Lo he contado varias veces: entrevisté a Abelardo Castillo la noche del 22 de marzo de 2012, en un programa de radio llamado Margaritas a los chanchos, en vivo, vía telefónica. Esa crónica ya fue publicada en prensa y en libro, por lo cual mejor pasémoslo de largo. En ese momento, él estaba con los alumnos de su taller, los cuales, dijo Abelardo con humor, “están muy contentos con el reportaje, porque aprovechan para no hacer nada”. Incluso, hacia el final de la charla, pasó el teléfono y pude dialogar con algunos de ellos.
La última pregunta a Abelardo había sido sobre los géneros literarios: “Aquellos escritores con los que yo me formé, eran escritores que podían escribir en casi todos los géneros. Ahora: entendido esto, y entendido en que no creo en los géneros literarios sino en el hombre encarado con la materia de la literatura, creo que, en mi caso, no sé para el lector, lo que tiene más fuerza es el cuento”.
Hace un par de semanas, mientras releía “Un desayuno perfecto” de Alejandra Kamiya para dar un taller sobre narraciones cortas en segunda persona, se me acercó un vago recuerdo de esa charla con Abelardo. Fue mi amigo Germán Jorge quien me confirmó que la entrevista estaba libre en internet. Aquella noche de 2012, cuando le pregunté si, en su taller, sus alumnos trabajaban la novela, el cuento o la multiplicidad de géneros, Abelardo redobló la apuesta proponiéndome que le preguntara a alguno de ellos, que contestaría con más efectividad que él.
Primero fue el turno de Ariel –juro que mi curiosidad daría mucho por conocer su apellido–, que dijo que a Abelardo “le encanta dar sorpresas”; que esa noche, ya que era la entrevista, no habían leído textos propios, sino un canto de la Divina Comedia; que lo que más solían leer era cuentos y que, al menos él, cuando terminaba un relato, lo leía, corregía en el taller y, en todo caso, empezaba a escribir otra cosa. “Es doloroso cuando se escribe algo que después no funciona”, cerró.
Pregunté cuántos eran: nueve, dijo Ariel, diez con Abelardo. (No pude evitar imaginarla a Sylvia dando vueltas por la casa, la bandeja con café, en la oscuridad de la noche.) Entonces interrumpió Castillo: “Oíme, quiero que le hagas una pregunta a una escritora de mi taller. Ella es novelista. Entonces te puede explicar es el problema del cuento y la novela en el taller. Se llama Alejandra Kamiya. Tené en cuenta el nombre porque lo vas a oír muy seguido”.
Se oyen murmullos de fondo. Digo, como para llenar ese espacio de silencio que pesa toneladas en el aire de la radio, que esto es casi un “adelanto editorial”. Nos saludamos respetuosa, cálidamente con Alejandra. Se la nota, al principio, algo tímida, cohibida ante la situación. Luego se explaya.
–Yo empecé
trabajando cuentos, también –arranca Kamiya–, y después me fui dando cuenta yo,
y también mis compañeros, que mis cuentos tendían a dejar de lado la anécdota y
centrarse más en los personajes. Un poco la diferencia entre el cuento y la
novela, ¿no?, además de, obviamente, la extensión. Y fui haciendo ese cambio de
rumbo casi sin darme cuenta. Y ahora estoy trabajando sobre una novela, pero no
está ni a mitad de camino.
–¿Y de qué va?
–Es de una
familia... yo soy de origen japonés... es de una familia japonesa en Argentina,
en la que la protagonista, la narradora, se termina convirtiendo una mujer
pescadora.
–Algo muy fuerte
a la cultura oriental.
–Lo primero que traje es algo que para mí tenía forma de cuento pero que está como en el centro de la novela, que era la muerte de uno de los personajes principales. Fue algo que escribí suelto, y lo gracioso que me pasó –gracioso, o ridículo, o patético– es que lo traje y no podía parar de llorar cuando lo leía. Ahí me di cuenta que estaba trabajando algo que para mí era muy importante.
“Algo que para mí tenía forma de cuento pero que está como en el centro de la novela”. Me recordó a Cortázar confesando que lo primero que había escrito de Rayuela era aquel capitulo con Oliveira y el puente entre las dos ventanas y el paquete de yerba. “La muerte de uno de los personajes principales”: ¿la muerte de aquella mujer de “Un desayuno perfecto”?
¿Qué habrá pasado con esa novela que no estaba ni a mitad de camino? ¿En qué parte del camino habrá quedado? Alejandra Kamiya no publicó, aún, ninguna novela. Sí varios libros de cuentos: “Los restos del secreto y otros cuentos”, “Los árboles caídos también son el bosque” y “El sol mueve la sombra de las cosas quietas”, estos dos últimos, doy fe, maravillas de la sutileza, la búsqueda poética, el tono, las imágenes, el detalle, un cuidado –casi obsesivo– trabajo con el lenguaje. Tenía razón Castillo que íbamos a oír muy seguido de ella.
Eterna cadencia acaba
de publicar su siguiente libro, “La paciencia del agua sobre cada piedra” que
contiene cuentos como “La
garza” o “La
pregunta de Rawson”. La/s pregunta/s: ¿Qué habrá pasado con esa novela que no
estaba ni a mitad de camino? ¿En qué parte de ese camino habrá quedado? Algún
día, quizás, me anime a preguntárselo.