Defensora de los derechos humanos, feminista, docente universitaria, investigadora académica, poeta, cuentista, columnista de radio. A veces una vida podría resumirse en unas pocas palabras, pero es ahí donde, como decía Neruda, las palabras se adelgazan a veces. Eso sucede con Reyna Diez.
Su nombre completo era Carmen Josefina Luisa Suarez Wilson. Nacida en 1914 en Pergamino, provincia de Buenos Aires, se crio en la cercana Junín. Su padre fue fundador del diario El Mentor; su madre, una activa defensora de los derechos femeninos y laborales. Quizás de allí mamó Reyna la sabia necesaria para ponerse al hombro su primera actividad colectiva: salir en defensa de un grupo de anarquistas injustamente acusados de un atentado, en lo que se llamó Los presos de Bragado, una de las primeras luchas obreras argentinas.
Luego vinieron los años de matrimonio, la llegada de los hijos y la mudanza a Los Toldos, donde creó el Instituto Esteban Echeverría, ciudad de la que debió partir junto a su familia a causa del golpe del ’55.
En 1974, Reyna Diez fue la primera mujer en ocupar un decanato en la Facultad de Humanidades de la UNLP, con una impresionante visión modernista y reformista de los planes de estudio, casi en paralelo a sus investigaciones académicas centradas en literatura regional. La CNU y la Triple A ya acechaban y, una vez instaurada la dictadura militar, perdió a una de sus hijas (en pareja con Jorge Moura, hermano de los fundadores de Virus, también desaparecido), otra de ellas pasó casi una década detenida ilegalmente, y otro partió al exilio. Allí Reyna conformó Familiares de Detenidos Desaparecidos y Presos por Razones Políticas en La Plata, se sumó a Madres de Plaza de Mayo y representó a Argentina en FEDEFAM (Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familiares de Detenidos Desaparecidos).
Concluyó sus días en casitas humildes de barrios alejados del centro platense, rodeada de nietos, mascotas, plantas y bibliotecas. Murió en 2001, a los 87 años.
Florencia Báez
se sirvió de un profundo trabajo de investigación en archivos varios y
recolección de testimonios (compañeros de trabajo y de militancia, hijos,
nietos, amigos y más) para reconstruir, desde diferentes registros, esa vida
dedicada a la lucha contra las injusticas, una inteligente interpretación de la
realidad y contribuciones intelectuales (llegó a conocer a Idea Vilariño y a
Gabriela Mistral). La de Reyna, una de esas existencias no tan anónimas que
flotan en la historia contemporánea y que es necesario rescatar a la hora de
reconstruir memoria colectiva y cultura general.
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