martes, 28 de octubre de 2008

AUSTER - Identidad y fuga

En la vida, muchas veces se sigue adelante con proyectos y certidumbres no sólo por el valor que ellos implican al mantenerlos, sino por la misma necesidad de justificar el tiempo que se les ha dedicado. Los personajes huidizos de las novelas de Auster (Azul, el investigador privado de Fantasmas; Fanshawe, el escritor sin cara de La habitación cerrada; Sachs, el hombre que se vuela en pedazos al borde de una carretera en Leviatán) rehuyen a esta suave justificación: son los menos, los que prefieren perder absolutamente todo lo que han conseguido para ir en busca de aquello que no tiene ni rostro ni nombre, el porqué de estar en ese lugar en ese momento, la razón de existencia del individuo en este mundo y no en otro. Quien no se lo pregunta, no huye, y quien huye es porque se ha formulado ese interrogante y ha partido en busca o evasión de sí mismo.

En las novelas de Auster, existe siempre alguien que escapa o desaparece. Uno, como mínimo. En Fantasmas, Azul, el personaje narrador, lee o vive (lo que, desde cierta perspectiva austeriana, en poco se diferencia) historias en las que se suceden las evaporaciones corporales: un hombre que estaba esquiando desaparece en la nieve y su hijo, muchos años después, halla el cadáver congelado (la misma anécdota se cuenta en la película Smoke); otro caso es el de Gris, quien pierde la memoria y pasa a llamarse Verde, y trabaja de mozo a dos cuadras de su antigua casa, similar al caso del Wakefield de Hawthorne.

En los personajes huidizos nunca se logra desentrañar del todo si están más cerca del lugar al que se dirigen de aquel del cual partieron, pero en ellos vive la condición épica del abandono. Y no sólo eso: se duplican. Si alguien huye, también deberá haber otro, el personaje narrador -pues quien se ausenta nunca narra- que se convertirá en su perseguidor para relatar la historia de la huida y ser testigo a distancia de ese hecho nominal. La huida tiene que ver estrictamente con la ausencia: si alguien se va, ya no está; entonces, se vuelve estrictamente necesario la presencia de su doble, antítesis y espejo a la vez, alguien que tome la voz del ausente para narrar las historias. Las ausencias “en cuerpo” de los personajes de Auster tiene que ver con el “no estar pero ser”. Quien está, está para cegar, y nadie puede decir que no está si no está. “El mundo está en mi cabeza. Mi cuerpo está en el mundo”.

(...)

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