martes, 16 de junio de 2020

Diálogo con mi perra acerca de la cuarentena



-No aguanto más –dice ella, desperezándose-. Se me hacen largos los días acá adentro.
-Te entiendo –anticipo, como para apaciguar a la fiera, si bien sé de antemano que no dará mucho resultado.
-Aunque te quiera a vos, aunque quiera a los pibes, me guste estar con ustedes, se me hacen largos.
-Claro.
-La cocina, el comedor, la puerta del baño durante el día y la tarde –sigue-, el solcito del patio a la siesta, la cucha al anochecer, el sillón por la noche. Siento que las geografías se me repiten, que todo concluye en un círculo infinito.
-Te entiendo –repito, y no puedo evitar acompañarla en el desasosiego.
-¿Te acordás cómo me llamo, no?
“¿Cómo no me voy a acordar, si lo repito mil veces al día?”, mascullo para mis adentros.
-¿Y te acordás por qué me llamo así? –insiste ella sobre lo consabido.
-Esca, por es-callejera –defino, llevando el dialogo a la tercera persona, como si fuera el Diego.
-Imaginate, entonces –y ahí sí, se lanza:- Imaginate lo que es para nosotros –y ahora es ella la que lo lleva a la tercera persona pero del plural, metiendo en la charla a los suyos- salir a caminar, a trotar, a correr, oler los olores de otros, buscar a escondidas ese resquicio en el cantero de un vecino, hincar las ancas, nosotras, levantar las patas, ellos, dejar el desperdicio por el que algún anónimo maldecirá al pisarlo. Olernos el culo, en definitiva –y en sus ojos adivino el pedido de clemencia por las formas vulgares del lenguaje que acaba de utilizar y por la problemática civil que acarrea la acción última que acaba de describir-. Caminar,  trotar, correr –repite-, vivir la adrenalina de cruzar una calle con la conciencia de nuestro propio peligro, sentirnos libres de toda libertad.
-Te entiendo –insisto, y en el pecho se me abre un surco nada fácil de soslayar. Y comprendo que lo mejor es cambiar de tema: -Te puse alimento, comé, me tiro en el sillón a mirar una serie de Netflix, te espero ahí para hacernos unos mimos.
Y la veo enderezar, cabizbaja, meditabunda, hacia el lavadero, en busca de su sustento alimenticio.