Antes, los escritores, cuando dudábamos, la imagen oficial de la incerteza era la página en blanco. Esa versión, casi romántica, derivó en la praxis de la sensación misma: se escribieron novelas acerca de la imposibilidad de escribir.
Luego devino el Word y sus herramientas básicas, pero el fondo de pantalla seguía con el blanco, conservando la pureza del martirio. Hoy también, aunque pavimentándolo con las ya consabidas siete letras: primera y cuarta del mismo color; también segunda y sexta.
Google (“Gugl”, para nosotros, que venimos de los diaguitas) es nuestra imagen oficial, la saturación de la pureza, la verdad contemporánea del conocimiento: la necesidad, la búsqueda fácil -un sopapo a la vez que caricia- de las ideas.
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