Como alguna vez conté aquí, en Cuba nos hicimos amigos de una pareja de zaragozanos, flor de tío este Ruben... La cosa es que vienen de visitas a la Argentina. Y - ¿saben qué? - justo el 12 de octubre. Dos españoles cruzando el gran charco justo el "día de la raza". ¿Una reivindicacion despues de 505 peugeotistas años, sólo un mero y simbólico hecho histórico de amistad, los famosos tiempos circulares borgeanos? Vé a saber...
Él me contó esta historia hace un tiempo...
Por ejemplo el amiguete que no conoció a la chica con el coche roto, seguro que la chica era la fea, y él le metió mano porque no se comía una rosca y no quería que se enterara nadie... Y luego creció y el gusano se convirtió en mariposa y a él le dolían tres cosas en el alma: una, haberse propasado con la chica y haber sido un cerdo con ella; dos, no haber mantenido esa actitud, porque ahora estaba buenísima... tres, que tenía el coche roto, estaba borracho, seguro que más gordo que antes y estaba dando una nota de GILIPOLLAS AL CUADRADO que un hombre no puede soportar... Pero ese fue su amor de colegio, de pequeño, ella gordita, y él todo energía sexual adolescente...
Porque a mí me pasó algo muy parecido. (Eso lo dice tu amigo Calamaro en una canción.)
Cuídate
Un tío anónimo
miércoles, 19 de septiembre de 2007
lunes, 17 de septiembre de 2007
Mi abuelo, el conquistador
Mi abuelo nació en Mata de los Olmos, provincia de Teruel, España, un 17 de febrero de 1886. No termino de entender aún cómo era en aquella época la organización regional en el condado de Aragón, qué tanto habrá cambiado con respecto al ahora.
Los padres de mi abuelo eran Don Mariano y Doña Petra Argenta, nombre que es toda una señal, si se quiere, pensando en el país en el que habría de morir su hijo muchos años después.
A la edad de siete años, el abuelo quedó huérfano de madre, y su padre contrajo matrimonio en segundas nupcias con otra mujer con la que, según contó alguna vez, no llegó a tener buena relación. Por lo tanto, a los dieciocho años, decidió irse de la casa.
Cruzó la frontera a Francia, posiblemente a través de un pueblo llamado Port Bou, ubicado sobre el Mar Mediterráneo, donde vivía un primo suyo, empleado de correos, de nombre Magallón. Fue a Francia a trabajar en las minas. De ahí tenía una anécdota que siempre recordaba. Trabajando en las minas, simulaba manejar el idioma, aunque no lo hacía tan claramente; cuando alguien hablaba francés, él contestaba:
-Ne le comprende.
Parece que un día su capataz le dijo:
-Mirá, pibe, si no fuera porque yo soy aragonés, vos te morirías de hambre.
Esa era una de las tantas anécdotas que tenía el abuelo.
Después de eso, no son muchos los datos que tengo. Por esa época, los europeos hablaban de venir a “hacer la América”. Entonces mi abuelo estuvo entre los tantos que se embarcaron, y llegó a la Argentina. No sé en qué fecha precisamente, ni a bordo de qué barco. Lo que sí sé es que en el viaje tuvo un entrevero de cuchillos con un desconocido...
De manera que apenas llegó a la Argentina, lo primero que hizo fue buscar trabajo. Lo encontró como empleado en una farmacia en la ciudad de Buenos Aires. Trabajó tres días. Al cuarto, le dijo a la farmacéutica que se iba. La mujer le preguntó porqué.
-Coño, que yo no he nacido para vivir como los pájaros enjaulados - contestó él.
A partir de ahí anduvo cinco años de croto, trabajando como peón golondrina. Entre tantas andadas, un día cayó a un boliche, en el Chaco, y se encontró con un tipo que le resultaba conocido.
-¿En que barco has venido tú? - preguntó el otro.
Él contestó:
-En el mismo que tú.
Era el tipo con el que había tenido el entrevero de cuchillos... Y ahí nomás se pagaron mutuamente un par de copas, como coterráneos y ex enemigos que eran. Esas son las vueltas que tiene la vida cuando el hombre camina, ¿no?
Después de andar de linyera y conocer un poco el país que lo había ido adoptando, y al cual él mismo había ido adoptando como suyo, el abuelo dijo:
-Me instalo en San Nicolás, y de aquí no salgo en treinta leguas a la redonda.
Uno de los factores de la inteligencia del hombre está en saber dónde está la riqueza y dónde la miseria. La riqueza del país está al sur de Santa Fe, sur de Córdoba, y norte de la provincia de Buenos Aires. Y así fue que se quedó en San Nicolás de los Arroyos, trabajando de empleado panadero con Don León Benito, un gallego que, aparte de ser su patrón, era su amigo.
Un día cualquiera el abuelo resolvió emanciparse y se radicó con su primera propia panadería en Morante, un pueblito en la provincia de Santa Fe, del otro lado del Arroyo del Medio, donde ya queda casi nada, aunque es un lugar histórico: ahí está el Oratorio de Morante, donde sepultaron a los muertos en la batalla de Pavón, en la Urquiza se enfrentó con las fuerzas porteñas comandadas por Mitre, en septiembre de 1861.
De allí pasó a Eréscano, otro pueblo pequeño, ya provincia de Buenos Aires. Volvió a instalar su panadería; producía el pan y lo repartía en el campo. Una de las chacras que tenía como cliente pertenecía a Don Darío Giorgi. Este hombre tenía seis hijas mujeres y un hijo varón. Entre las seis hijas mujeres, estaba Doña Ángela. El abuelo iba a llevar el pan y veía la ropa colgada de los tendederos. Un día se decidió a preguntar quién la lavaba. Don Darío contestó:
-Ángela.
-Coño - dijo el abuelo - cómo lava la ropa.
Y por eso se enamoró de ella.
Se casaron el 22 de octubre de 1923, y a quince días de estar casados fue a visitarlos Don León Benito, el ex patrón del abuelo. Cargaron algunas cosas, ataron al sulky un par de caballos y salieron. El abuelo solamente dijo “hasta luego”. Volvieron a los quince días.
Don Enrique había salido a buscar una nueva panadería para comprar, esta vez en Arrecifes. Ahí nacieron sus primeros hijos. Después de unos pocos años, se mudaron al lugar definitivo, al lugar donde ambos terminarían su vida. Llegaron el 2 de agosto de 1927. Por aquel entonces, en Inés Indart no había más que un boliche y la estación de ferrocarril.
Los padres de mi abuelo eran Don Mariano y Doña Petra Argenta, nombre que es toda una señal, si se quiere, pensando en el país en el que habría de morir su hijo muchos años después.
A la edad de siete años, el abuelo quedó huérfano de madre, y su padre contrajo matrimonio en segundas nupcias con otra mujer con la que, según contó alguna vez, no llegó a tener buena relación. Por lo tanto, a los dieciocho años, decidió irse de la casa.
Cruzó la frontera a Francia, posiblemente a través de un pueblo llamado Port Bou, ubicado sobre el Mar Mediterráneo, donde vivía un primo suyo, empleado de correos, de nombre Magallón. Fue a Francia a trabajar en las minas. De ahí tenía una anécdota que siempre recordaba. Trabajando en las minas, simulaba manejar el idioma, aunque no lo hacía tan claramente; cuando alguien hablaba francés, él contestaba:
-Ne le comprende.
Parece que un día su capataz le dijo:
-Mirá, pibe, si no fuera porque yo soy aragonés, vos te morirías de hambre.
Esa era una de las tantas anécdotas que tenía el abuelo.
Después de eso, no son muchos los datos que tengo. Por esa época, los europeos hablaban de venir a “hacer la América”. Entonces mi abuelo estuvo entre los tantos que se embarcaron, y llegó a la Argentina. No sé en qué fecha precisamente, ni a bordo de qué barco. Lo que sí sé es que en el viaje tuvo un entrevero de cuchillos con un desconocido...
De manera que apenas llegó a la Argentina, lo primero que hizo fue buscar trabajo. Lo encontró como empleado en una farmacia en la ciudad de Buenos Aires. Trabajó tres días. Al cuarto, le dijo a la farmacéutica que se iba. La mujer le preguntó porqué.
-Coño, que yo no he nacido para vivir como los pájaros enjaulados - contestó él.
A partir de ahí anduvo cinco años de croto, trabajando como peón golondrina. Entre tantas andadas, un día cayó a un boliche, en el Chaco, y se encontró con un tipo que le resultaba conocido.
-¿En que barco has venido tú? - preguntó el otro.
Él contestó:
-En el mismo que tú.
Era el tipo con el que había tenido el entrevero de cuchillos... Y ahí nomás se pagaron mutuamente un par de copas, como coterráneos y ex enemigos que eran. Esas son las vueltas que tiene la vida cuando el hombre camina, ¿no?
Después de andar de linyera y conocer un poco el país que lo había ido adoptando, y al cual él mismo había ido adoptando como suyo, el abuelo dijo:
-Me instalo en San Nicolás, y de aquí no salgo en treinta leguas a la redonda.
Uno de los factores de la inteligencia del hombre está en saber dónde está la riqueza y dónde la miseria. La riqueza del país está al sur de Santa Fe, sur de Córdoba, y norte de la provincia de Buenos Aires. Y así fue que se quedó en San Nicolás de los Arroyos, trabajando de empleado panadero con Don León Benito, un gallego que, aparte de ser su patrón, era su amigo.
Un día cualquiera el abuelo resolvió emanciparse y se radicó con su primera propia panadería en Morante, un pueblito en la provincia de Santa Fe, del otro lado del Arroyo del Medio, donde ya queda casi nada, aunque es un lugar histórico: ahí está el Oratorio de Morante, donde sepultaron a los muertos en la batalla de Pavón, en la Urquiza se enfrentó con las fuerzas porteñas comandadas por Mitre, en septiembre de 1861.
De allí pasó a Eréscano, otro pueblo pequeño, ya provincia de Buenos Aires. Volvió a instalar su panadería; producía el pan y lo repartía en el campo. Una de las chacras que tenía como cliente pertenecía a Don Darío Giorgi. Este hombre tenía seis hijas mujeres y un hijo varón. Entre las seis hijas mujeres, estaba Doña Ángela. El abuelo iba a llevar el pan y veía la ropa colgada de los tendederos. Un día se decidió a preguntar quién la lavaba. Don Darío contestó:
-Ángela.
-Coño - dijo el abuelo - cómo lava la ropa.
Y por eso se enamoró de ella.
Se casaron el 22 de octubre de 1923, y a quince días de estar casados fue a visitarlos Don León Benito, el ex patrón del abuelo. Cargaron algunas cosas, ataron al sulky un par de caballos y salieron. El abuelo solamente dijo “hasta luego”. Volvieron a los quince días.
Don Enrique había salido a buscar una nueva panadería para comprar, esta vez en Arrecifes. Ahí nacieron sus primeros hijos. Después de unos pocos años, se mudaron al lugar definitivo, al lugar donde ambos terminarían su vida. Llegaron el 2 de agosto de 1927. Por aquel entonces, en Inés Indart no había más que un boliche y la estación de ferrocarril.
lunes, 10 de septiembre de 2007
La ley de la ferocidad
No son pocos los libros en los que la relación padre–hijo es el eje de la narración.
Basta recordar, como al azar, La hora sin sombra, de Osvaldo Soriano, una búsqueda literaria y del origen del ser a través de las rutas argentinas montado en un Torino. Basta recordar, también, La invención de la soledad, de Paul Auster, su primera novela publicada, donde la muerte del padre es el motivo de la escritura. Nadar de noche, de Juan Forn, donde el relato que da título al libro narra el regreso de un padre desde la muerte para contarle a su hijo, a orillas de una pileta de natación, que la muerte es... como nadar de noche. O No oyes ladrar los perros, de Rulfo, y la carga y el peso de su hijo (“No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza”) herido sobre los hombros. Ambos heridos. El mismo Antonio Dal Masetto, con su El padre y otros relatos, una colección de textos breves, heterogéneos, en el que – como en gran parte de la obra del autor – se cuela la inmigración italiana.
En La ley de la ferocidad, la última novela de Pablo Ramos editada por Alfaguara, la muerte del padre es el disparador de la narración. Una narración violenta, vertiginosa; tan violenta y vertiginosa como la vida del personaje. Una locomotora narrativa llena de odios, rencores y malformaciones emocionales. Una novela existencialista. Mejor: un Bukowski existencialista que no hace más que regodearse en el fango mientras intenta vislumbrar ese cacho de luz allá a lo lejos que es la salvación.
Pablo Ramos lleva publicados el libro de poemas Lo pasado pisado, la novela El origen de la tristeza, y el libro de relatos Cuando lo peor haya pasado, Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes (2003) y Primer Premio Casa de las Américas de Cuba (2004).
Autorreferencial y vivencial, espejo de la experiencia, La ley de la ferocidad es también una especie de autobiografía ficcional en la que Ramos termina por mostrar (escrita en un presente continuo, pero siempre radicada en el pasado) una historia de vida atrapada en las redes tramposas que proponen las costumbres del descarrío. Una muestra de cómo hacer del monstruo interno un instrumento y un objeto del arte, planteando a cada línea los límites borrosos de las barreras morales, narrando (ferozmente) a través de una crónica cínica y sarcástica, una aventura moral. A modo de catarsis, para que el odio no se quede para siempre en la piel de la vida. La escritura es, entonces, sí, fe, misticismo e idealismo, catarsis y salvación.
Porque el enojo con un padre lleva, estrechamente, al enojo con la vida. Y cuál es la mejor forma de quebrantar esa red de trampas sino la conversión, la redención: pasar de ser hijo, a ser padre.
Basta recordar, como al azar, La hora sin sombra, de Osvaldo Soriano, una búsqueda literaria y del origen del ser a través de las rutas argentinas montado en un Torino. Basta recordar, también, La invención de la soledad, de Paul Auster, su primera novela publicada, donde la muerte del padre es el motivo de la escritura. Nadar de noche, de Juan Forn, donde el relato que da título al libro narra el regreso de un padre desde la muerte para contarle a su hijo, a orillas de una pileta de natación, que la muerte es... como nadar de noche. O No oyes ladrar los perros, de Rulfo, y la carga y el peso de su hijo (“No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza”) herido sobre los hombros. Ambos heridos. El mismo Antonio Dal Masetto, con su El padre y otros relatos, una colección de textos breves, heterogéneos, en el que – como en gran parte de la obra del autor – se cuela la inmigración italiana.
En La ley de la ferocidad, la última novela de Pablo Ramos editada por Alfaguara, la muerte del padre es el disparador de la narración. Una narración violenta, vertiginosa; tan violenta y vertiginosa como la vida del personaje. Una locomotora narrativa llena de odios, rencores y malformaciones emocionales. Una novela existencialista. Mejor: un Bukowski existencialista que no hace más que regodearse en el fango mientras intenta vislumbrar ese cacho de luz allá a lo lejos que es la salvación.
Pablo Ramos lleva publicados el libro de poemas Lo pasado pisado, la novela El origen de la tristeza, y el libro de relatos Cuando lo peor haya pasado, Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes (2003) y Primer Premio Casa de las Américas de Cuba (2004).
Autorreferencial y vivencial, espejo de la experiencia, La ley de la ferocidad es también una especie de autobiografía ficcional en la que Ramos termina por mostrar (escrita en un presente continuo, pero siempre radicada en el pasado) una historia de vida atrapada en las redes tramposas que proponen las costumbres del descarrío. Una muestra de cómo hacer del monstruo interno un instrumento y un objeto del arte, planteando a cada línea los límites borrosos de las barreras morales, narrando (ferozmente) a través de una crónica cínica y sarcástica, una aventura moral. A modo de catarsis, para que el odio no se quede para siempre en la piel de la vida. La escritura es, entonces, sí, fe, misticismo e idealismo, catarsis y salvación.
Porque el enojo con un padre lleva, estrechamente, al enojo con la vida. Y cuál es la mejor forma de quebrantar esa red de trampas sino la conversión, la redención: pasar de ser hijo, a ser padre.
domingo, 9 de septiembre de 2007
CICLO DE CHARLAS LITERARIAS
Con motivo del 106º Aniversario de la Sociedad Argentina de Protección Mutua y su Biblioteca Popular Dr. Tristán Lobos, se llevará a cabo el Ciclo de charla debate “Palabra oral, palabra escrita”.
El 14 de septiembre, desde las 21 horas: Sergio Pujol expondrá “Ideas e Historias del rock”. El 21 de septiembre, Pablo Ramos disertará sobre “Los libros en la calle. Literatura y supervivencia”, cerrando el ciclo Marcelo Larraquy el día 28 de septiembre con “1955-1980. Conflictos políticos en la historia reciente”. Estos escritores, además, presentarán sus libros recién editados.
La cita es en la Biblioteca Popular Dr. Tristán Lobos, esquina de calles Mitre y San Martín, Salto, Provincia de Buenos Aires, cada viernes desde las 21 horas.
Por consultas:
02474-15-568671
hernancarbonel@yahoo.com.ar
http://www.salto.gov.ar/
El 14 de septiembre, desde las 21 horas: Sergio Pujol expondrá “Ideas e Historias del rock”. El 21 de septiembre, Pablo Ramos disertará sobre “Los libros en la calle. Literatura y supervivencia”, cerrando el ciclo Marcelo Larraquy el día 28 de septiembre con “1955-1980. Conflictos políticos en la historia reciente”. Estos escritores, además, presentarán sus libros recién editados.
La cita es en la Biblioteca Popular Dr. Tristán Lobos, esquina de calles Mitre y San Martín, Salto, Provincia de Buenos Aires, cada viernes desde las 21 horas.
Por consultas:
02474-15-568671
hernancarbonel@yahoo.com.ar
http://www.salto.gov.ar/
viernes, 7 de septiembre de 2007
CARACOLAS BACK!
Para los que creían que la dupla K-H (que inspirara a Yaguer-Richar y Lenon-Macarni y Bielinson-Solari) estaba en proceso de defunsión, za!, les cambiamos el rumbo. He aquí al letra de una de las tantas canciones que - en silencio, despacito yy por las piedras - hemos ido construyendo en el anonimato. No tiene título, aún. "Amor de oftalmólogía" es uno tentativo.
Vos salías del consultorio
Con tu cabellera amarilla
Era demasiado para la primera vez
Yo estaba sentado en la silla
Te conocí por un amigo en común
Ese con nombre de pizza
Me cantaste una de Calamaro
Y nos morimos de risa
Hacía rato que veía mal
Por eso fui al oculista
una muela me tenía mal
Entonces salí para el dentista
Encontré un socio
Para el negocio
Ese de andar sin preguntas
Si lo hago bien, si lo hago mal.
¡SOS UN BALA!
Un par de amigos han opinado en relación a esto que leerán a continuación: “Hay que ser muy pelotudo o muy egocéntrico”. “Así da gusto salir a buscar argumentos. Se sugiere no copiar el método”. En breve, un ensayo literario al respecto... (La nota es de Clarín, como comprobarán en la extensión del título)
Condenan a un escritor polaco que convirtió en novela
el crimen del amante de su ex mujer
Kristian Bala fue sentenciado a 25 años de cárcel tras ser hallado culpable del asesinato cometido en diciembre de 2000. El escritor publicó una obra titulada Cólera, en la que narra el homicidio con tantos detalles que lo terminó convirtiendo en principal sospechoso.
El crimen conmovió a Polonia en diciembre de 2000. El cadáver mutilado de un empresario apareció flotando en el río Oder, en la ciudad de Wroclaw, cerca de la frontera con Alemania. Tenía las manos atadas detrás de la nuca y signos de haber sido torturado.
Tres años después, el polaco Krystian Bala publicó Amok, una novela en la que narra el asesinato con demasiados detalles. Tantos, que el escritor se convirtió en sospechoso del homicidio. Era un crimen casi perfecto, hasta que apareció en las librerías.
Bala fue condenado ahora a 25 años de prisión por matar al amante de su mujer y utilizar el crimen como argumento para escribir la obra. "Amoku", o "Cólera" en español, fue publicada en 2004 y pronto alcanzó gran popularidad en Polonia por las precisas descripciones.
El escritor se declaró en todo momento inocente, aunque la Justicia halló claras similitudes entre el crimen del libro y el verídico, cuya víctima, Dariusz J., mantenía un romance con la esposa del escritor.
En la novela, como también sucedió en la realidad, los celos llevan al protagonista a secuestrar al amante de su mujer por tres días. Lo mantiene encerrado en un sótano y finalmente lo apuñala y lo tira atado al río Odra, donde muere ahogado.
La policía comenzó su investigación en 2005 y la similitud entre los dos homicidios fue fundamental para acusar a Bala. ¿Un escritor tozudo que busca hasta los datos más ínfimos, o un asesino tan satisfecho con su crimen que decide volcarlo en una obra de ficción?
Fue esto lo que trataron de dilucidar los investigadores que, casi siete años después, decidieron no dar por cerrado el macabro caso. Dariusz J. era dueño de una pequeña agencia de publicidad. La novela cuenta detalles que sólo podía conocer la policía o el asesino.
Si bien Bala siempre dijo ser inocente, otras "coincidencias" complicaron al autor. Tras el hallazgo del cuerpo del empresario, las investigaciones determinaron que era un hombre respetado, exitoso y solvente. A primera vista, no había motivos para el brutal asesinato.
En su momento, la investigación policial no dio resultados concretos. Tal vez la pista más significativa fueron unos correos electrónicos que llegaron a un programa de la TV polaca desde Indonesia y Corea del Sur, que describían el asesinato como el "crimen perfecto".
Cinco años después, la policía recibió una llamada anónima. "Lean el libro Amok", sugería. El inspector jefe Jacek Wroblewski quedó helado con lo que encontró en esas páginas.
Contenían detalles realmente íntimos sobre el homicidio. Investigaciones posteriores mostraron que el empresario muerto era amigo de la ex esposa del escritor. Bala fue arrestado e interrogado, pero tres días después quedó libre por falta de pruebas.
El denuncia que fue golpeado e insultado. "Parecía que habían aprendido el libro de memoria. Me preguntaban sobre cada detalle", contó luego. "La policía tomó mi libro como si fuera una autobiografía y no una obra de ficción", se defendió.
Su ex esposa declaró en el juicio que el joven "era un obsesivo" que quería controlarla todo el tiempo. Además, los investigadores descubrieron que cuatro días después del crimen Bala vendió por Internet un teléfono celular igual al que tenía la víctima, que nunca apareció.
Y que estuvo en Indonesia y Corea del Sur, practicando buceo, justo cuando se recibieron aquellos sugestivos mensajes. Bala fue sometido a un detector de mentiras, digno de una novela policial, y salió airoso.
Su abogado afirma que las evidencias contra su cliente son pobres, pero el fiscal pidió 25 años de cárcel y ahora la Justicia lo teminó condenando dándole un broche final a este crimen que parecía perfecto.
Condenan a un escritor polaco que convirtió en novela
el crimen del amante de su ex mujer
Kristian Bala fue sentenciado a 25 años de cárcel tras ser hallado culpable del asesinato cometido en diciembre de 2000. El escritor publicó una obra titulada Cólera, en la que narra el homicidio con tantos detalles que lo terminó convirtiendo en principal sospechoso.
El crimen conmovió a Polonia en diciembre de 2000. El cadáver mutilado de un empresario apareció flotando en el río Oder, en la ciudad de Wroclaw, cerca de la frontera con Alemania. Tenía las manos atadas detrás de la nuca y signos de haber sido torturado.
Tres años después, el polaco Krystian Bala publicó Amok, una novela en la que narra el asesinato con demasiados detalles. Tantos, que el escritor se convirtió en sospechoso del homicidio. Era un crimen casi perfecto, hasta que apareció en las librerías.
Bala fue condenado ahora a 25 años de prisión por matar al amante de su mujer y utilizar el crimen como argumento para escribir la obra. "Amoku", o "Cólera" en español, fue publicada en 2004 y pronto alcanzó gran popularidad en Polonia por las precisas descripciones.
El escritor se declaró en todo momento inocente, aunque la Justicia halló claras similitudes entre el crimen del libro y el verídico, cuya víctima, Dariusz J., mantenía un romance con la esposa del escritor.
En la novela, como también sucedió en la realidad, los celos llevan al protagonista a secuestrar al amante de su mujer por tres días. Lo mantiene encerrado en un sótano y finalmente lo apuñala y lo tira atado al río Odra, donde muere ahogado.
La policía comenzó su investigación en 2005 y la similitud entre los dos homicidios fue fundamental para acusar a Bala. ¿Un escritor tozudo que busca hasta los datos más ínfimos, o un asesino tan satisfecho con su crimen que decide volcarlo en una obra de ficción?
Fue esto lo que trataron de dilucidar los investigadores que, casi siete años después, decidieron no dar por cerrado el macabro caso. Dariusz J. era dueño de una pequeña agencia de publicidad. La novela cuenta detalles que sólo podía conocer la policía o el asesino.
Si bien Bala siempre dijo ser inocente, otras "coincidencias" complicaron al autor. Tras el hallazgo del cuerpo del empresario, las investigaciones determinaron que era un hombre respetado, exitoso y solvente. A primera vista, no había motivos para el brutal asesinato.
En su momento, la investigación policial no dio resultados concretos. Tal vez la pista más significativa fueron unos correos electrónicos que llegaron a un programa de la TV polaca desde Indonesia y Corea del Sur, que describían el asesinato como el "crimen perfecto".
Cinco años después, la policía recibió una llamada anónima. "Lean el libro Amok", sugería. El inspector jefe Jacek Wroblewski quedó helado con lo que encontró en esas páginas.
Contenían detalles realmente íntimos sobre el homicidio. Investigaciones posteriores mostraron que el empresario muerto era amigo de la ex esposa del escritor. Bala fue arrestado e interrogado, pero tres días después quedó libre por falta de pruebas.
El denuncia que fue golpeado e insultado. "Parecía que habían aprendido el libro de memoria. Me preguntaban sobre cada detalle", contó luego. "La policía tomó mi libro como si fuera una autobiografía y no una obra de ficción", se defendió.
Su ex esposa declaró en el juicio que el joven "era un obsesivo" que quería controlarla todo el tiempo. Además, los investigadores descubrieron que cuatro días después del crimen Bala vendió por Internet un teléfono celular igual al que tenía la víctima, que nunca apareció.
Y que estuvo en Indonesia y Corea del Sur, practicando buceo, justo cuando se recibieron aquellos sugestivos mensajes. Bala fue sometido a un detector de mentiras, digno de una novela policial, y salió airoso.
Su abogado afirma que las evidencias contra su cliente son pobres, pero el fiscal pidió 25 años de cárcel y ahora la Justicia lo teminó condenando dándole un broche final a este crimen que parecía perfecto.
martes, 4 de septiembre de 2007
IMÁGENES PAGANAS
La sensación no es nueva pero la imagen, sí, es definitiva, original, irrepetible.
El hombre pequeño ante tanta inmensidad se para de frente al fenómeno que lo convoca, el cuello curvo, buscando las alturas. De súbito, inesperadamente (aunque haga horas que el hombre lo espera) un espectáculo de luces y colores invade desde el cielo el paisaje y sus ojos.
El hombre busca palabras para explicar lo que no cabe en sus razones: bandas fosforescentes que atraviesan el negro profundo del fondo, cortinas brillosas hechas de ráfagas y destellos; un cielo hecho de colores al estilo batik que choca con el blanco que se anida en el piso; una bandera en llamas abriéndose al viento, despuntando desde lo alto como si los dioses antiguos, con sus furias y torbellinos, hubieran bajado nuevamente a la tierra para soplar y enredar un inocente pañuelo de colores arrastrado por la mano de una inocente niña. Son efectos especiales que el hombre aún no ha duplicado porque, es innegable, le pertenecen sólo a la naturaleza.
Después del impacto sensorial, el hombre cae en que lo que está viendo se llama aurora boreal, un brillo en el cielo nocturno que sólo aparece en zonas polares y que debe su denominación a Aurora, la diosa romana del amanecer, y a la palabra griega Boreas, que significa viento. Como todo en este mundo, en su nombre está el origen.
A la belleza artística de la naturaleza se le suma la precisión de la ciencia.
El sol (situado a 150 millones de kilómetros de la Tierra) desprende partículas cargadas de energía, las cuales viajan por el espacio. Las nubes de partículas, llamadas plasma y conocida como viento solar, interactúan con los bordes del campo magnético de nuestro planeta; al chocar con los gases en la ionosfera (la parte de la atmósfera que se extiende hasta unos 100 kilómetros desde la superficie terrestre) empiezan a brillar, produciendo el espectáculo que conocemos como auroras boreal y austral, una interacción entre el viento solar y el campo magnético de la tierra. En definitiva: la variedad de colores (rojo, verde, azul, turquesa) no es más que energía en forma de luz visible.
El sol (situado a 150 millones de kilómetros de la Tierra) desprende partículas cargadas de energía, las cuales viajan por el espacio. Las nubes de partículas, llamadas plasma y conocida como viento solar, interactúan con los bordes del campo magnético de nuestro planeta; al chocar con los gases en la ionosfera (la parte de la atmósfera que se extiende hasta unos 100 kilómetros desde la superficie terrestre) empiezan a brillar, produciendo el espectáculo que conocemos como auroras boreal y austral, una interacción entre el viento solar y el campo magnético de la tierra. En definitiva: la variedad de colores (rojo, verde, azul, turquesa) no es más que energía en forma de luz visible.
lunes, 3 de septiembre de 2007
Bartleby
- No escribo más - le digo a mi mujer. Y dejo que la miguita de pan caiga sola sobre la mesa, con un ruido apenas perceptible y a la vez estridente.
- No te creo – contesta ella.
Lo que en realidad dice es que me conoce demasiado como para creerme.
- Es verdad – insisto –. Fijate, el blog es un espacio disponible que yo mismo me ido creando, y sin embargo lo desperdicio con boludeces: fotos, mensajes de amigos, entrevistas a vedettes, esas cosas. Al taller grupal dejé de ir y no envié nada tampoco a distancia... los concursos no me dan rédito...
- Primero, que una cosa es publicar o dar a conocer, y otra escribir – retruca, este lado de la boca llena de pollo y lechuga y zanahoria –. Además, empezaste el taller con X, que no es poco.
Piensa, seguro (o yo creo que piensa), que a esta parte de la cuestión la pierde; sabe que al taller con “X” fui una sola vez, que todavía no hubo “devolución” y que apenas agregué dos miserables capítulos a esa novela que no se deja escribir. Corregibles, aunque miserables. Y la culpa no es de ella (de la novela, digo).
Mi mujer traga. Lo baja todo con medio vaso de Ser sabor limón.
- Siempre decís lo mismo – retoma –. Que vas a dejar de escribir, y después volvés. Me llamas y me decís “mirá, mi amor, a ver, qué te parece...”. Y ahí quedo yo, leyendo.
- Puede ser – sus argumentos son cegantes, silenciadores. Marean. – Pero esta vez es distinto.
- Insisto. No te creo.
Corta en dos el ala, separa los frágiles huesos y se traba en lucha con uno de ellos.
- Para mí es uno de esos típicos parates tuyos. No sabés para dónde salir y entonces se te ocurren esas cosas. – Mientras encaro el típico cigarrillo al terminar de almorzar, me preparo a escuchar lo que viene –. Es parte de tu inseguridad. Todavía no te hacés cargo de que sos escritor, o, al menos, de que pretendés serlo; de que escribís, de que te gusta hacerlo, que tenés un montón de cosas por aprender; y, lo que es peor, sabés que cuando querés, podés. Es más – y eso también sonaba a sentencia, a dictamen –: seguro que andás en algo...
Tiene razón. Siempre tiene razón. Aunque me cueste admitirlo, debo aceptarlo. Tengo una carta (las de palabras, no las de copas y ases y espadas) en la manga, o más cerca todavía, llegando a la mano. Una historia sobre escritores que han dejado de ser escribir, cada uno con sus cosas, sus particularidades. Bierce, Salinger, Rimbaud, Bartleby, Hammett, alguno más. Como Chopin con el piano.
- Me juego a que vas a volver a hacerlo. – Su voz me devuelve al diálogo.
- Puede ser. Quién te dice – admito –. Pero que vuelva a hacerlo no significa que haya dejado de escribir.
Ella termina de limpiarse la boca con la servilleta de papel. Me mira con la misma cara de siempre, la que pone cada vez que se da cuenta que tiene razón. Siempre tiene razón.
- No te creo – contesta ella.
Lo que en realidad dice es que me conoce demasiado como para creerme.
- Es verdad – insisto –. Fijate, el blog es un espacio disponible que yo mismo me ido creando, y sin embargo lo desperdicio con boludeces: fotos, mensajes de amigos, entrevistas a vedettes, esas cosas. Al taller grupal dejé de ir y no envié nada tampoco a distancia... los concursos no me dan rédito...
- Primero, que una cosa es publicar o dar a conocer, y otra escribir – retruca, este lado de la boca llena de pollo y lechuga y zanahoria –. Además, empezaste el taller con X, que no es poco.
Piensa, seguro (o yo creo que piensa), que a esta parte de la cuestión la pierde; sabe que al taller con “X” fui una sola vez, que todavía no hubo “devolución” y que apenas agregué dos miserables capítulos a esa novela que no se deja escribir. Corregibles, aunque miserables. Y la culpa no es de ella (de la novela, digo).
Mi mujer traga. Lo baja todo con medio vaso de Ser sabor limón.
- Siempre decís lo mismo – retoma –. Que vas a dejar de escribir, y después volvés. Me llamas y me decís “mirá, mi amor, a ver, qué te parece...”. Y ahí quedo yo, leyendo.
- Puede ser – sus argumentos son cegantes, silenciadores. Marean. – Pero esta vez es distinto.
- Insisto. No te creo.
Corta en dos el ala, separa los frágiles huesos y se traba en lucha con uno de ellos.
- Para mí es uno de esos típicos parates tuyos. No sabés para dónde salir y entonces se te ocurren esas cosas. – Mientras encaro el típico cigarrillo al terminar de almorzar, me preparo a escuchar lo que viene –. Es parte de tu inseguridad. Todavía no te hacés cargo de que sos escritor, o, al menos, de que pretendés serlo; de que escribís, de que te gusta hacerlo, que tenés un montón de cosas por aprender; y, lo que es peor, sabés que cuando querés, podés. Es más – y eso también sonaba a sentencia, a dictamen –: seguro que andás en algo...
Tiene razón. Siempre tiene razón. Aunque me cueste admitirlo, debo aceptarlo. Tengo una carta (las de palabras, no las de copas y ases y espadas) en la manga, o más cerca todavía, llegando a la mano. Una historia sobre escritores que han dejado de ser escribir, cada uno con sus cosas, sus particularidades. Bierce, Salinger, Rimbaud, Bartleby, Hammett, alguno más. Como Chopin con el piano.
- Me juego a que vas a volver a hacerlo. – Su voz me devuelve al diálogo.
- Puede ser. Quién te dice – admito –. Pero que vuelva a hacerlo no significa que haya dejado de escribir.
Ella termina de limpiarse la boca con la servilleta de papel. Me mira con la misma cara de siempre, la que pone cada vez que se da cuenta que tiene razón. Siempre tiene razón.
ATACADOS AL ATAQUE
Para esos comunistas de salón, esos pseudo intelectuales porteños a los cuales les es tan fácil etiquetar y degradar a los genios mientras duermen el sueño opioso del sillón; para aquellos a los cuales les es muy fácil ejercer la crítica interna ligera mientras otros ponen la espalda para la lucha política y armada del FreChaFlo, EPG les dice: en la nueva plaza del pueblo (esa en torno a la cual todos giramos, como diría el Primo Lecu) EPG ha dejado su legado. Como dijo El Ave, el mundo es para los valientes, y se tiró de cabeza al lago Nahuel Huapi. Say no more.
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