio Piglia en su Tesis sobre el cuento, “un cuento siempre cuenta dos historias”. Cada una de ellas se cuenta de un modo diferente, explícita o disimulada, denotativa o connotativamente. Una justifica a la otra y viceversa. En el principio de la historia 1 podríamos tener la respuesta de la historia dos, o al contrario. “El cuento se construye para hacer aparecer artificialmente algo que estaba oculto”, dice Piglia, y “el efecto de sorpresa se produce cuando al final de la historia secreta aparece en la superficie”. La obra nace en la pregunta. Y Soriano se lo pregunta mil y una vez en La hora sin sombra, puesto que la novela se escribe a medida que surgen los cuestionamientos acerca de la escritura.

Anthony Burgess opta por la pregunta directa, volviendo el principio de la novela la cola de un pavo real: “-¿Y ahora qué pasa, eh?”.

Auster, al final

Auster, por su parte, aclara en Fantasmas que “así es como empieza” la historia, y comenta, de igual modo, el desenlace: “usted ha escrito su nota de suicidio y ese es el final de la historia”, cuando el personaje “sale por la puerta, y a partir de ese momento no sabemos nada”. Pues, no importa quién sea el personaje o cuál la novela, porque, como dice el narrador de La habitación cerrada, “toda la historia se resume en lo que sucedió al final, y, sin tener ese final dentro de mí, no habría podido empezar este libro”.

Respecto de la idea de si una historia se cierra al terminarse un libro (mejor: si un libro termina al terminarse el libro): : por un lado - el usual -, el fragmento de los hechos que se nos ha dado a conocer terminan con el último capítulo de la novela: Fantasmas acaba con el libro al cerrarse la puerta; Leviatán con la llegada del oficial del FBI al que Aaron le entrega su manuscrito: “subimos juntos los escalones y una vez dentro le di las páginas de este libro”. Por otra parte, como el mismo autor sugiere, la existencia continúa después de la última página; nosotros sólo conocemos una serie de anécdotas de esos seres y nada ni nadie nos dice que sigan vivos o no. Como dice Green: se elige arbitrariamente "el momento de la experiencia desde el cual mira hacia atrás o hacia adelante...".

He aquí una nueva relación con el periodismo: lo efímero de la existencia de aquellos que protagonizan las noticias para que, así, un fragmento cualquiera de cualquier vida deje sentadas bases en la literatura de la realidad (las “minucias efímeras”, dirá Borges). E igualmente, una relación a través de las definiciones. Sabemos que “Periodismo” viene de “periodo”, y ya el diccionario nos dice que periodo es - entre otras tantas acepciones - el “tiempo que emplea una cosa en volver al estado o posición que tenía al principio”. Tratándose de sujetos, al anonimato, o sea, a las páginas nunca escritas de su vida.

Auster lo declara ya sin tener que meter en medio de encrucijadas a personas ficticias: “En casi todos mis libros, el final es algo que se abre a otra cosa, una cosa nueva. Se abre al episodio siguiente, a un paso que no aparece en el libro pero que el libro sugiere”. Algo así como esas novelas con finales abiertos de las que tanto gustaba y escribía Soriano, como congénere y discípulo de Chandler y Hemingway, en la que se cuenta sólo una parte de la vida del personaje, para luego dejarlo seguir adelante, con la marca del relato en el mentón o la costilla.

jueves, 17 de enero de 2008

VARIACIONES SOBRE SORIANO


Estos textos los fui escribiendo y abandonando y rescribiendo con el paso de los años. Hace 11, cuando el Gordo Soriano se fue al Cielo de los Escritores, supe lo que era perder un maestro: tener la certeza de que ese tipo nunca más te iba a regalar palabras nuevas. El año pasado, para el 10º aniversario, Radar hizo un muy buen suplemento, que despertó una polémica que hacía años no despertaba un escritor (me refiero a argumentos serios: ni leguleyos, ni baratos, ni por premios truchos ni por cosas que se le parezcan).

Ahora, esos textos, que datan de al menos un lustro, van al aire de la blogosfera como un homenaje más (incompleto, inacabado, siempre con aroma a poco) para el Gran Opsvaldo Soriano.

Van de a poco. En gotas. En partes.

Preludio a las Variaciones sobre finales:

Esta serie de artículos-narraciones se vieron engendrados por el libro de Piratas, fantasmas y dinosaurios, una rica recopilación de artículos periodísticos, narraciones literarias y anécdotas de vida. Datan del 03, 04, cuando más.

El primero, El triunfo también es melancolía, es un relato casi futbolero, con una clara propensión a la simpatía por el Club Atlético River Plate, y, sin arriesgar demasiado, una forma más de ver la vida, que no en mucho se distancia de la del Míster Peregrino Fernández.

El segundo se llamaba Los guerreros del patíbulo, pero entre cambios de CPU, back ups apurados y zonas oscuras, el archivo fue mutando de nombre o de origen o de ubicación, hasta desaparecer definitivamente. Se trataba (uno de los documentos que encontré contenía una breve descripción) de una acumulación de sucesos que le acaecen a un tipo que quiere, o quiso alguna vez, ser escritor. Inspirado en los artículos de Escritor corsario, editor pirata, contaba “las penurias de un autor inédito que aún no pasó la barrera ni ha tenido que lidiar con el clan de los piratas y se debate aún por las comarcas de los concursos”.

El opúsculo Variaciones sobre el punto de partida (o de llegada), tiene su germen en el artículo Otras escrituras, y podría definirse como un cúmulo de citas y arriesgadas suposiciones literarias que tambalean entre la certidumbre del comienzo y la perplejidad del final. El Epílogo a las variaciones es un desprendimiento, un brazo abierto de esas variaciones.

Alguien sabrá si vale la pena, como dice Soriano, “robarle horas al sueño con algo tan absurdo y pretencioso como una página llena de palabras”.


lunes, 7 de enero de 2008

ELOGIO DE LA FELLATIO

Este texto ya fue publicado anteriormente por EPG, en épocas de ñusleter formato doc, antes de que entraramos en este impersonal mundo blogeano (¡cambiamos ere por ele, a lo japones, y tenemos borgeano!) Será - digo, este opúculo - carne para las carroñeras mentes feministas...

En la película Celebrity de Woody Allen, una mujer se niega a tener sexo con el periodista que le hace una entrevista puesto que, dice la mujer, su cuerpo entero le pertenece a su marido. Sin embargo, en un momento dado, rodea la cama, se inclina frente al reportero, le baja la cremallera del pantalón y agrega que, del cuello hacia arriba, puede hacer lo que ella quiere. En el mismo film, otra mujer, temerosa de su carácter cercano a la frivolidad en la cama, decide tomar clases de sexo oral con una prostituta. Ambas salen al balcón de la casa y la tímida mujer comienza a explicarle la razón de la visita; allí se entiende, entonces, el porqué de la presencia del centro de mesa con adornos frutales: la asignatura será ejemplificada con una banana. De más está aclarar lo hilarante de la escena cuando la prostituta se atraganta con el plátano...

Del primer ejemplo, no se puede obviar la metáfora de la cabeza como habitáculo de la mente y centro de comando de las acciones sexuales, tal como sucede en la última historia de Todo lo que usted quiso saber sobre el sexo - también de Woody Allen - cuando se pinta de manera imaginaria el funcionamiento del cerebro durante un acto sexual... champán incluido para los hombres-neurona después del orgasmo. De la segunda anécdota, baste decir que se trata de una versión cínicamente graciosa del asunto.

Así como existe una diversidad de formas de practicar la fellatio, hay también las diferentes denominaciones para tales usos, en ese afán humano por nombrarlo todo: todas denominaciones vulgares y burlonas, no exentas del cómodo costumbrismo popular. A lo que se adiciona el factor comodidad: la fellatio es algo que se puede hacer sin necesidad de desvestirse, no requiere un ámbito geográfico específico y el sedimento provocará menos situaciones antihigiénicas que la cópula completa.

Heidi Fleiss narra en Pandering, su autobiografía de Madama de los burdeles frecuentados por famosos de Hollywood, una muestra de las ventajas que presenta la fellatio. Haciendo referencia a que los negocios se dejaban para el prostíbulo y no para el propio hogar, Fleis escribe: “En mi casa nunca hubo sexo a cambio de dinero, excepto una fellatio de cinco minutos y 5 mil dólares que una de mis chicas le hizo a un cliente en el baño”.

En las películas triple equis, la fellatio es una condición axiomática que debe cumplir la mujer previamente a aquello que los argentinos llamamos - culinariamente, en efecto - “ir a los bifes”. Pero aquí aparece un problema lingüístico ligado a los prefijos: ese momento, preliminar a la penetración, no es “precalentamiento”, sino que es ya el calentamiento en sí. No sucede lo mismo con las películas de Hollywood, donde parece que los personajes no son avezados en esta práctica, o bien los directores, éticos por definición, prefieren omitir la escena y acabar - justamente - la toma en un par de buenas cortinas de seda recién lavadas.

Por una cuestión tanto ética como estética, se ha decidido, por el momento, excluir de este artículo todos los problemas que pudiesen acarrear ciertos infortunios o malas prácticas del tema en cuestión, como por ejemplo el de un par de dientes incisivos y otros igual o mayormente lastimosos. ¿Que quiere decir esto? Que si bien una fellatio es una de las armas principales para revivir a un moribundo (una especie de “boca a boca” potenciado), puede ser también el arma que le dé muerte definitiva: si una venganza fue urdida con tiempo, es ese el momento justo para llevarla a cabo. El marfil hará lo suyo como arma blanca. Mónica en el Salón Oval con fines cercenantes.

La posesión del objeto, la maniobra por la cual una persona se apropia del miembro de otro, toma relevancia por el mínimo hecho de que el tratamiento del objeto hace a su manipulador. Las manos devienen en elementos que operan en colaboración, se suman a la saliva y la fricción y con ellos se activan los efluvios, el aroma, la temperatura, las vibraciones y la consecuente pérdida de la conciencia. Y aunque se simule un ejercicio carnal desprovisto de espirtualidad y que redunda en beneficio del macho (un acto de filantropía de la hembra, digamos), huele a encantador el hecho de que la hembra goce con el placer de su macho. Por lo cual podemos concluir - que es el verbo final de toda acción del universo sexual - que, felizmente, la fellatio es un acto de egocentrismo femenino.

domingo, 6 de enero de 2008

PASA

Surge ella:
joven,
las sienes hundidas,
la carne cóncava,
la boca de lava.
Como muchas,
como tantas,
tiene dos nalgas.

Apenas supera los veinte
no trabaja, no estudia,
no ayuda en la casa.
Pero gasta,
gasta,
gasta.
Mamá paga.
Sueña con un auto descapotado
y muñecas
y tener muchos novios
y – quién te dice, algún día – un hijo.
Una casa.

Quiere.
Mucho quiere.
Todo quiere.
Todo para ella.
Entra en la casa del hombre.
Entra, se queda,
Duerme.
Y pasa.

PERMANENCIA, RESISTENCIA Y CONDUCCIÓN

Muchos de ustedes saben a qué se ha tenido que atener el poeta en los últimos días.

¿Ñoqui? No. Llámele Becado, Pasante o Jefe del Departamento de Pasillos. También, por qué no, lector de banco. Una continuación, alterada, de las mañanitas municipales que tan famoso lo hicieran a EPG apenas unos años atrás.

Así, la revolución se vuelve más necesaria. Así, la política (la Política P) se avergüenza de sí misma por no ejercer el respeto frente a nuestra revolución necesaria.



El cartel estaba justo ahí (rica la carne, por cierto) no hay ningun segundo mensaje en la imagen...