domingo, 20 de febrero de 2022

PERÓN VUELVE (antología)


“El peronismo es un movimiento pendulante, donde entra un poco de todo: lo mejor y lo peor. Y un relato fantástico. Porque el peronismo, más allá de ser un movimiento político -y cuando digo movimiento político hablo de un movimiento que ejecutó políticas reales, en las cuales uno puede estar de acuerdo o no- hay un relato fantástico, porque el peronismo es abarcativo”, dijo alguna vez Diego Capusotto en una entrevista.

Podríamos agregar: lo fantástico como elemento de la ficción. Un pensamiento que atraviesa la Historia y también la literatura. De eso se trata Perón vuelve, antología de cuentos recientemente editada en la colección Andanzas de Tusquets, con selección de Sergio Olguín y María Graciela Franco. “El hecho maldito del país burgués”, dice Reynaldo Sietecase en el prólogo, citando a J. W. Cook. La lectura, entonces, ejercicio de la memoria.

Los textos que la componen viven, a la manera de la Historia misma, en el vaivén entre el encono y la reivindicación, y atraviesan hitos trascendentales varios: el bombardeo del ‘55, el levantamiento de Valle, Ezeiza, la indeleble figura de Eva. Pero no remiten en exclusiva al pasado –hablando esta vez en sentido literario–, ya que muchos de ellos son inéditos: “Boulevard Perón 1974”, de Eugenia Almeida; “Soy yo”, de Esther Cross; “Ezeiza”, de Mariana Dimópulos; “Evita Capitana”, de Inés Garland; “Let’s talk about it”, de Alejandra Laurencich; “Hacia un mundo mejor”, de Ángela Pradelli y “La muerte de Selva y el Diablo Coludo”, de Ana María Shua. A los que se suman otros con firma de fuste como Abelardo Castillo (“Los muertos de Piedra Negra”), José Pablo Feinmann (“Digamos boludeces”), Néstor Perlongher (“Evita vive”), Ricardo Piglia (“Mata Hari 55”), Osvaldo Soriano (“Gorilas”) y Germán Rozenmacher (“Cabecita negra”). Mención especial para “Colimba”, de Tomás Eloy Martínez, ficción autobiográfica que remite a una anécdota de su paso por el ejército, originalmente titulado “Primavera del 55” y publicado en un medio neoyorquino.

Claro que en esa condición de, a la vez, abarcativo e inabarcable que ostenta el peronismo, talla tanto lo que entra como lo que queda afuera. Pensemos en otros relatos: en “Desagravio” de Piglia y en “La mujer muerta” de David Viñas, en “Simulacro” y “La fiesta del monstruo” de Borges –el segundo, con Bioy–, el hemingwayniano “Esa mujer” del gran Rodolfo Walsh, ese delirio lingüístico que es “El fiord” de Lamborghini (y las claves de Wilcock para leerlo) o la elipsis de “Felicidad” del propio Wilcock.

Ya en 2000, y a través de editorial Norma, Sergio Olguín había compuesto una antología homónima, con cuentos de Cortázar, Luna y Fogwill, entre tantos otros, muchos aquí ya citados, y prólogo de Jorge Lafforgue. “La constelación de textos completa la otra cara que garantiza la existencia de la moneda”, como bien dice Reynaldo Sietecase.


MEMORIAS DE UNA VIDA REBELDE


Defensora de los derechos humanos, feminista, docente universitaria, investigadora académica, poeta, cuentista, columnista de radio. A veces una vida podría resumirse en unas pocas palabras, pero es ahí donde, como decía Neruda, las palabras se adelgazan a veces. Eso sucede con Reyna Diez.

Su nombre completo era Carmen Josefina Luisa Suarez Wilson. Nacida en 1914 en Pergamino, provincia de Buenos Aires, se crio en la cercana Junín. Su padre fue fundador del diario El Mentor; su madre, una activa defensora de los derechos femeninos y laborales. Quizás de allí mamó Reyna la sabia necesaria para ponerse al hombro su primera actividad colectiva: salir en defensa de un grupo de anarquistas injustamente acusados de un atentado, en lo que se llamó Los presos de Bragado, una de las primeras luchas obreras argentinas.

Luego vinieron los años de matrimonio, la llegada de los hijos y la mudanza a Los Toldos, donde creó el Instituto Esteban Echeverría, ciudad de la que debió partir junto a su familia a causa del golpe del ’55.

En 1974, Reyna Diez fue la primera mujer en ocupar un decanato en la Facultad de Humanidades de la UNLP, con una impresionante visión modernista y reformista de los planes de estudio, casi en paralelo a sus investigaciones académicas centradas en literatura regional. La CNU y la Triple A ya acechaban y, una vez instaurada la dictadura militar, perdió a una de sus hijas (en pareja con Jorge Moura, hermano de los fundadores de Virus, también desaparecido), otra de ellas pasó casi una década detenida ilegalmente, y otro partió al exilio. Allí Reyna conformó Familiares de Detenidos Desaparecidos y Presos por Razones Políticas en La Plata, se sumó a Madres de Plaza de Mayo y representó a Argentina en FEDEFAM (Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familiares de Detenidos Desaparecidos).

Concluyó sus días en casitas humildes de barrios alejados del centro platense, rodeada de nietos, mascotas, plantas y bibliotecas. Murió en 2001, a los 87 años.

Florencia Báez se sirvió de un profundo trabajo de investigación en archivos varios y recolección de testimonios (compañeros de trabajo y de militancia, hijos, nietos, amigos y más) para reconstruir, desde diferentes registros, esa vida dedicada a la lucha contra las injusticas, una inteligente interpretación de la realidad y contribuciones intelectuales (llegó a conocer a Idea Vilariño y a Gabriela Mistral). La de Reyna, una de esas existencias no tan anónimas que flotan en la historia contemporánea y que es necesario rescatar a la hora de reconstruir memoria colectiva y cultura general.