jueves, 6 de diciembre de 2007

LMDMV


I will bur: seré un abrojo

Fue en una charla literaria en el Auditórium de Bellas Artes de La Plata, a fines o mediados de los ’90. Los panelistas eran Rodrigo Fresán, Abelardo Castillo, Federico Andahazi y, si no me equivoco, Ana María Shua.

En el momento en que de la charla se pasó al debate – o, para ser más certeros, a las preguntas del público para que los escritores respondieran – me animé al micrófono que circulaba entre la gente y osé preguntar qué sentían ellos cuando, en el living de sus casas, en el baño, en un taxi o mientras comían una pizza, en cualquier lado, en realidad, se les ocurría que en ese momento alguien podría estar leyendo alguna de sus obras. Cada uno contestó lo suyo; no lo recuerdo: han pasado muchos años y agua de la que arrastra cosas bajo el puente.

Los otros días, cuando compré Lamujerdemivida y me puse a ojearla, parado al borde de una vereda en Corrientes, mientras esperaba que un amigo NO le comprara las zapatillas a la hija de su pareja porque parece que NO tenía dinero en la tarjeta de crédito, digo, mientras ojeaba la revista en medio de la calle, sentí un sensación similar a la que yo creí que podrían haber sentido a la hora de responderme aquellos cuatro escritores, más de diez años atrás.

Ahí, entre el gentío, rodeado de un mundo de caras anónimas, y no sólo caras, sino también procedencias, destinos e intenciones desconocidas, sentí pánico de ver mi foto en una de las páginas de la revista, de semejante tamaño y “con cara de talibán prófugo”. Sentí, en definitiva, el temor de ser reconocido. Para un gordo bueno como uno, la cara es lo de menos: lo que importa es relato (“Wilbur” se llama: de ahí el título a esto).

Creo que, como Fresán (ahora lo recuerdo, la tinta afloja los recuerdos: dijo algo así como que casi no lo pensaba), tampoco me centré en que alguien podía estar leyéndome en ese momento en algún lugar de la ciudad o, incluso, pasar delante de mí leyéndola (quizás imaginé eso porque yo lo hago: leo mientras camino) y duplicar los mundos, como en un buen relato de Cortázar. Iba un poco más allá, al costado más que hacia delante: la cuestión pasaba por al exposición pública.

Out of the ego

Mi mujer, después de dos años y medio de pareja y uno de convivencia, después de casi un año de haber escrito el relato, aun no lo entiende. Después de almorzar, como siempre, como todos los días, llega el momento de las preguntas: ¿Qué cuenta la historia? ¿Un falopero que corre o una línea de vértigos continuos? ¿No eran tres historias en una? ¿Qué son esas historias?¿Es verdad que cada lector construye una historia al leer?

Lo respondió mi amigo Joaquín por correo electrónico: “lo mejor es justamente que no tiene explicación, funciona por eso y por la potencia de las imágenes...”.

Una infidencia en rigor indecible pero que en la praxis sea dicha:

En verdad, cuando lo escribí estaba con vértigo real, una descompensación extraña, de esos males sociales “nuevos” que afectan al individuo, a través de los cuales todo lo que llamamos mundo real se dedica a girar y girar y tambalearse a cada paso (como si no lo hiciera constantemente, cada uno de los días de su vida).

Ello me hizo pensar en algo, nada novedoso sino que seguramente ha pasado alguna vez por el consultorio de análisis y por varias páginas de mejores escritores: para escribir hay que romper estructuras (personales, internas, además de las que tienen que ver con el lenguaje), y las drogas y las sensaciones de vértigo o fiebre o falta de sueño o ese tipo de des-concientización, a veces, lo logran... Pero ahí se abre otro tipo de debate, que no es la clave de este texto.

Fiel a la tradición

Como dice el afiche de invitación, “Fiel a la larga tradición de las revistas culturales argentinas, Lamujerdemivida cierra”. Algo parecido a lo que le sucedió a mi amigo en la zapatería de Corrientes: NO tenía plata. Y con ella, se va un estilo, una forma renovada (cada medio gráfico con ideas originales es una renovación) de hacer literatura desde una revista. Tendremos que ver, ahora, cómo superamos este escollo y de dónde nos agarramos. Como dice Pablo Ramos en su artículo del número 48: Chau.

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