Claro. El Taller que te digo se llamaba La Tuerca Loca o en Recuperación, estaba en Burzaco Oeste. No sé por qué le pusimos ese nombre. Si hiciera un poco de fuerza con la memoria seguro me sale. A quién se le habrá ocurrido y cómo, es la pregunta. A algunos de los muchachos, seguro. Ahí nos juntábamos el Loco Palangana, Manguera Funes, Luisito, el que antes tenía el feca allá en Sarandí, que lo cerró cuando se separó de la Betty porque ella había hecho pata e’ bolsa con uno que era fletero...
Me acuerdo que Luisito tenía un perro. Saturno, se llamaba. Le había puesto así porque el picho tenía como unos anillos de pelo en el cogote. Al final, cuando el bar cerró, lo llevaron a un campo. Nunca había visto ni el sol ni el horizonte ni un cacho de pasto. Lo llevaron de noche. Durmió afuera, en la galería. Al otro día, al primer rayo de sol le agarró el ataque. Empezó a aullar como loco. Esa fue la última imagen del Saturno que Luisito tuvo: el perro corriendo camino al sol, ladrando como nunca lo había hecho a toda aquella cantidad junta de luz...
Ah, sí... estábamos en lo del taller, en el porqué del nombre. Mirá, no sé muy bien por qué. Lo de la tuerca es más que obvio, ¿no? Es un taller de autos. Debe haber salido de algún chiste, supongo, de alguna de las reuniones. Las reuniones esas eran espectaculares. Se juntaba una linda barra. Comíamos asados o pollo al disco o un lechoncito todos los jueves. Ya te nombre al Loco Palangana, a Manguera, Luisito... También estaban el Mecha Rizzo, Citroneta, que empezó como cliente, pero se le rompía tanto el 2CV que al final terminó siendo de la barra de tanto ir al taller. Anécdotas de la barra hay un montón.
Me acuerdo de una noche que nos dijeron que abría una boite en Sarandí. Estábamos Palangana, Luisito, Mecha Rizzo, Citroneta, Funes, Valerio (un ilustre desconocido del barrio que se las daba de artista), el Rengo Peza y yo. El Rengo, terco como una mula, quería ir en el Fitito de él. Que nos repartiéramos, que íbamos a ir más cómodos... Lo que no queríamos decirle era que con el Fitito no hacíamos ni seis cuadras. No sabés lo que era ese auto... He visto cascajos en mi vida, pero como ése, nunca. Como que estaba pasado de vueltas, el Rengo, apenas si la mujer lo había dejado ir al asado, lo tenía cortito. Al final decidimos que íbamos todos – los ocho – en el AMI8 de Citroneta, que por una indemnización del laburo se había ido para arriba y había cambiado el 2CV por el AMI. De Burzaco a Sarandí, ocho en un AMI8, todos amontonados y en pedo.
No habíamos hecho la mitad del camino cuando se nos rompió el auto. Hizo un ruido espantoso y se paró. Chau. No se movió más, no hubo forma de hacerlo arrancar. Y ahí quedamos, en pedo, a mitad de camino, de noche y con el auto roto. Nos bajamos. El Rengo puteaba. “Les dije que teníamos que venir en el Fitito”, repetía, pesado como es. Abrimos el capó: no se veía nada, estábamos en una avenida con bulevar y una luz cada cien metros. No teníamos linterna. Luisito dijo: “Yo sacrifico el saco y me meto abajo a ver qué pasa”. Lo paramos, no fuera cosa que el AMI arrancara y después no pudiera entrar a la boite por no llevar saco.
La cosa es que había pasado media hora y no sabíamos qué carajo le pasaba al auto. Lo peor es que dos de nosotros éramos mecánicos, pero como estábamos tan borrachos no le queríamos meter mano al AMI. Estábamos ahí, viendo qué hacer, cuando de la nada aparece un auto y se para al lado nuestro. “Listo. Nos salvamos”. Era un Opel. Opel K180. La puerta tardó en abrirse. La sorpresa que nos llevamos cuando bajó la mina. Estaba muy linda: pelo castaño oscuro, rulos, nariz redonda, ojos oscuros, piel de almidón. Estaba para el crimen, la morocha. Nos quedamos patitiesos. Nadie hablaba. “¿Qué les pasó, muchachos?” dijo ella. Tenía voz de alfombra. Suavecita.
Ahí se nos pasó el pedo de repente. No sé quién dijo algo primero; “se rompió” o “no sabemos qué es” o algo por el estilo. “¿Quieren que los lleve?” dijo ella, y lo miró al Citroneta. Para mí que sonrió: la verdad, no sé si sonrió o me lo imagino ahora, pero que lo miró al Citroneta, seguro. Él como si nada, como en otra cosa. “Hola, Roberto, ¿cómo estás, tanto tiempo?”, siguió ella, siempre mirándolo al Citroneta. Roberto es el nombre de Citroneta, te digo para que te ubiques. “Bien”, dijo él. “Medio en pedo, nomás. Y con el auto roto. ¿Por?”. Nosotros nos mirábamos y no entendíamos nada. ¿Cómo sabía la mina el nombre de Citroneta? ¿De dónde lo conocía? En un momento, Luisito se me acercó y me dijo al oído “ahora se va con la mina y quedamos todos en banda, vas a ver...”. “Bien”, repitió Citroneta, como tratando de orientarse. Hasta que la mina se dio cuenta de algo y le preguntó: “¿No te acordás de mí?”. El Citroneta dudo, ojeó el auto, la volvió a mirar y dijo, lapidario: “No”. Ella, con una sonrisa un poco fingida, obligada, le repitió “¿Así que no te acordás de mí?”. “No”. Se hizo un silencio más pesado que mil rulemanes. Nosotros no dijimos nada. ¿Qué íbamos a decir? La mina dio la vuelta al Opel, dijo “chau, muchachos”, subió, arrancó y se fue.
Quedamos todos como estatuas, mirándolo al Citroneta. “¿Quién era?”, dijo el Rengo Peza, con los ojos desorbitados. “No sé”. “¿Cómo no vas a saber, boludo? ¡¿Viste lo que es ese camión?! “No sé quién es, qué querés que haga”. “¿Pero dónde vivís, pedazo de salame, adentro una pajarera? ¿Viste cómo te miraba? ¡Hasta tu nombre sabía!...”. Ahí hubo que frenarlo al Rengo. Luisito y Manguera se lo llevaron a la vereda y Palangana, Citroneta y yo nos quedamos decidiendo a ver qué hacíamos. Al final llamamos un remolque. Yo tengo un montón de amigos en el rubro.
En el camino le seguimos preguntando a Citroneta por la mina. Y no se acordaba, no era bolazo. Nunca se lo quise decir a Citroneta porque no soy sicólogo, pero para mí que en algún momento de su vida él estuvo enamorado de esa morocha... En algún momento, hace mucho tiempo, no se cuánto... Y para mí que Citroneta estuvo tan enamorado de ella, y le dolió tanto haberla perdido, que hizo tanta fuerza para olvidarse de ella que al final lo logró: la olvidó de verdad. Esa es mi teoría.
Sí. Ya sé. Lo del taller. Por qué se llamaba La Tuerca Loca o en Recuperación. Vamos a hacer una cosa. Esa te la dejo para la próxima. Imaginatelo. Por ahí lo adivinás. No es muy difícil.
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