lunes, 17 de septiembre de 2007

Mi abuelo, el conquistador

Mi abuelo nació en Mata de los Olmos, provincia de Teruel, España, un 17 de febrero de 1886. No termino de entender aún cómo era en aquella época la organización regional en el condado de Aragón, qué tanto habrá cambiado con respecto al ahora.

Los padres de mi abuelo eran Don Mariano y Doña Petra Argenta, nombre que es toda una señal, si se quiere, pensando en el país en el que habría de morir su hijo muchos años después.
A la edad de siete años, el abuelo quedó huérfano de madre, y su padre contrajo matrimonio en segundas nupcias con otra mujer con la que, según contó alguna vez, no llegó a tener buena relación. Por lo tanto, a los dieciocho años, decidió irse de la casa.

Cruzó la frontera a Francia, posiblemente a través de un pueblo llamado Port Bou, ubicado sobre el Mar Mediterráneo, donde vivía un primo suyo, empleado de correos, de nombre Magallón. Fue a Francia a trabajar en las minas. De ahí tenía una anécdota que siempre recordaba. Trabajando en las minas, simulaba manejar el idioma, aunque no lo hacía tan claramente; cuando alguien hablaba francés, él contestaba:

-Ne le comprende.

Parece que un día su capataz le dijo:

-Mirá, pibe, si no fuera porque yo soy aragonés, vos te morirías de hambre.

Esa era una de las tantas anécdotas que tenía el abuelo.

Después de eso, no son muchos los datos que tengo. Por esa época, los europeos hablaban de venir a “hacer la América”. Entonces mi abuelo estuvo entre los tantos que se embarcaron, y llegó a la Argentina. No sé en qué fecha precisamente, ni a bordo de qué barco. Lo que sí sé es que en el viaje tuvo un entrevero de cuchillos con un desconocido...

De manera que apenas llegó a la Argentina, lo primero que hizo fue buscar trabajo. Lo encontró como empleado en una farmacia en la ciudad de Buenos Aires. Trabajó tres días. Al cuarto, le dijo a la farmacéutica que se iba. La mujer le preguntó porqué.

-Coño, que yo no he nacido para vivir como los pájaros enjaulados - contestó él.

A partir de ahí anduvo cinco años de croto, trabajando como peón golondrina. Entre tantas andadas, un día cayó a un boliche, en el Chaco, y se encontró con un tipo que le resultaba conocido.

-¿En que barco has venido tú? - preguntó el otro.

Él contestó:

-En el mismo que tú.

Era el tipo con el que había tenido el entrevero de cuchillos... Y ahí nomás se pagaron mutuamente un par de copas, como coterráneos y ex enemigos que eran. Esas son las vueltas que tiene la vida cuando el hombre camina, ¿no?

Después de andar de linyera y conocer un poco el país que lo había ido adoptando, y al cual él mismo había ido adoptando como suyo, el abuelo dijo:

-Me instalo en San Nicolás, y de aquí no salgo en treinta leguas a la redonda.

Uno de los factores de la inteligencia del hombre está en saber dónde está la riqueza y dónde la miseria. La riqueza del país está al sur de Santa Fe, sur de Córdoba, y norte de la provincia de Buenos Aires. Y así fue que se quedó en San Nicolás de los Arroyos, trabajando de empleado panadero con Don León Benito, un gallego que, aparte de ser su patrón, era su amigo.

Un día cualquiera el abuelo resolvió emanciparse y se radicó con su primera propia panadería en Morante, un pueblito en la provincia de Santa Fe, del otro lado del Arroyo del Medio, donde ya queda casi nada, aunque es un lugar histórico: ahí está el Oratorio de Morante, donde sepultaron a los muertos en la batalla de Pavón, en la Urquiza se enfrentó con las fuerzas porteñas comandadas por Mitre, en septiembre de 1861.

De allí pasó a Eréscano, otro pueblo pequeño, ya provincia de Buenos Aires. Volvió a instalar su panadería; producía el pan y lo repartía en el campo. Una de las chacras que tenía como cliente pertenecía a Don Darío Giorgi. Este hombre tenía seis hijas mujeres y un hijo varón. Entre las seis hijas mujeres, estaba Doña Ángela. El abuelo iba a llevar el pan y veía la ropa colgada de los tendederos. Un día se decidió a preguntar quién la lavaba. Don Darío contestó:

-Ángela.

-Coño - dijo el abuelo - cómo lava la ropa.

Y por eso se enamoró de ella.

Se casaron el 22 de octubre de 1923, y a quince días de estar casados fue a visitarlos Don León Benito, el ex patrón del abuelo. Cargaron algunas cosas, ataron al sulky un par de caballos y salieron. El abuelo solamente dijo “hasta luego”. Volvieron a los quince días.

Don Enrique había salido a buscar una nueva panadería para comprar, esta vez en Arrecifes. Ahí nacieron sus primeros hijos. Después de unos pocos años, se mudaron al lugar definitivo, al lugar donde ambos terminarían su vida. Llegaron el 2 de agosto de 1927. Por aquel entonces, en Inés Indart no había más que un boliche y la estación de ferrocarril.

1 comentario:

Nuwanda dijo...

tengo un blog, sobre ines indart: http://blogs.clarin.com/inesindart/posts, y queria subir tu cuento, porque en parte somos parte de el, te invito a pasar...

saludos