lunes, 10 de septiembre de 2007

La ley de la ferocidad

No son pocos los libros en los que la relación padre–hijo es el eje de la narración.

Basta recordar, como al azar, La hora sin sombra, de Osvaldo Soriano, una búsqueda literaria y del origen del ser a través de las rutas argentinas montado en un Torino. Basta recordar, también, La invención de la soledad, de Paul Auster, su primera novela publicada, donde la muerte del padre es el motivo de la escritura. Nadar de noche, de Juan Forn, donde el relato que da título al libro narra el regreso de un padre desde la muerte para contarle a su hijo, a orillas de una pileta de natación, que la muerte es... como nadar de noche. O No oyes ladrar los perros, de Rulfo, y la carga y el peso de su hijo (“No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza”) herido sobre los hombros. Ambos heridos. El mismo Antonio Dal Masetto, con su El padre y otros relatos, una colección de textos breves, heterogéneos, en el que – como en gran parte de la obra del autor – se cuela la inmigración italiana.

En La ley de la ferocidad, la última novela de Pablo Ramos editada por Alfaguara, la muerte del padre es el disparador de la narración. Una narración violenta, vertiginosa; tan violenta y vertiginosa como la vida del personaje. Una locomotora narrativa llena de odios, rencores y malformaciones emocionales. Una novela existencialista. Mejor: un Bukowski existencialista que no hace más que regodearse en el fango mientras intenta vislumbrar ese cacho de luz allá a lo lejos que es la salvación.

Pablo Ramos lleva publicados el libro de poemas Lo pasado pisado, la novela El origen de la tristeza, y el libro de relatos Cuando lo peor haya pasado, Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes (2003) y Primer Premio Casa de las Américas de Cuba (2004).

Autorreferencial y vivencial, espejo de la experiencia, La ley de la ferocidad es también una especie de autobiografía ficcional en la que Ramos termina por mostrar (escrita en un presente continuo, pero siempre radicada en el pasado) una historia de vida atrapada en las redes tramposas que proponen las costumbres del descarrío. Una muestra de cómo hacer del monstruo interno un instrumento y un objeto del arte, planteando a cada línea los límites borrosos de las barreras morales, narrando (ferozmente) a través de una crónica cínica y sarcástica, una aventura moral. A modo de catarsis, para que el odio no se quede para siempre en la piel de la vida. La escritura es, entonces, sí, fe, misticismo e idealismo, catarsis y salvación.

Porque el enojo con un padre lleva, estrechamente, al enojo con la vida. Y cuál es la mejor forma de quebrantar esa red de trampas sino la conversión, la redención: pasar de ser hijo, a ser padre.

2 comentarios:

epg dijo...

“Siempre llega un momento en el que uno necesita darle un significado a su propia vida. No es algo definido, es una actividad sin fin”.
Leonard Cohen.

epg dijo...

“Siempre llega un momento en el que uno necesita darle un significado a su propia vida. No es algo definido, es una actividad sin fin”.
Leonard Cohen.