No faltó nada para que ganaran la calle y suban al auto. No importaba el gélido ambiente que ofrecía el interior del Torino, lo combatían con la fiebre de sus cuerpos. Tampoco ése estado de somnolencia controlada que imponen la madrugada y el alcohol, lo esfumaban con la creciente excitación.
No podían esperar. La urgencia era un imperio avasallante. Sus manos inquietas, sus bocas jadeantes, sus sexos prestos, meros esclavos obedientes de un amo tan tirano como respetado. Su majestad, el deseo, atrapó dos personas en una mirada y allí están, sólo cubiertas por vidrios empañados, que los separa de la curiosidad de los demás, que interroga sobre lo que harán Paula y Sofía en el Torino.
Marcelo Herrera
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