Por M.H.
Preciada joya, botín disputado en campañas electorales.
Material de descarte en temporadas post electorales.
Eje trasero del vehículo de carga que es la economía, sin lucimiento, con mucho que soportar, sin diferencial que lo conecte al motor, con la ignorada tarea de aguantar el peso y sufrir los yerros del conductor de turno.
El suburbio es su reino. Del suburbio provengo.
El “negro cabeza” de mi viejo va a esperar el bondi de las 5am de Lomas a Monte Grande, directo a la curtiembre, bajo la niebla y el frío de julio del `74, a pesar de su luto silencioso y lacrimógeno por haber perdido un Amigo Mayor hacía unos días.
La orgullosa de mi vieja, suburbana ella, que me mostraba a ése hombre, su hombre, cómo un héroe. Después, a las 7am, salía ella a la cerámica y lloraba ante mi madrina, porque debía abandonar su hijito durante 10 horas.
Son viejas historias, que hubo miles y me resisto a creer que ya no hay más.
Soy un Hombre Suburbano, a pesar de mi mejor pasar. Soy un Hombre Suburbano por la marca en el alma que me dejó mi infancia. De calles de tierra, luego asfaltadas y el fastidio, los juegos bélicos inspirados en Vietnam, ya no serían igual gracias al progreso. El fútbol en la calle no sería igual, pavimento es igual a más autos y la de goma es incontrolable para los medio pelo como yo.
El suburbio de mi infancia me recuerda la Comisión de Fomento con quermeses gigantes y concursos literarios con premios. Juguetes para el Día del Niño y los pelilargos que hacían ruido, según mi vieja y mi madrina, en la esquina. Escuchaban música. Uno de ellos me dijo que era rock pesado y blues.
-Es Pappo, loco! -me gritaba otro.
La música quedó flotando en mis oídos hasta que luego de algunos años supe que la canción se llamaba Hombre Suburbano.
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