martes, 23 de diciembre de 2008

Corso morbo

Empezamos a despedir el año -un fructífero 2008- con un relato de mi querido amigo "la diosa" Kali (músico, artista plástico, diseñador, de "El Caso Arroyo Dulce"):


Cantores de todos los rincones se arrimaron al festival.

Casi como todos los años, los primeros fueron los locales. Envueltos en ropajes tradicionales sacudieron el escenario con una batería de hits. Claro, los más chicos no sabían más que algún estribillo salteado, pero de todas maneras, el clima era agradable.

Llegó el turno de la elección de la reina y las muchachas más delgadas y sonrientes subieron semidesnudas a intentar conquistar al experto jurado. Una más alta, una más baja. Todas repetían de forma sistemática los ademanes, el tranco, el giro, los saludos.

La gente suele prestar atención dispersa a lo que sucede arriba. Pero vaya uno a saber cual es la razón por la cual se amontona junto al estrado. Luego de la cuenta regresiva y las lágrimas ensayadas bajaron, ahora sí, con caras diferentes según la clasificación que se les había otorgado.

La fiesta siguió entre máscaras y entretenimientos pícaros. Los humildes jugando a codearse con la alcurnia y los empleadores manoseando con intenciones non sanctas tras los mantos que los ocultaban.

Cuando todo se tiñó de la monotonía de la alegría, el hedor del vino se volvió tan común que de solo olerlo uno podía emborracharse. Las personas entregadas a sus placeres paganos poca atención prestaban a los preparativos para el número de cierre. Aunque claro, no se movían del frente del escenario.

Fue entonces cuando el locutor, también entrado en copas, anunció la próxima atracción. El telón subió y ante el despistado público se dibujó la silueta de un hombre sentado. Con su guitarra entre los dedos. La música empezó a surgir por los altoparlantes.

Fueron unas 15 canciones. Durante las cuales el artista no se movió. Las personas aplaudían a rabiar cada vez que las piezas terminaban. Como si el silencio los llamara, como si el vacío los obligara.

Antes de que el sol asomara, todos se esforzaron por llegar caminando a sus casas.

Recién pasado el mediodía, un organizador se percató de que el músico permanecía inmutable sobre el escenario. Sentado como la noche anterior. Con el cuchillo aun en la espalda.

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