lunes, 3 de septiembre de 2007

Bartleby

- No escribo más - le digo a mi mujer. Y dejo que la miguita de pan caiga sola sobre la mesa, con un ruido apenas perceptible y a la vez estridente.

- No te creo – contesta ella.

Lo que en realidad dice es que me conoce demasiado como para creerme.

- Es verdad – insisto –. Fijate, el blog es un espacio disponible que yo mismo me ido creando, y sin embargo lo desperdicio con boludeces: fotos, mensajes de amigos, entrevistas a vedettes, esas cosas. Al taller grupal dejé de ir y no envié nada tampoco a distancia... los concursos no me dan rédito...

- Primero, que una cosa es publicar o dar a conocer, y otra escribir – retruca, este lado de la boca llena de pollo y lechuga y zanahoria –. Además, empezaste el taller con X, que no es poco.

Piensa, seguro (o yo creo que piensa), que a esta parte de la cuestión la pierde; sabe que al taller con “X” fui una sola vez, que todavía no hubo “devolución” y que apenas agregué dos miserables capítulos a esa novela que no se deja escribir. Corregibles, aunque miserables. Y la culpa no es de ella (de la novela, digo).

Mi mujer traga. Lo baja todo con medio vaso de Ser sabor limón.

- Siempre decís lo mismo – retoma –. Que vas a dejar de escribir, y después volvés. Me llamas y me decís “mirá, mi amor, a ver, qué te parece...”. Y ahí quedo yo, leyendo.

- Puede ser – sus argumentos son cegantes, silenciadores. Marean. – Pero esta vez es distinto.

- Insisto. No te creo.

Corta en dos el ala, separa los frágiles huesos y se traba en lucha con uno de ellos.

- Para mí es uno de esos típicos parates tuyos. No sabés para dónde salir y entonces se te ocurren esas cosas. – Mientras encaro el típico cigarrillo al terminar de almorzar, me preparo a escuchar lo que viene –. Es parte de tu inseguridad. Todavía no te hacés cargo de que sos escritor, o, al menos, de que pretendés serlo; de que escribís, de que te gusta hacerlo, que tenés un montón de cosas por aprender; y, lo que es peor, sabés que cuando querés, podés. Es más – y eso también sonaba a sentencia, a dictamen –: seguro que andás en algo...

Tiene razón. Siempre tiene razón. Aunque me cueste admitirlo, debo aceptarlo. Tengo una carta (las de palabras, no las de copas y ases y espadas) en la manga, o más cerca todavía, llegando a la mano. Una historia sobre escritores que han dejado de ser escribir, cada uno con sus cosas, sus particularidades. Bierce, Salinger, Rimbaud, Bartleby, Hammett, alguno más. Como Chopin con el piano.

- Me juego a que vas a volver a hacerlo. – Su voz me devuelve al diálogo.

- Puede ser. Quién te dice – admito –. Pero que vuelva a hacerlo no significa que haya dejado de escribir.

Ella termina de limpiarse la boca con la servilleta de papel. Me mira con la misma cara de siempre, la que pone cada vez que se da cuenta que tiene razón. Siempre tiene razón.

3 comentarios:

Fede dijo...

Yo tampoco te creo.
Y obvio, tu mujer tiene razón.

epg dijo...

1- Acertaste en todo, Gobato... (risas)
2- Dijo Joaquín Frías: "dejar de escribir es más dificil que largar el paco..."
3- Dijo Joaquín Hidalgo: "Tres detalles sobre tu texto. El primero es que está bien escrito. El segundo, que la secuencia del almuerzo y la charla doméstica está bien situada. El tercero, un aplauso por seguir escribiendo, gil." Gracias, Hidalgo, ¿cuánto te debo?

epg dijo...

Querido Wence: si yo reproduzco tu mail que dice que el relato "es una metáfora de las charlas intrascendentes que los hombres nos vemos obligados a mantener con las mujeres durante nuestras vidas", ciertos personajes femeninos que leen el blog volverán (tonta, erróneamente) a tildarme de machista...