En la vida, muchas veces se sigue adelante con proyectos y certidumbres no sólo por el valor que ellos implican al mantenerlos, sino por la misma necesidad de justificar el tiempo que se les ha dedicado. Los personajes huidizos de las novelas de Auster (Azul, el investigador privado de Fantasmas; Fanshawe, el escritor sin cara de La habitación cerrada; Sachs, el hombre que se vuela en pedazos al borde de una carretera en Leviatán) rehuyen a esta suave justificación: son los menos, los que prefieren perder absolutamente todo lo que han conseguido para ir en busca de aquello que no tiene ni rostro ni nombre, el porqué de estar en ese lugar en ese momento, la razón de existencia del individuo en este mundo y no en otro. Quien no se lo pregunta, no huye, y quien huye es porque se ha formulado ese interrogante y ha partido en busca o evasión de sí mismo.
En las novelas de Auster, existe siempre alguien que escapa o desaparece. Uno, como mínimo. En Fantasmas, Azul, el personaje narrador, lee o vive (lo que, desde cierta perspectiva austeriana, en poco se diferencia) historias en las que se suceden las evaporaciones corporales: un hombre que estaba esquiando desaparece en la nieve y su hijo, muchos años después, halla el cadáver congelado (la misma anécdota se cuenta en la película Smoke); otro caso es el de Gris, quien pierde la memoria y pasa a llamarse Verde, y trabaja de mozo a dos cuadras de su antigua casa, similar al caso del Wakefield de Hawthorne.
En los personajes huidizos nunca se logra desentrañar del todo si están más cerca del lugar al que se dirigen de aquel del cual partieron, pero en ellos vive la condición épica del abandono. Y no sólo eso: se duplican. Si alguien huye, también deberá haber otro, el personaje narrador -pues quien se ausenta nunca narra- que se convertirá en su perseguidor para relatar la historia de la huida y ser testigo a distancia de ese hecho nominal. La huida tiene que ver estrictamente con la ausencia: si alguien se va, ya no está; entonces, se vuelve estrictamente necesario la presencia de su doble, antítesis y espejo a la vez, alguien que tome la voz del ausente para narrar las historias. Las ausencias “en cuerpo” de los personajes de Auster tiene que ver con el “no estar pero ser”. Quien está, está para cegar, y nadie puede decir que no está si no está. “El mundo está en mi cabeza. Mi cuerpo está en el mundo”.
(...)
martes, 28 de octubre de 2008
lunes, 27 de octubre de 2008
Los guerreros del patíbulo
Encontré el artículo que había perdido (los viejos backups son como un tesoro escondido en isla innominadas...), sobre concursos literarios...
De buscarle comparaciones, lo primero que aparece es la imagen de las arenas romanas. Dos o más guerreros desconocidos mirándose con odio, o, lo que es peor, con el aturdimiento y el desencanto de quien debe matar al otro aún en la ausencia del odio. Más perverso todavía el juego cuando el adversario es uno solo, el león al que nadie ama ni detesta pero que se convierte en el enemigo común en pro de la supervivencia. Otra imagen vendría de aquella película de nuestra niñez, Los doce del patíbulo, en la que los personajes negociaban con sus opresores la libertad a cambio de la participación en una misión secreta en plena Segunda Guerra Mundial. Seguramente los ejemplos, las alegorías, sobren. Y todas estas evocaciones tienen un porqué, a modo de reflejo, de comparación.
Hace varios años, un escritor amigo (anónimo es mejor) con una veintena de libros publicados, editor además, al ver los resultados de un concurso literario que de provincial había pasado a ser de alcance nacional, me decía sucintamente: “Yo se los dije”. Estaba claro: la mayoría de los autores seleccionados pertenecían a la Capital Federal. Lo cual no era nocivo en sí aunque, ya se sabe, Dios está en todos lados pero atiende...
En ese mismo concurso había actuado como pre-jurado otro amigo (cuando digo amigo quiero decir no más que cierto casual conocimiento, que no deriva exactamente de la nobleza y la sinceridad de la amistad de años, sino que ronda la confianza de dos que bien pueden llamarse conocidos), docente, escritor, corrector y director de una revista que a los ponchazos veía la luz. Un día fui a visitarlo a su departamento, un tres ambientes recién estrenado y con buenos muebles, sobre todo por la proporción y la variedad de la biblioteca. En el piso del comedor, bajo la ventana que daba al “pulmón”, dormían su sueño lento dos altas pilas de fotocopias. Le pregunté qué eran. ontestó que se trataba de los duplicados de los trabajos presentados al concurso en el que había intervenido como pre-jurado; los fallos ya se habían dado a conocer, así que él había decidido quedarse con las copias y utilizarlas como grandes libretas para apuntes.
No era un mal destino, después de todo: hay ciertos abonos para la tierra que están compuestos por organismos en proceso de descomposición. (Algo que me recordó aquello fue a las bases de aquellos certámenes que expresan: “los trabajos que no sea retirados por sus autores serán destruidos”).
El tercer caso que me viene a la memoria es el de otro escritor reconocido, mucho más premiado y publicado (anónimo es mejor, insisto). En uno de nuestros encuentros, allá en el pueblo natal y en un esfuerzo de tolerancia, este hombre aceptó leer un par de relatos míos. Quedamos en que pasaría a dejárselos por su casa de la gran ciudad. Allá fui, con un sobre repleto de lo que hoy no son otras cosa que bosquejos de una cosa blanda, fragmentaria e inconclusa, porciones de un universo incoherente y superpoblado por una acumulación de plagios y de citas sueltas.
Como este hombre no se encontraba en su casa, el portero, en un acto de riesgoso desatino que ponía en jaque la seguridad del edificio (¿o es que los escritores y sus amigos no son peligrosos?), me permitió que entrara, subiera los seis pisos y tirase el sobre por debajo de la puerta.
Un par de semanas después, me enteré que este hombre con el que había estado charlando y al que le había llenado el piso de papeles, sería jurado en un concurso al que pensaba presentarme con alguno de esos textos. Recuerdo haberlos trascripto en una computadora prehistórica, en DOS. “Puta”, pensé; “va a sospechar que lo hice a propósito”. Así que hubo un llamado, un mensaje en el contestador y el pedido que no los leyera, que cabía la posibilidad de que tuviera que hacerlo en otro momento, en otras circunstancias. ¿Cómo volverse creíble ante los hechos? ¿Cómo no sonar sugestivo en esa situación?
Lo más extraño es que, en aquellas charlas pueblerinas, este escritor me había recomendado varias veces: “Tenés que insistir con los concursos, es una forma de llegar”. Uno a veces cree saber adónde. A veces.
Con todo, y para no rechazar sugerencias, seguí presentándome a concursos literarios. La mayoría en los que fui seleccionado por aquellos años (luego vinieron otros...) se constituían, según ellos mismos, como “ediciones cooperativas”. La definición es simple: cada uno pone un poquito (más de dinero que de poesía) para publicar todos juntos y en familia a través de una rara especie de socialismo dominado menos por la camaradería que por las colaboraciones. Incluso llegué a elaborar una carta de respuesta, de la que guardo una también arcaica copia en algún disquete perdido, y de la cual hoy apenas se puede rescatar un párrafo: “sólo deberé objetar que mi política editorial me lleva a rechazar las publicaciones antológicas, cooperativas o pagas, como quiera llamárseles. Es la cuarta propuesta que recibo en un año, y a todas he comunicado lo mismo. No se sientan ustedes ofendidos por mi negativa; así como espero también seguir fiel a mis convicciones”. Bien testarudo, enérgico y utópico.
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De buscarle comparaciones, lo primero que aparece es la imagen de las arenas romanas. Dos o más guerreros desconocidos mirándose con odio, o, lo que es peor, con el aturdimiento y el desencanto de quien debe matar al otro aún en la ausencia del odio. Más perverso todavía el juego cuando el adversario es uno solo, el león al que nadie ama ni detesta pero que se convierte en el enemigo común en pro de la supervivencia. Otra imagen vendría de aquella película de nuestra niñez, Los doce del patíbulo, en la que los personajes negociaban con sus opresores la libertad a cambio de la participación en una misión secreta en plena Segunda Guerra Mundial. Seguramente los ejemplos, las alegorías, sobren. Y todas estas evocaciones tienen un porqué, a modo de reflejo, de comparación.
Hace varios años, un escritor amigo (anónimo es mejor) con una veintena de libros publicados, editor además, al ver los resultados de un concurso literario que de provincial había pasado a ser de alcance nacional, me decía sucintamente: “Yo se los dije”. Estaba claro: la mayoría de los autores seleccionados pertenecían a la Capital Federal. Lo cual no era nocivo en sí aunque, ya se sabe, Dios está en todos lados pero atiende...
En ese mismo concurso había actuado como pre-jurado otro amigo (cuando digo amigo quiero decir no más que cierto casual conocimiento, que no deriva exactamente de la nobleza y la sinceridad de la amistad de años, sino que ronda la confianza de dos que bien pueden llamarse conocidos), docente, escritor, corrector y director de una revista que a los ponchazos veía la luz. Un día fui a visitarlo a su departamento, un tres ambientes recién estrenado y con buenos muebles, sobre todo por la proporción y la variedad de la biblioteca. En el piso del comedor, bajo la ventana que daba al “pulmón”, dormían su sueño lento dos altas pilas de fotocopias. Le pregunté qué eran. ontestó que se trataba de los duplicados de los trabajos presentados al concurso en el que había intervenido como pre-jurado; los fallos ya se habían dado a conocer, así que él había decidido quedarse con las copias y utilizarlas como grandes libretas para apuntes.
No era un mal destino, después de todo: hay ciertos abonos para la tierra que están compuestos por organismos en proceso de descomposición. (Algo que me recordó aquello fue a las bases de aquellos certámenes que expresan: “los trabajos que no sea retirados por sus autores serán destruidos”).
El tercer caso que me viene a la memoria es el de otro escritor reconocido, mucho más premiado y publicado (anónimo es mejor, insisto). En uno de nuestros encuentros, allá en el pueblo natal y en un esfuerzo de tolerancia, este hombre aceptó leer un par de relatos míos. Quedamos en que pasaría a dejárselos por su casa de la gran ciudad. Allá fui, con un sobre repleto de lo que hoy no son otras cosa que bosquejos de una cosa blanda, fragmentaria e inconclusa, porciones de un universo incoherente y superpoblado por una acumulación de plagios y de citas sueltas.
Como este hombre no se encontraba en su casa, el portero, en un acto de riesgoso desatino que ponía en jaque la seguridad del edificio (¿o es que los escritores y sus amigos no son peligrosos?), me permitió que entrara, subiera los seis pisos y tirase el sobre por debajo de la puerta.
Un par de semanas después, me enteré que este hombre con el que había estado charlando y al que le había llenado el piso de papeles, sería jurado en un concurso al que pensaba presentarme con alguno de esos textos. Recuerdo haberlos trascripto en una computadora prehistórica, en DOS. “Puta”, pensé; “va a sospechar que lo hice a propósito”. Así que hubo un llamado, un mensaje en el contestador y el pedido que no los leyera, que cabía la posibilidad de que tuviera que hacerlo en otro momento, en otras circunstancias. ¿Cómo volverse creíble ante los hechos? ¿Cómo no sonar sugestivo en esa situación?
Lo más extraño es que, en aquellas charlas pueblerinas, este escritor me había recomendado varias veces: “Tenés que insistir con los concursos, es una forma de llegar”. Uno a veces cree saber adónde. A veces.
Con todo, y para no rechazar sugerencias, seguí presentándome a concursos literarios. La mayoría en los que fui seleccionado por aquellos años (luego vinieron otros...) se constituían, según ellos mismos, como “ediciones cooperativas”. La definición es simple: cada uno pone un poquito (más de dinero que de poesía) para publicar todos juntos y en familia a través de una rara especie de socialismo dominado menos por la camaradería que por las colaboraciones. Incluso llegué a elaborar una carta de respuesta, de la que guardo una también arcaica copia en algún disquete perdido, y de la cual hoy apenas se puede rescatar un párrafo: “sólo deberé objetar que mi política editorial me lleva a rechazar las publicaciones antológicas, cooperativas o pagas, como quiera llamárseles. Es la cuarta propuesta que recibo en un año, y a todas he comunicado lo mismo. No se sientan ustedes ofendidos por mi negativa; así como espero también seguir fiel a mis convicciones”. Bien testarudo, enérgico y utópico.
Gugl
Antes, los escritores, cuando dudábamos, la imagen oficial de la incerteza era la página en blanco. Esa versión, casi romántica, derivó en la praxis de la sensación misma: se escribieron novelas acerca de la imposibilidad de escribir.
Luego devino el Word y sus herramientas básicas, pero el fondo de pantalla seguía con el blanco, conservando la pureza del martirio. Hoy también, aunque pavimentándolo con las ya consabidas siete letras: primera y cuarta del mismo color; también segunda y sexta.
Google (“Gugl”, para nosotros, que venimos de los diaguitas) es nuestra imagen oficial, la saturación de la pureza, la verdad contemporánea del conocimiento: la necesidad, la búsqueda fácil -un sopapo a la vez que caricia- de las ideas.
Respuesta a la nota “Donde la ficción encuentra asidero en lo real” de Revista Ñ
Escribo a modo de respuesta a la nota “Donde la ficción encuentra asidero en lo real” de Ñ número 265, acerca de la Feria del Libro de Junín de septiembre pasado. La nota contiene inmejorables errores periodísticos. Cito dos muy notorios: En primer lugar, Franco Vaccarini no es oriundo de Junín, sino que nació y se crió en el campo, yendo y viniendo entre Chacabuco y Lincoln. Si bien es cierto que Junín queda a mitad de camino, eso de ninguna manera podría cambiar el acta de nacimiento del Sr. Vaccarini. Luego, que Sylvia Iparraguirre -si bien figuraba en el programa de la Feria- no pudo concurrir, puesto que su esposo, Abelardo Castillo, fue operado días antes, y ella, razonablemente, eligió permanecer con él.
Estuve en esa Feria; presentando mi libro, incluso. Y, más allá del loable y fructífero esfuerzo de la gente de la organización, que mucho y muy bien ha trabajado para que todo saliera de la mejor manera, tal como salió, dudaría que las 15.000 personas fueran más reales que imaginarias. Por otra parte, la presencia de la ciudad de Junín en los textos de Borges daría, creo, más para un artículo literario que para una crónica ferial.
Errores, en definitiva, que sólo hubiesen podido subsanarse de antemano enviando un periodista al lugar de los hechos.
Estuve en esa Feria; presentando mi libro, incluso. Y, más allá del loable y fructífero esfuerzo de la gente de la organización, que mucho y muy bien ha trabajado para que todo saliera de la mejor manera, tal como salió, dudaría que las 15.000 personas fueran más reales que imaginarias. Por otra parte, la presencia de la ciudad de Junín en los textos de Borges daría, creo, más para un artículo literario que para una crónica ferial.
Errores, en definitiva, que sólo hubiesen podido subsanarse de antemano enviando un periodista al lugar de los hechos.
Escritores de literatura juvenil en Salto
El pasado jueves 23 de octubre, estuvieron en nuestra ciudad los escritores de literatura infantil y juvenil Mario Méndez y Jorge Grubissich.
Mario Méndez dio sus charlas en la Escuela 29 (para chicos de 1° a 6° grado) y en la Escuela Nuestra Señora del Rosario (donde los alumnos, durante buena parte del año, leyeron sus libros “El monstruo de las frambuesas”, “El partido y otros cuentos”, y “Patagonia, tres viajes de misterio”).
Jorge Grubissich, autor de “El caso del robo al correo” (Editorial Amauta), se hizo presente en la Escuela 6 y en la Escuela 30 (donde se hizo representó la adaptación teatral de su novela), y en la Escuela 27, en la que Grubissich participó de la Maratón de Lectura.
Ambos escritores dialogaron con los chicos, respondieron a sus preguntas, se sacaron fotos y firmaron ejemplares. Además, alumnos y maestras les retribuyeron su presencia con aplausos y obsequios varios.
Es válido señalar que la presencia de estos autores en Salto (que se suma a las visitas de Lucía Laragione y Emilio Saad la semana anterior a las escuelas San José y Nuestra Señora del Rosario, y de Carolina Tosi en el mes de agosto a la Escuela 2) se da gracias al esfuerzo conjunto de las editoriales independientes Abran Cancha, Crecer Creando y Amauta.
Los autores
Mario Méndez nació en Mar del Plata y vive en Buenos Aires. Es escritor, maestro, tallerista y editor. Ha publicado numerosos cuentos y más de diez novelas, entre las que pueden destacarse “Cabo Fantasma” (Premio Fantasía 1998), “El monstruo del arroyo” (también publicada en México, Chile y Uruguay), “El tesoro subterráneo”, “Brujas en el bosque” y “Pedro y los lobos”.
Jorge Grubissich nació en Buenos Aires en 1962. Ha estudiado las carreras de Filosofía y Edición en la Universidad de Buenos Aires. Es músico, periodista, escritor y editor. Fue colaborador de las revistas 3 puntos, TXT y Clásica. Ha publicado dos novelas para adultos. “El caso del robo al correo” es su primera novela para jóvenes lectores; actualmente, tiene una segunda a punto de editarse.
Lucía Laragione nació y creció en Buenos Aires. Algunos títulos de sus libros son: “Amores que matan”, “Tratado universal de monstruos”, “El mar en la piedra”, “El gran Brancaleone y otros cuentos”. También ha publicado obras de teatro para adultos. En el extranjero, sus libros han sido publicados en Chile, México, España y Francia y sus obras de teatro estrenadas en España, Francia y Portugal.
Emilio Saad nació en Tucumán y vive en Buenos Aires. Es periodista, autor de historietas, dibujante, escritor, dramaturgo y trabajador social. En 1990 su cuento “La regadera que jugaba al carnaval” ganó el segundo premio en un concurso realizado por la “Fundación El Libro”, ALIJA y editorial Colihue, y fue publicado en la antología “¡Ufa!, seis cuenteros más”. Ha publicado los cuentos “El recreo del sombrero” en la antología ¡Todos al recreo! y “El ovillo del destino”, en La última rebelión, libro que reúne cuentos de nuestra historia, ambos publicados por la editorial Amauta.
Carolina Tosi nació en 1975 en la ciudad de Buenos Aires. Se recibió de profesora y licenciada en Letras en la UBA y actualmente está cursando la maestría de Análisis del Discurso en esa universidad. Se desempeña como editora y docente en los niveles terciario y universitario, participa de proyectos de investigación y es colaboradora de la revista literaria Ñ. Es autora de libros de texto para el nivel primario y secundario, así como de artículos académicos de literatura, lingüística y edición. Ha dictado numerosos cursos de especialización en lectura y escritura para docentes, y también talleres literarios para chicos. “Cerro Dulce, el pueblo de la magia” es su primera novela.
http://www.e-amauta.com.ar/
http://www.crecercreando.com.ar/
http://www.abrancancha.com/
lunes, 20 de octubre de 2008
Entrevista a Samanta Schweblin
Hay en los personajes de “El núcleo del Disturbio” una idea de quiebre, de necesidad de cambio; perciben un destino pero o no saben cuál es, o lo saben y no se animan a enfrentarlo. Uno puede oír el murmullo de cuando se preguntan a ellos mismos si creer en lo que hacen o lo que esperan, si es cierto que están tan perdidos y vacíos como parecen.
Si, por lo general mis personajes no toman decisiones, ni llevan adelante las historias. Más bien sucede lo contrario, es la historia la que lleva al personaje agarrado de las narices. Supongo que sobreviven en un mundo sin libre albedrío, más o menos como el nuestro.
Cuando vos lo ganaste, el Concurso Haroldo Conti todavía gozaba de prestigio y repercusión. En estos años decayó. ¿Cómo ves ahora el tema de los concursos literarios?
Hay concursos que todavía gozan de prestigio, y son justamente los concursos en los que los jurados se manejan con más transparencia, como los del Fondo Nacional de las Artes, o mismo el Casa de las Américas (que ahora muchos confunden con “Casa de América”, pero no tienen absolutamente nada que ver). Es verdad que en cualquier concurso, por más transparentes y profesionales que sean los jurados, la suerte tiene también su peso, pero a la larga son promotores de las nuevas voces. Yo particularmente, hace ocho años atrás, siendo inédita, cuentista y teniendo 23 años me acerqué a una gran editorial y logré que me editaran, y creo que en ese sentido lo que me abrió las puertas -al menos a la lectura del material por parte de ellos, que ya es gran cosa en estos días-, fueron justamente los premios.
No hace mucho hablaba con Pablo Ramos de su experiencia de haber ganado el premio Casa de las Américas. El lo definía como algo incomparable. ¿Cómo fue para vos? ¿Te quedaste un tiempo en la isla, cómo viste a Cuba? Y: ¿quién va a editar “La furia de las pestes”?
Viajé inmediatamente a la isla, pero no por el premio, sino porque unos meses antes, el Centro Onelio -que es en Cuba algo así como “la escuela oficial de escritores”-, ya me había convocado al Primer Encuentro de Jóvenes Narradores Latinoamericanos, junto a otros 26 escritores de distintos países. Fue un encuentro increíble, ocho días de Festival donde lo único que se hizo fue tomar ron y hablar de literatura. Veintisiete latinoamericanos y cien cubanos de todas las provincias.
Quiero contar un detalle –no tan menor- que nos impactó mucho a todos los latinoamericanos. En un panel de discusión del festival sobre literatura y mercado, un cubano señaló “la facilidad que tienen para editar su material inmediatamente después de ser escrito”. Por supuesto, no criticaba “la facilidad de edición”, sino la edición sin filtro, incluso del propio escritor, que a veces esto generaba. Pero más allá de eso, me acuerdo de nuestras caras –me refiero al resto de los latinoamericanos-, no podíamos creerlo.
Después me quedé unos doce días más, y aproveché para conocer gran parte del equipo de Casa de las Américas, y pasear por el interior, fuera de La Habana.
“La furia de las pestes”, que ahora se llamará “Pájaros en la boca”, se editará por Planeta en Mayo del 2009. En realidad estaba programado para Mayo de este año, pero como el libro ganó el concurso, las bases indican que es Cuba quien tiene la prioridad de edición, así que tuvimos que posponer la edición en Argentina para el año que viene.
Hace unos días, le preguntaba también a Cucurto sobre qué aportan a la escritura nuevos registros como la historieta, la tele, el blog, el video. Vos estudiaste Imagen y Sonido. ¿Opera en tu literatura ese cruce entre diferentes discursos?
Seguramente mis estudios de cine deben haber influenciado, puede que mi literatura sea bastante visual, aunque tampoco es algo que yo vea particularmente, lo digo más bien porque es algo que suele señalarse. Pero no creo que ni la historieta, ni la tele, ni el blog me aporten particularmente a la hora de escribir. No creo que formen parte de la literatura a no ser que alguna historia en particular los precise como personajes, claro. Esta polémica nueva de si el blog viene o no a quitarle un espacio la literatura… No, por supuesto que no. Puede que, en algunos blogs, se escriba literatura, pero un blog no es un cuento ni es una novela, es otra cosa distinta, con sus propias reglas y excepciones.
Cómo enfrentas tu proyección cuentística frente a un mercado que adora y se enrola detrás de la novela.
Me desilusionan un poco los editores que consideran a los cuentistas “promesas de escritores”, les tienen fé, confían en que, tarde o temprano, escribirán una novela. Creo que incluso hay algo de eso en algunos lectores. Pero fuera de eso, a nivel personal, siento que mi interés está arraigado en la potencia y la precisión del cuento. Me es un género tan atractivo, que más de los dos tercios de mi biblioteca son cuentos. No poder vivir de la literatura, tiene una gran ventaja: uno escribe lo que quiere, y el mercado hace su camino.
En muchos de los relatos de “El núcleo del disturbio” –entre otras tantas cosas– está muy presente la idea del viaje: la valija, la estación de servicio, la estación de tren, el campo, la ruta.
En muchos de los relatos de “El núcleo del disturbio” –entre otras tantas cosas– está muy presente la idea del viaje: la valija, la estación de servicio, la estación de tren, el campo, la ruta.
Sí, me gusta la ruta como idea. Cuando uno va por la ruta, y se detiene en un lugar, no sabe nada de nada de ese sitio, todo puede suceder, y a la vez, cuando uno retoma la ruta, lo que queda atrás desaparece. En el nuevo libro hay más ruta y más campo también.
¿Qué esperás de esta estadía mexicana?
¿Qué esperás de esta estadía mexicana?
Estoy contentísima. Estaré en Oaxaca, del 15 de Septiembre al 15 de Diciembre escribiendo en una residencia de artistas. La idea es avanzar con el tercer libro, pasear un poquito si los tiempos y el dinero alcanzan, y leer mucho. Nunca antes había participado en una beca de este tipo, y la idea de esta estancia paradisíaca me suena tan inverosímil, que estoy ya hace varios días esperando que algún ruso me diga que todo es un engaño y el plan es “trata de blancas”, como en la películas, o que alguien llame diciendo que todo es un error de tipeo, y mi beca está suspendida. Pero nada de eso sucede por ahora.
http://www.lagaceta.com.ar/nota/294586/LGACETLiteraria/Samanta_Schweblin.html
http://www.lagaceta.com.ar/nota/294586/LGACETLiteraria/Samanta_Schweblin.html
domingo, 12 de octubre de 2008
Salutacion a Gabriel Báñez
El amigo Gabriel se ha alzado con el Primer Premio Internacional Novela Letra Sur con su nouvelle "La cisura de Rolando". Para festejarlo desde acá -ambito web- una entrevista reciente, fresquita, fragmentos de la que aun no ha sido editada en La Gaceta, donde se cita a la bestia ganadora...
¿Cómo viene esto de la edición / reedición en francés de algunas de tus obras para Francia, Bélgica y Suiza? Si no me equivoco, se trata de “Hacer el odio”, “El curandero del cuarto oscuro”, “Los chicos desaparecen” y “Virgen”.
Viene como una carambola. La carambola de una generosa lectora y asesora en Bretaña (Irene) que, habiéndome leído, insistió y entusiasmó a estos editores para que compraran parte de la obra que yo tenía publicada aquí. Los libros son esos, pero en orden al estricto azar de las cuatro bandas aparece primero “Los chicos desaparecen”, luego “Hacer el odio”, sigue “El curandero del cuarto oscuro” y por último “Virgen”. “Los chicos desaparecen” va con prólogo de Luis Chitarroni. Y el contrato es hasta el 2014
“Los chicos desaparecen” se reedita después de la versión fílmica de la novela. ¿Cómo viste el hecho de que una historia tuya se volviera película?
Aquí la editó Atlántida, en Francia ya había sido publicada por Alfil Editions, y ahora la reedita nuevamente con otra traducción “La dernière goutte”. Ver que una historia propia se vuelva película forma parte de un argumento de ajenidad, no creo en las pertenencias. En el cine tengo la pésima costumbre de leer argumentos. ¿Es mío ese film? La apropiación intelectual trasluce siempre una vulgata personal. Fue lo que le dije al director a Norman Briski, durante el rodaje: “Es de ustedes”. Yo ya tengo mi versión de la historia, ellos la suya. Para mí, sin embargo, la profundidad de campo de la escritura es mayor que la de cualquier lente.
Tu novela anterior, “Cultura”, dio que hablar, sobre todo por la relación con tu trabajo como editor en La Comuna, la editorial de la Municipalidad de La Plata. ¿Cómo fue esa búsqueda paródica? Y: ¿en qué consiste, estrictamente, tu trabajo como editor en La Comuna?
Ibáñez, el personaje, es un disociado. Y si dio que hablar es porque es escritor y editor. Pero las simetrías no me recuperan. La clave de la novela quizá sea paródica, entendiendo al humor como un recurso de la desesperación. Luego, ¿no es uno un desesperado, y no es la cultura el make-up de esa desesperación? Sangre de utilería, repetía Mishima. Mi lectura errada de “Cultura” es que trata sobre el encarnizamiento, la psiquiatrización farmacológica. Yo tengo una versión en miligramos de la historia; en la superficie hay pasos de comedia y hasta de absurdo. Pero no sé. Como editor, dos cosas: abrir el juego a inéditos y jamás hacer una biblioteca personal.
El común de la gente cree que las nuevas herramientas de comunicación están circunscriptas a las nuevas generaciones. Desdiciéndolos, te creaste un blog. Por qué “corte y confección”. ¿Es un gesto irónico sobre tu propia calva?
Mi madre cosía para afuera. Yo hago lo mismo: escribo para afuera. Costuras, hechuras como decía ella. Es un homenaje. Pero nunca nada queda bien: allá una manga que chinga, acá un ruedo que cae mal o la sisa que hay que tomar. La calvicie, en cambio, es la culminación de un muy efectivo tratamiento capilar que hice hace algunos años. Lo inicié para poder quedar calvo, precisamente. Satisfacción garantizada: hoy puedo mostrar los resultados.
Como parado sobre la idea de que la realidad copia al arte –a la literatura, en este caso– vos te adelantaste a la Guerra de Malvinas con “El Capitán Tres Guerras va a la guerra”; con la ficcionalización de “Octubre amarillo” al juicio oral de Barreda; con “Paredón paredón”, a los muros que dividen Estados Unidos de México e Israel de Palestina. ¿Hay una cualidad oculta en el hombre que le asigna profecías para contarlas?
¿Me adelanté? Es raro, siempre me parece estar tarde de todas las cosas. Los efectos animan a las causas y el azar, en el que creo como dogma, alentó esos títulos. Me gustaría poder decir que tengo el don de la percepción, pero no. Pasa que la existencia –que es una cuestión de tiempos verbales-, a veces coincide, conjuga, con la escritura. En “Paredón paredón” la que se divide es Buenos Aires, algunos muros son invisibles también, no sólo de concreto.
Cómo es eso de tu reivindicación de los errores a la hora de la escritura. Y por qué “la escritura” y no “la literatura”.
Cómo es eso de tu reivindicación de los errores a la hora de la escritura. Y por qué “la escritura” y no “la literatura”.
Literatura me suena a canon, cosa juzgada o fósil. Escritura es palabra imperfecta, orgánica, anárquica y tumultuosa. Soy un fanático del error, un hijo creciente. Escritura es proteica; literatura, enciclopedia.
¿Qué se puede adelantar de tus dos nouvelles que se editarán en Argentina el próximo año? Si no me equivoco, una de ellas –“Cisura”– es sobre un chico que no puede hablar, de la que fuiste adelantando algo en el blog.
“Cisura” es autobiográfica en el sentido de que uno escribe porque no sabe hablar. Sobre esta disfunción –afasia temporal alojada en la Cisura de Rolando, tal el diagnóstico-, trata la historia. La otra nouvelle, “Terapia”, cuenta los lacanianos esfuerzos que hace una primera persona a fin de volverse homosexual. Es una historia parecida a la de la calvicie. Lo mismo: creo que en poco tiempo se van a poder mostrar los primeros resultados.
¿Qué se puede adelantar de tus dos nouvelles que se editarán en Argentina el próximo año? Si no me equivoco, una de ellas –“Cisura”– es sobre un chico que no puede hablar, de la que fuiste adelantando algo en el blog.
“Cisura” es autobiográfica en el sentido de que uno escribe porque no sabe hablar. Sobre esta disfunción –afasia temporal alojada en la Cisura de Rolando, tal el diagnóstico-, trata la historia. La otra nouvelle, “Terapia”, cuenta los lacanianos esfuerzos que hace una primera persona a fin de volverse homosexual. Es una historia parecida a la de la calvicie. Lo mismo: creo que en poco tiempo se van a poder mostrar los primeros resultados.
Blog en sí:
Escribe Gabriel Báñez en su blog: “Lo que veo es que el blog respira mejor, porque no está esa idea fatal de perfección. Incluso uno se expone más también, y eso es bueno eso, se torna más vulnerable. Es menos patrimonial también. Son nuevas formas de escritura, soportes diferentes, más al acceso y al alcance de todos. Una comunidad democrática más amplia, más pluralista, más caótica”. “Hay gente que tiene sus temores, que se siente vulnerada. A mí me encanta; que me roben, me encanta. La voy subiendo por capítulos por una cuestión de mecánica del blog, en el medio van otras cosas, pero… si la quieren robar, que la roben. Ya tuve el placer de escribirla”.
La cosa parece tener que ver con su reivindicación de los errores a la hora de la escritura y de porqué “escritura” y no “literatura”.
La cosa parece tener que ver con su reivindicación de los errores a la hora de la escritura y de porqué “escritura” y no “literatura”.
–Literatura me suena a canon, cosa juzgada o fósil. Escritura es palabra imperfecta, orgánica, anárquica y tumultuosa. Soy un fanático del error, un hijo creciente. Escritura es proteica; literatura, es enciclopedia.
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