viernes, 12 de abril de 2024

Entrevisté a Alejandra Kamiya y no lo recordaba

 Lo he contado varias veces: entrevisté a Abelardo Castillo la noche del 22 de marzo de 2012, en un programa de radio llamado Margaritas a los chanchos, en vivo, vía telefónica. Esa crónica ya fue publicada en prensa y en libro, por lo cual mejor pasémoslo de largo. En ese momento, él estaba con los alumnos de su taller, los cuales, dijo Abelardo con humor, “están muy contentos con el reportaje, porque aprovechan para no hacer nada”. Incluso, hacia el final de la charla, pasó el teléfono y pude dialogar con algunos de ellos.

La última pregunta a Abelardo había sido sobre los géneros literarios: “Aquellos escritores con los que yo me formé, eran escritores que podían escribir en casi todos los géneros. Ahora: entendido esto, y entendido en que no creo en los géneros literarios sino en el hombre encarado con la materia de la literatura, creo que, en mi caso, no sé para el lector, lo que tiene más fuerza es el cuento”. 

Hace un par de semanas, mientras releía “Un desayuno perfecto” de Alejandra Kamiya para dar un taller sobre narraciones cortas en segunda persona, se me acercó un vago recuerdo de esa charla con Abelardo. Fue mi amigo Germán Jorge quien me confirmó que la entrevista estaba libre en internet.  Aquella noche de 2012, cuando le pregunté si, en su taller, sus alumnos trabajaban la novela, el cuento o la multiplicidad de géneros, Abelardo redobló la apuesta proponiéndome que le preguntara a alguno de ellos, que contestaría con más efectividad que él.

Primero fue el turno de Ariel –juro que mi curiosidad daría mucho por conocer su apellido–, que dijo que a Abelardo “le encanta dar sorpresas”; que esa noche, ya que era la entrevista, no habían leído textos propios, sino un canto de la Divina Comedia; que lo que más solían leer era cuentos y que, al menos él, cuando terminaba un relato, lo leía, corregía en el taller y, en todo caso, empezaba a escribir otra cosa. “Es doloroso cuando se escribe algo que después no funciona”, cerró.

Pregunté cuántos eran: nueve, dijo Ariel, diez con Abelardo. (No pude evitar imaginarla a Sylvia dando vueltas por la casa, la bandeja con café, en la oscuridad de la noche.) Entonces interrumpió Castillo: “Oíme, quiero que le hagas una pregunta a una escritora de mi taller. Ella es novelista. Entonces te puede explicar es el problema del cuento y la novela en el taller. Se llama Alejandra Kamiya. Tené en cuenta el nombre porque lo vas a oír muy seguido”.

Se oyen murmullos de fondo. Digo, como para llenar ese espacio de silencio que pesa toneladas en el aire de la radio, que esto es casi un “adelanto editorial”. Nos saludamos respetuosa, cálidamente con Alejandra. Se la nota, al principio, algo tímida, cohibida ante la situación. Luego se explaya.

–Yo empecé trabajando cuentos, también –arranca Kamiya–, y después me fui dando cuenta yo, y también mis compañeros, que mis cuentos tendían a dejar de lado la anécdota y centrarse más en los personajes. Un poco la diferencia entre el cuento y la novela, ¿no?, además de, obviamente, la extensión. Y fui haciendo ese cambio de rumbo casi sin darme cuenta. Y ahora estoy trabajando sobre una novela, pero no está ni a mitad de camino.

–¿Y de qué va?

–Es de una familia... yo soy de origen japonés... es de una familia japonesa en Argentina, en la que la protagonista, la narradora, se termina convirtiendo una mujer pescadora.

–Algo muy fuerte a la cultura oriental.

–Lo primero que traje es algo que para mí tenía forma de cuento pero que está como en el centro de la novela, que era la muerte de uno de los personajes principales. Fue algo que escribí suelto, y lo gracioso que me pasó –gracioso, o ridículo, o patético– es que lo traje y no podía parar de llorar cuando lo leía. Ahí me di cuenta que estaba trabajando algo que para mí era muy importante.

“Algo que para mí tenía forma de cuento pero que está como en el centro de la novela”. Me recordó a Cortázar confesando que lo primero que había escrito de Rayuela era aquel capitulo con Oliveira y el puente entre las dos ventanas y el paquete de yerba. “La muerte de uno de los personajes principales”: ¿la muerte de aquella mujer de “Un desayuno perfecto”?

¿Qué habrá pasado con esa novela que no estaba ni a mitad de camino? ¿En qué parte del camino habrá quedado? Alejandra Kamiya no publicó, aún, ninguna novela. Sí varios libros de cuentos: “Los restos del secreto y otros cuentos”, “Los árboles caídos también son el bosque” y “El sol mueve la sombra de las cosas quietas”, estos dos últimos, doy fe, maravillas de la sutileza, la búsqueda poética, el tono, las imágenes, el detalle, un cuidado –casi obsesivo– trabajo con el lenguaje. Tenía razón Castillo que íbamos a oír muy seguido de ella.

Eterna cadencia acaba de publicar su siguiente libro, “La paciencia del agua sobre cada piedra” que contiene cuentos como “La garza” o “La pregunta de Rawson”. La/s pregunta/s: ¿Qué habrá pasado con esa novela que no estaba ni a mitad de camino? ¿En qué parte de ese camino habrá quedado? Algún día, quizás, me anime a preguntárselo.

 

martes, 6 de junio de 2023

Entrevista a Roberto Musso

Fragmento de una entrevista a Roberto Musso, vocalista, guitarrista y fundador de El Cuarteto de Nos. 2016, para Revista Acción.

-¿Qué le debe El Cuarteto de Nos a otras bandas de rock uruguayo pos dictadura de los 80, teniendo en cuenta que sacaron sus primeros discos por aquella época?

Pertenecemos a una generación que tuvo que vivir la adolescencia en plena dictadura militar. Esa etapa de la vida que a uno lo marca más que ninguna otra. Y cuando vino la democracia nuevamente, que nos encontró a nosotros cursando los estudios universitarios, fue una época de una efervescencia cultural muy grande. Creo que paso algo similar allá en Argentina, tanto en bandas nuevas, en artistas plásticos como en el cine y el teatro que surgieron en ese momento. Fue un momento en que se formó un momento muy interesante y creo que fue lo que marcó la historia de El Cuarteto de nos de ahí para adelante.

-¿Por qué creés que se dio el "desembarco" de tantas bandas uruguayas en Argentina, a principios de los 90? ¿Qué condiciones se dieron para eso?

Uruguay siempre tuvo músicos muy destacados. En general, el rock había estado un poco sumido en las fronteras del público más que uruguayo, te diría montevideano. Pero en los ’90, con una nueva generación de gente que apoyó a la música –no estrictamente músicos: sonidistas, productores artísticos, productores ejecutivos, iluminadores– que no había quizás en la generación de la cual proveníamos nosotros, eso le dio un envoltorio a ese diamante en bruto que eran las canciones y los artistas, que lo hizo más escuchable fuera de las fronteras. Creo que fue ese el porqué de la exportación y del momento que vive hoy el rock uruguayo,

-Y llegando hasta hoy: ¿por qué creés que pudieron sostenerse con éxito en nuestro país?

La historia de El Cuarteto es un poco particular en ese contexto. Es un poco mentiroso que empezamos hace tanto tiempo porque éramos muy chiquilines; arrancamos tocando con doce o trece años de edad. Y lo raro es que nos mantengamos casi todos los integrantes de la formación original y con el mismo nombre. Hasta el disco Navidad en las trincheras, del ’96, era una propuesta sumamente amateur la nuestra, y solamente como un divertimento. A partir de ese disco, que sigue siendo el disco de rock más vendido de toda la historia en Uruguay, nos posicionó en un lugar diferente. Sin embargo, no trascendió fronteras, fue un poco para aquí y para un under bonaerense, nada más. Recién en el 2006, cuando sale Raro, que es el disco que nos abrió la puerta para Argentina y Latinoamérica, fue que pasamos a vivir específicamente de la música y de El Cuarteto. Y quedaba la duda de si iba a ser un grupo de Raro hacia adelante o de Raro hacia atrás. Por suerte, cuando vinieron los otros tres discos (Bipolar, Porfiado y Habla tu espejo), nos dieron un marco para seguir mirando para adelante. Creo que el sostenerse fue casi tan difícil como dar el puntapié inicial.

jueves, 22 de diciembre de 2022

Más de 100 jugadores sin ganar un mundial

Esta es la lista de jugadores que jugaron mundiales para Argentina entre 1990 y 2018 y no salieron campeones, o sea, entre la anterior copa obtenida en México y esta ganada en Qatar. 


Javier Mascherano 4


Abel Balbo 3

Claudio Caniggia 3

Sergio Agüero 3 (*)

Roberto Sensini 3

José Chamot 3

Diego Simeone 3

Gabriel Batistuta 3

Ariel Ortega 3

Roberto Ayala 3

Juan Sebastián Verón 3

Hernán Crespo 3

Maxi Rodríguez 3

Gonzalo Higuaín 3


José Basualdo 2

Sergio Goycochea 2

Matías Almeyda 2

Claudio López 2

Germán Burgos 2

Pablo Cavallero 2

Marcelo Gallardo 2

Javier Zanetti 2

Juan Pablo Sorín 2

Walter Samuel 2

Pablo Aimar 2

Gabriel Heinze 2

Carlos Tévez 2

Rodrigo Palacio 2

Nicolás Burdisso 2

Martín Demichelis 2

Mariano Andújar 2

Sergio Romero 2

Lucas Biglia 2

Enzo Pérez 2

Marcos Rojo 2


Edgardo Bauza

Gabriel Calderón

Gustavo Dezotti

Néstor Fabbri

Néstor Lorenzo

Pedro Monzón

José Serrizuela

Juan Simón

Pedro Troglio

Fabián Cancelarich

Ángel David Comizzo

Sergio Vázquez

Fernando Redondo

Ramón Ismael Medina Bello

Fernando Cáceres

Jorge Borelli

Hernán Díaz

Hugo Pérez

Leonardo Rodríguez

Alejandro Mancuso

Norberto Scoponi

Carlos Roa

Mauricio Héctor Pineda

Pablo Paz

Nelson Vivas

Leonardo Astrada

Sergio Berti

Marcelo Alejandro Delgado

Mauricio Pochettino

Diego Placente

Claudio Husaín

Gustavo López

Cristian González

Roberto Bonano

Roberto Abbondanzieri

Fabricio Coloccini

Esteban Cambiasso

Javier Saviola

Juan Román Riquelme

Leo Franco

Gabriel Milito

Leandro Cufré

Julio Ricardo Cruz

Lucho González

Oscar Ustari

Diego Pozo

Clemente Rodríguez

Mario Bolatti

Ariel Garcé

Jonás Gutiérrez

Martín Palermo

Diego Milito

Javier Pastore

Ezequiel Garay

Hugo Campagnaro

Pablo Zabaleta

Fernando Gago

Agustín Orion

Augusto Fernández

Federico Fernández

Ricardo Álvarez

Ezequiel Lavezzi

José Basanta

Nahuel Guzmán

Wilfredo Caballero

Gabriel Mercado

Cristian Ansaldi

Federico Fazio

Éver Banega

Maximiliano Meza

Eduardo Salvio

Giovani Lo Celso (*)

Cristian Pavón


(*) No jugaron por lesiones o dolencias cardíacas, pero fueron

parte de la delegación de Qatar2022.


domingo, 20 de febrero de 2022

PERÓN VUELVE (antología)


“El peronismo es un movimiento pendulante, donde entra un poco de todo: lo mejor y lo peor. Y un relato fantástico. Porque el peronismo, más allá de ser un movimiento político -y cuando digo movimiento político hablo de un movimiento que ejecutó políticas reales, en las cuales uno puede estar de acuerdo o no- hay un relato fantástico, porque el peronismo es abarcativo”, dijo alguna vez Diego Capusotto en una entrevista.

Podríamos agregar: lo fantástico como elemento de la ficción. Un pensamiento que atraviesa la Historia y también la literatura. De eso se trata Perón vuelve, antología de cuentos recientemente editada en la colección Andanzas de Tusquets, con selección de Sergio Olguín y María Graciela Franco. “El hecho maldito del país burgués”, dice Reynaldo Sietecase en el prólogo, citando a J. W. Cook. La lectura, entonces, ejercicio de la memoria.

Los textos que la componen viven, a la manera de la Historia misma, en el vaivén entre el encono y la reivindicación, y atraviesan hitos trascendentales varios: el bombardeo del ‘55, el levantamiento de Valle, Ezeiza, la indeleble figura de Eva. Pero no remiten en exclusiva al pasado –hablando esta vez en sentido literario–, ya que muchos de ellos son inéditos: “Boulevard Perón 1974”, de Eugenia Almeida; “Soy yo”, de Esther Cross; “Ezeiza”, de Mariana Dimópulos; “Evita Capitana”, de Inés Garland; “Let’s talk about it”, de Alejandra Laurencich; “Hacia un mundo mejor”, de Ángela Pradelli y “La muerte de Selva y el Diablo Coludo”, de Ana María Shua. A los que se suman otros con firma de fuste como Abelardo Castillo (“Los muertos de Piedra Negra”), José Pablo Feinmann (“Digamos boludeces”), Néstor Perlongher (“Evita vive”), Ricardo Piglia (“Mata Hari 55”), Osvaldo Soriano (“Gorilas”) y Germán Rozenmacher (“Cabecita negra”). Mención especial para “Colimba”, de Tomás Eloy Martínez, ficción autobiográfica que remite a una anécdota de su paso por el ejército, originalmente titulado “Primavera del 55” y publicado en un medio neoyorquino.

Claro que en esa condición de, a la vez, abarcativo e inabarcable que ostenta el peronismo, talla tanto lo que entra como lo que queda afuera. Pensemos en otros relatos: en “Desagravio” de Piglia y en “La mujer muerta” de David Viñas, en “Simulacro” y “La fiesta del monstruo” de Borges –el segundo, con Bioy–, el hemingwayniano “Esa mujer” del gran Rodolfo Walsh, ese delirio lingüístico que es “El fiord” de Lamborghini (y las claves de Wilcock para leerlo) o la elipsis de “Felicidad” del propio Wilcock.

Ya en 2000, y a través de editorial Norma, Sergio Olguín había compuesto una antología homónima, con cuentos de Cortázar, Luna y Fogwill, entre tantos otros, muchos aquí ya citados, y prólogo de Jorge Lafforgue. “La constelación de textos completa la otra cara que garantiza la existencia de la moneda”, como bien dice Reynaldo Sietecase.


MEMORIAS DE UNA VIDA REBELDE


Defensora de los derechos humanos, feminista, docente universitaria, investigadora académica, poeta, cuentista, columnista de radio. A veces una vida podría resumirse en unas pocas palabras, pero es ahí donde, como decía Neruda, las palabras se adelgazan a veces. Eso sucede con Reyna Diez.

Su nombre completo era Carmen Josefina Luisa Suarez Wilson. Nacida en 1914 en Pergamino, provincia de Buenos Aires, se crio en la cercana Junín. Su padre fue fundador del diario El Mentor; su madre, una activa defensora de los derechos femeninos y laborales. Quizás de allí mamó Reyna la sabia necesaria para ponerse al hombro su primera actividad colectiva: salir en defensa de un grupo de anarquistas injustamente acusados de un atentado, en lo que se llamó Los presos de Bragado, una de las primeras luchas obreras argentinas.

Luego vinieron los años de matrimonio, la llegada de los hijos y la mudanza a Los Toldos, donde creó el Instituto Esteban Echeverría, ciudad de la que debió partir junto a su familia a causa del golpe del ’55.

En 1974, Reyna Diez fue la primera mujer en ocupar un decanato en la Facultad de Humanidades de la UNLP, con una impresionante visión modernista y reformista de los planes de estudio, casi en paralelo a sus investigaciones académicas centradas en literatura regional. La CNU y la Triple A ya acechaban y, una vez instaurada la dictadura militar, perdió a una de sus hijas (en pareja con Jorge Moura, hermano de los fundadores de Virus, también desaparecido), otra de ellas pasó casi una década detenida ilegalmente, y otro partió al exilio. Allí Reyna conformó Familiares de Detenidos Desaparecidos y Presos por Razones Políticas en La Plata, se sumó a Madres de Plaza de Mayo y representó a Argentina en FEDEFAM (Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familiares de Detenidos Desaparecidos).

Concluyó sus días en casitas humildes de barrios alejados del centro platense, rodeada de nietos, mascotas, plantas y bibliotecas. Murió en 2001, a los 87 años.

Florencia Báez se sirvió de un profundo trabajo de investigación en archivos varios y recolección de testimonios (compañeros de trabajo y de militancia, hijos, nietos, amigos y más) para reconstruir, desde diferentes registros, esa vida dedicada a la lucha contra las injusticas, una inteligente interpretación de la realidad y contribuciones intelectuales (llegó a conocer a Idea Vilariño y a Gabriela Mistral). La de Reyna, una de esas existencias no tan anónimas que flotan en la historia contemporánea y que es necesario rescatar a la hora de reconstruir memoria colectiva y cultura general.

domingo, 27 de junio de 2021

Forn, esa pileta inmensa

 

Escribo esto al calor de la tristeza –porque en la tristeza suele anidar también la calidez-, de la noticia recién conocida. Se nos fue Juan Forn.

Lo conocí como lector (¿habrá manera mejor?) allá en los ’90, con ese impresionante libro que es Nadar de noche. Guardo las marcas con lápiz de la primera lectura del cuento que da título al volumen –breve, certero, emotivo, daga en el pecho, efectivo como pocos– y de la clase imperecedera de relato largo que es “El borde peligroso de las cosas”. ¿Vieron alguna vez entrar y salir a un narrador de esa manera? Véanlo, está ahí.

Pasé por Puras mentiras y alguna que otra de sus novelas, pero fue María Domecq, relato mítico familiar por excelencia, la que, como suele decirse, me partió la cabeza: “Cuando terminé María Domecq, que era un libro en el que me quería quedar a vivir”, me contó en una entrevista que hicimos vía telefónica en plena pandemia, él y su verborragia inigualable desde Gesell, “me di cuenta de que lo tenía que soltar. Así que, cuando lo solté, tenía una depre tremenda, y además sentía que no tenía ningún interés en escribir narrativa y no sabía dónde meterme”.

Y donde se metió fue en Los Viernes –así, con mayúsculas–, las columnas de P12 en las que inventó un género nuevo donde caben la biografía, la autobiografía, la crónica, la sociología, el artículo periodístico y la Historia atravesados por fabulosas vidas célebres y anónimas. ¿Se podía hacer buena literatura con personajes reales? Claro que se podía.

Cada viernes amanecíamos –y las tostadas con queso, como nosotros, sabrán que ya no lo haremos- famélicos de sus columnas como quien aguarda el sermón de la montaña. Con el desayuno nomás entraba la magia de esa caterva de personajes inolvidables sostenidas por una sola cualidad: la voz única de los que saben escribir porque antes supieron ser mejores lectores. Ahora, como dijo mi amigo Germán Jorge, los viernes serán apenas un día más en la semana.

El año pasado, desde Fundación La Balandra armamos un ciclo de lectura a partir de sus columnas. Serguei Dovlatov, Danilo Kis, Joseph Brodsky, Dubravka Ugresic, Boris Pilniak, esos rusos y europeos del Este que tanto lo convocaban.

El ciclo cerró con una charla en vivo con Juan. De fondo, la luz del atardecer marino. Más acá, él, su mate, su vicio y su voz. “Yo uso la literatura como campo de experimentación antes de probar las cosas en la vida”, dijo, entre risas. “Basta que digas que una cosa no se puede hacer en literatura para que encuentres que alguien la hizo o la va a hacer en algún momento”, dijo, también, y: “La vida la entendés mirando para atrás, el problema es que hay que vivirla mirando para adelante”. Y: “Piglia me dijo una vez: 'el criterio como lector es selectivo, el criterio como editor es aglutinante’”. Forn había partido al medio la historia de la edición argentina de los ’90 con la colección Biblioteca del Sur de Planeta, y volvió al ruedo con los raros-peinados-nuevos-y-viejos que es Rara Avis de Tusquets. Cuando Piglia murió, Forn escribió una columna titulada “El escritor que enseñaba a leer”. Esa máxima le cabe a él también, ineludiblemente.

Es difícil escribir sobre la muerte de los seres queridos. Forn no lo era para mí, apenas si lo oí cuarenta minutos por teléfono y dos horas por videoconferencia, pero fue, sí, un escritor querido, y eso a veces es mucho más que una cara conocida en la cena de Navidad o Año Nuevo.

Como dijo alguien por ahí, por escribir tanto y tan bien le ganó tiempo a la muerte, como Jaromir Hladík, aquel personaje de “El milagro secreto” de Borges que, frente al pelotón de fusilamiento, logra detener el tiempo para terminar su obra inconclusa. O como en aquel cuento suyo, cuando el hijo le pregunta a su padre muerto:

“– ¿Y cómo es? -dijo él.

El padre desvió los ojos y miró la pileta.

-Como nadar de noche -dijo. Y las ondulaciones de la luz se reflejaron en su cara. -Como nadar de noche, en una pileta inmensa, sin cansarse.”

Forn se fue el día del padre. El destino, a veces, se gasta unos fichines con los elegidos.

 

jueves, 27 de mayo de 2021

Entrevista a Hernán Ronsino


Su Chivilcoy natal –una ciudad del interior de la provincia de Buenos Aires, rodeada por ríos y pura pampa- se coló hondo en su obra, tanto en la trilogía novelística que componen La descomposición, Glaxo y Lumbre (2007, 2009 y 2013 respectivamente, editados por Eterna Cadencia, en las que reinciden personajes como Pajarito Lernú, Abelardo Kieffer o el Bicho Souza), como en los artículos y ensayos de Notas de campo (Excursiones, 2017). Títulos que se suman a los tempranos cuentos de Te vomitaré de mi boca (2003) y su última novela, Cameron (Eterna Cadencia, 2018). “La cartografía de un territorio es la columna que vertebra una lengua”, señala Hernán Ronsino, “esa cosa de silencio, de hipocresía, pero al mismo tiempo de rumor continuo. Cómo se construyen los relatos en ese entramado pueblerino, un entramado denso”.

El pandémico 2020 le trajo el Premio Anna Seghers, dotado de 12.500 euros, que distingue anualmente tanto a un autor de lengua alemana como a uno latinoamericano. “Escribir es inventar una lengua que se camufla, que muta en busca de su propio brillo. Escribir es habitar una lengua en tránsito”, escribió en su discurso de aceptación.

Actualmente ejerce como docente de Sociología en la UBA y da talleres de escritura “enfocados al acompañamiento de un proceso de escritura, lo que se conoce como clínica de obra”, además de, confiesa, trabajar en una novela -la historia de un pianista- que se llamará Una música.

-Tanto en la trilogía Descomposición-Glaxo-Lumbre como en tu libro de ensayos Notas de campo está muy presente la noción de pueblo, en el sentido de ciudad de provincia. Podemos hablar de Briante, de Conti, de Castillo, de Dal Masetto, muchos más. Incluso de Piglia con su Bolívar. Parece haberte marcado mucho esa noción.

-En esta tradición que mencionás, y que es tan central en mi formación, la cartografía de un territorio es la columna que vertebra una lengua. O, se podría pensar también de un modo inverso, que es la lengua la que vertebra el espacio imaginario. Me gusta que esa tensión no esté resuelta. Que se suceda una especie de dialéctica permanente entre territorio y lengua. Con respecto a esto, hay una cita de Bruno Schultz que me impresionó mucho cuando la leí en su cuento y que la retomo en Notas de campo: “Mi padre conservaba en el cajón inferior de su amplio escritorio un hermoso plano antiguo de nuestra ciudad”. Es la primera frase de “La calle de los cocodrilos”. Un cuento donde la presencia de ese mapa de la ciudad le permite al narrador explorar –imaginariamente o, mejor, en esa zona de imprecisión que domina el universo de Schultz– una calle. “Era evidente que el cartógrafo se había negado a recorrer esta zona como parte legítima de la ciudad”, dice Schulz. Me gusta pensar que la escritura es lo más parecido a imaginar y explorar mapas ilegítimos, zonas olvidadas. Y concretamente es en el territorio de la oralidad marginal, orillera del pueblo, donde me interesa buscar una poética: una lengua que se presenta erosionada. Hay palabras “mal dichas”, hay “una lengua malhablada” que circula por los márgenes. Es esa lengua la que me interesa. Hay una anécdota en torno a esto: por ejemplo, en Lumbre aparece un capítulo que se llama Paráiso. Durante mucho tiempo Lumbre se iba a llamar Paráiso. Luego quedó como capítulo de la novela. Pero lo que me interesa de esa palabra es recuperar un modo viejo y rural de nombrar a un árbol que se llama paraíso. El paráiso es la manera popular o “malhablada” de nombrarlo. En esa acentuación corrida, desfasada está filtrándose la lengua erosionada que me interesa rescatar como poética.

-Si bien sos mayormente novelista, en Notas de campo te animaste al ensayo breve. Por ahí andan Sarmiento, Hernández, Martínez Estrada, Saer, Piglia, los viajes, la lengua, el oficio de la escritura. ¿Cómo se gestó ese breve volumen?

-Notas de campo reúne una serie de artículos y ensayos que fui escribiendo en distintas épocas para revistas, blogs, congresos literarios y antologías. Surgieron de un modo disperso, pero los integra, creo, un eje en común que tiene que ver con los temas y autores que reaparecen en mi escritura. La editorial Excursiones tiene una colección de ensayos muy bonita y fue muy lindo poder participar del catálogo que están armando en donde cada libro va acompañado, en su diseño estético, por la obra de un pintor contemporáneo. En el caso de mi libro se trata de Tulio de Sagastizabal.

-Me gustaría que ahondes en la relación entre Sarmiento y Chivilcoy, que describís en ese libro.

-Hay una larga y compleja historia entre Sarmiento y Chivilcoy que a mí me interesa mucho. Y también por la forma en que se manifestó esa relación tanto en algunos lugares de la ciudad como en la manera de evocar su historia. Me refiero al libro que cuenta la historia de Chivilcoy, escrito por Mauricio Birabent (el padre de Moris, el abuelo de Antonio), que se llama El pueblo de Sarmiento. Sarmiento, cuando pasa por Chivilcoy con el Ejército grande, queda fascinado con la zona y luchará, primero, por una ley de tierras con la que se terminará con la ley de enfiteusis y después, como presidente, tomará el modelo productivo que surge de esa distribución de tierras en pequeñas granjas (el modelo de los farmers norteamericanos) para proponer un proyecto utópico (otro más en Sarmiento) para ocupar la pampa. Por eso Sarmiento se enfrenta a la lógica de la concentración oligárquica de las tierras con el modelo de Chivilcoy. Y de ahí surge, en su discurso de asunción como presidente, que propone “Hacer cien Chivilcoy”. Es decir, una distribución productiva de la tierra contra la lógica de la concentración. Claramente ese proyecto va a fracasar con la oligarquía que triunfa a fines del siglo XIX.  Por eso Sarmiento está muy pegado a la identidad del pueblo. Pero hay otros que cuestionan a Sarmiento porque se lo confunde con el fundador del pueblo, cuando el fundador fue Rosas, que creó el partido. Chivilcoy lleva las tres grandes marcas del siglo XIX: Rosas, Sarmiento y el nombre mapuche. Con Gerardo Panero hicimos un documental en donde leemos críticamente el libro de Birabent, que se puede ver acá: https://www.youtube.com/watch?v=6AFLBz0FKDk&t=395s

-¿Cómo se dio lo del Premio Anna Seghers 2020? ¿Podrías contar de qué consta, cuál es su tradición?

-El premio Anna Seghers se entrega en homenaje a la autora alemana, una de las grandes autoras del siglo XX que sufrió la persecución del nazismo y tuvo que exiliarse a México. Después de la guerra volvió a Alemania y se transformó en una gran referente intelectual de la RDA. Antes de morir dejó explicitado que con el dinero de sus derechos de autor se hiciera un premio destinado a “los nuevos autores” tanto en lengua alemana como autores de América latina, en gratitud por la manera en que fue recibida en México. De modo que es un premio anual, que se entrega desde hace varios años: lo han ganado Pedro Lemebel, Gioconda Belli, Fabián Casas, Lina Meruane y tantos más. Así que estoy muy feliz con ese reconocimiento.

-Tu novela Cameron, si no me equivoco, la escribiste en el exterior.

-Después de Lumbre sentí que necesitaba otro aire, diría. Y había algunas líneas abiertas, a su vez, en esa novela que me interesaban profundizar. Me refiero a los diarios de Pajarito Lernú que aparecen en Lumbre. Esas historias que rompen con el tono que predomina en la novela. Algo de esa irrupción, del extrañamiento de esas historias que suceden en zonas de una Europa fantasmal es el antecedente que le abre las puertas a Cameron. De modo que si bien Cameron se materializó en el extrañamiento que sentía al estar en el extranjero (la escribí en Zúrich) y rodeado por un paisaje que no me era familiar (el duro invierno suizo) retomó muchas de las líneas que se abrieron, como fisura, en Lumbre. Por eso, también, me permití jugar con la aparición de Pajarito en Cameron. Porque no hay Cameron sin esos cuadernos de Pajarito. Y teniendo en cuenta un relato de mi primer libro de cuentos en el que aparece una obra de teatro escrita por el propio Pajarito, la presencia fantasmal de Pajarito en Cameron la pienso como eco de sus cuadernos: ¿y si Cameron es una historia escrita por el propio Pajarito, si es parte de esos cuadernos que no aparecen en Lumbre? Preguntas con las que me gusta jugar y armar posibles conexiones.

-Publicaste un libro de cuento, Te vomitaré de mi boca, y recuerdo haber leído alguno que otro que se publicó en el suplemento Verano/12 de Página/12. ¿Seguís cultivando el género cuento?

-Ese primer libro que salió en 2003 fue un intento por tantear y explorar un territorio. Es una maniobra de preparación, podría decir. Hay algunos cuentos de ese libro que rescataría. Después de eso vinieron las novelas. Y las ideas que aparecían para escribir cuentos se fueron enredando en las novelas. Pero, de todos modos, tengo varios cuentos que escribí y, es cierto, algunos salieron en Verano/12. El último que escribí se llama “Los ladrones”. Cada tanto vuelvo al cuento pero siento que el espacio de la novela es el que más me gusta habitar.

-Me gustaría que contaras aquella anécdota sobre la poetisa apócrifa chivilcoyana que inventaste.

-Cuando empecé a escribir había conseguido un espacio en un suplemento dedicado a la juventud en el diario local. Ahí escribía de cine, de libros, de rock. Y una vez le hice un homenaje a una poeta local que había sido asesinada por anarquistas a principios del siglo XX. Muchos años después supe que una persona muy apasionada por la historia local le dedica cada año en su programa de radio un homenaje a la poeta asesinada. El dato que explica todo esto es que la historia de la poeta la inventé y entonces cada año el tipo homenajea a una poeta inventada. Fue algo muy impresionante.