Un domingo de octubre de 1983 volvíamos con mi padre de Inés Indart, donde vivía mi abuela materna, el lugar donde mi padre había nacido y estaba domiciliado según su documento. Era en el camión que por entonces él manejaba. Anochecía. Era domingo de elecciones. Las primeras elecciones de las que yo tenía conocimiento. Había nacido en octubre de 1973 y las urnas para mí, por entonces, eran sólo una palabra surgida apenas unos meses antes.
Recuerdo que, entrando por la Avenida Antártida Argentina, mi padre mi miró y me dijo: “¿Vos quién querés que gane?”. Ganar, ese domingo, significaba convertirse en presidente. En el primer presidente elegido por el pueblo después de 10 años y de la más larga y terrible noche de la historia argentina.
¿Cómo podía saber yo quién quería que ganase, si la falta de democracia tenía mi edad? Así y todo, expresé mi deseo. Al azar, o por ósmosis genética, familiar, elegí: “Alfonsín”.
Cuatro años después, ya siendo presidente, Raúl Alfonsín visitó nuestra ciudad para el aniversario de Salto. Me tocó, como alumno del primer año secundario de la entonces Escuela Normal Nacional Don José de San Martín, hacer la fila humana que le marcaría el camino desde la misma escuela hasta el Club Compañía. La imagen pasajera, fugaz, efímera, fue la de un hombre que imponía respeto por su investidura y por el papel que la Historia con mayúscula le había otorgado jugar.
Soltar palabras al viento ante la desaparición física de un hombre que hizo de la política un ejemplo de honestidad y convicción, de mi parte, creo, estaría de más. Sobrarían los adjetivos, los adverbios. Si hay una capacidad que el lenguaje jamás podrá tener, es la de estar a la altura de ciertos hombres. “Las palabras se adelgazan a veces”, escribió Pablo Neruda. Ojalá el presente de la política argentina deje de lado la confrontación como punta de lanza y se enaltezca con su ejemplo. Y nosotros, ciudadanos, gentes de a pié, nos convenzamos de que no es necesario que alguien muera para tomarlo como espejo y referente.
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1 comentario:
Gracias, Jimenita por este comentario: ¿Y sabés qué? Teníamos razón los dos: RA era Republica Argentina y -a la vez- Raúl Alfonsín. Era una operación de marketing, pero no como las de ahora. Era de las buenas...
Yo tengo el recuerdo muy marcado de la abuela Inés que nos llevó al comité ahí en la calle Buenos Aires, nosotros juntábamos papelitos, nos regalaron unas calcomanías ovaladas con la bandera argentina y en el medio las iniciales RA y yo te dije mira Raúl Alfonsín y vos, como siempre, me contestaste con voz alta, nooo es de República Argentina! Y yo me acuerdo haber sentido vergüenza por el error… De ahí nos llevó a la plaza y había millonada de gente... ¡¡nos hacía cantar!! Vos no te acordas de todo eso, creo que es la única imagen político-familiar que tengo... Y me la acuerdo como si hubiese sido ayer.
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