martes, 4 de septiembre de 2007

IMÁGENES PAGANAS


La sensación no es nueva pero la imagen, sí, es definitiva, original, irrepetible.

El hombre pequeño ante tanta inmensidad se para de frente al fenómeno que lo convoca, el cuello curvo, buscando las alturas. De súbito, inesperadamente (aunque haga horas que el hombre lo espera) un espectáculo de luces y colores invade desde el cielo el paisaje y sus ojos.

El hombre busca palabras para explicar lo que no cabe en sus razones: bandas fosforescentes que atraviesan el negro profundo del fondo, cortinas brillosas hechas de ráfagas y destellos; un cielo hecho de colores al estilo batik que choca con el blanco que se anida en el piso; una bandera en llamas abriéndose al viento, despuntando desde lo alto como si los dioses antiguos, con sus furias y torbellinos, hubieran bajado nuevamente a la tierra para soplar y enredar un inocente pañuelo de colores arrastrado por la mano de una inocente niña. Son efectos especiales que el hombre aún no ha duplicado porque, es innegable, le pertenecen sólo a la naturaleza.

Después del impacto sensorial, el hombre cae en que lo que está viendo se llama aurora boreal, un brillo en el cielo nocturno que sólo aparece en zonas polares y que debe su denominación a Aurora, la diosa romana del amanecer, y a la palabra griega Boreas, que significa viento. Como todo en este mundo, en su nombre está el origen.

A la belleza artística de la naturaleza se le suma la precisión de la ciencia.

El sol (situado a 150 millones de kilómetros de la Tierra) desprende partículas cargadas de energía, las cuales viajan por el espacio. Las nubes de partículas, llamadas plasma y conocida como viento solar, interactúan con los bordes del campo magnético de nuestro planeta; al chocar con los gases en la ionosfera (la parte de la atmósfera que se extiende hasta unos 100 kilómetros desde la superficie terrestre) empiezan a brillar, produciendo el espectáculo que conocemos como auroras boreal y austral, una interacción entre el viento solar y el campo magnético de la tierra. En definitiva: la variedad de colores (rojo, verde, azul, turquesa) no es más que energía en forma de luz visible.

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