Los personajes principales de la novela (Antonio y Lorena) son fotógrafos. Y parecen ser también, además de fotógrafos, una especie de antropólogos a través de la imagen. ¿Hay algo de eso?
Digamos que son literariamente fotógrafos. Lo de antropólogos me parece mucho, dada la fragilidad de estos personajes. Tanto Antonio como Lorena no estudian científicamente al otro, más bien lo padecen, o comparten las extrañas situaciones por las que deben transitar, o lo disfrutan a sus maneras. Muchos de los datos de la novela que quizás te hagan creer eso partieron de la idea del punctum de Roland Barthes, del libro de Susan Sontag Sobre la fotografía y en menor medida de un libro de John Berger, Mirar. Pero digamos que la lluvia de tapa en La otra playa está para borrar todos esos rastros.
¿Por qué?
Porque me gustan las novelas que son simplemente novelas. Y si hay ciencia explícita, como en El corazón de Doli o alguna enseñanza filosófica o técnica (acerca de cómo se revelaban los rollos de película antes de la fotografía digital, por ejemplo, como en esta novela), prefiero que sean cosas que pasen mirando para otro lado.
¿Puede que haya en el argumento un guiño a aquel cuento de Cortázar, Las babas del diablo, donde la realidad se trastoca a través de la fotografía, o es que uno tiende a la asociación sencilla y relamida?
Cortázar es mi guía del corazón. Amo a Cortázar, lo releo todo el tiempo. Sin embargo Las babas del diablo no está entre mis cuentos favoritos. Prefiero, inclusive, la película de Antonioni filmada sobre ese cuento, Blow up. Esa peli podría considerarse como un antecedente de La otra playa, porque me gusta mucho.
¿En qué géneros incluirías a la novela? ¿Ciencia ficción, realismo mágico, espiritualidad? Mi opinión es que tiene un poco de cada uno, pero bueno... es sólo mi opinión.
Pregunta difícil de responder, porque no es un libro que se adapte a un género dado. Los géneros tienen reglas estrictas que yo aprendí a evitar. Prefiero pensar que es una novela de Nielsen, a secas. Lo que yo puedo dar en este momento. A lo que arribé después de La flor azteca, El amor enfermo, Auschwitz, El corazón de Doli, mis cuentos. Es un camino que estoy transitando en el que los géneros son como los carteles urbanos con los nombres de las calles, las direcciones de tránsito y la numeración: a veces los miro, a veces no. A veces me pierdo, a veces sé adónde voy
Uno de los personajes se llama Gustavo, escribe novelas de terror y es “más o menos famoso”. ¿Ese personaje le era funcional a la historia, o te pareció bueno como una especie de broma a la idea del alter ego?
Me hizo falta para romper con los climas demasiado emotivos. Si la novela terminaba simplemente después del encuentro entre Lorena y Antonio, iba a ser una novela para llorar. El personaje chaplinesco de Gustavo amengua la tragedia del encuentro para separarse, suaviza el para siempre. Y también lo puse porque me divirtió.
¿Cómo, por qué se te ocurrió que la novela no tuviera el Capítulo 13?
Ese chiste no lo inventé yo, sino el Gustavo de la novela. Es parte de ese juego que uno termina viviendo con sus personajes, cuando la escritura de una historia dura como mínimo unos cuantos meses. Es algo que sucede con las novelas y con algunos cuentos largos. Para esta novela tardé un par de años. En un par de años los personajes terminan ayudándote a pensar las situaciones, se van acomodando en tu casa como los amigos que vienen de otros países, te cargan la heladera con cosas que vos jamás comprarías. Gustavo es un personaje que cruza los dedos, el capítulo trece le parecía cargado de mala suerte. Sacar el capítulo fue algo que hizo él solo.
¿A vos no te molesta el número 13?
Nací en un día 13. El concurso que gané es el número 13 de los que hace Clarín. No soy supersticioso, ni creo en ninguna religión, pero el número 13 parece ser mi número de la suerte.
Vos tenés publicado un volumen de cuentos, titulado Playa quemada, en 1994. ¿Hay algo que ver, se relacionan aquella playa y esta?
Por el momento, sí: son los libros que abren y cierran mi carrera actual como escritor. Los libros que están en las dos puntas de mi cv. Pero como voy a seguir publicando, dentro de muy poco La otra playa ya no será el último, y esta relación habrá pasado a ser una anécdota tonta. Literariamente no tienen nada que ver.
En vista de que son muchos los premios que has recibido -entre los que se encuentra este Premio Clarín-, uno puede deducir que no tenés reticencia a la hora de enviar tus obras a los concursos literarios. El tema es amplio, lo sabemos, y hasta te ha llevado incluso a algún juicio. Pero: ¿cuál es tu opinión de esta modalidad de azarosa trascendencia llamada concurso?
Los recién recibidos de arquitecto que no heredan un Estudio de arquitectura armado por sus familiares, que no tienen dinero ni relaciones adineradas, ¿cómo harían sin los concursos para empezar a construir una carrera? ¿Qué extraño confiaría materiales, equipos, futuro en alguien que no ha demostrado nada? Gracias a los concursos de arquitectura y a que la Facultad de Arquitectura de la UBA es gratuita, un tipo como yo, de clase media rasante del conurbano bonaerense, puede tener un Estudio propio y hacer obra. Y desarrollar una propuesta intelectual, y volver a la Facu a darle clases a los que vienen. Cuando terminé el secundario no conocía personalmente a ningún escritor, y me gustaba mucho leer. No sabía cómo se hacía para publicar, pero igual me largué a escribir porque tenía una necesidad muy grande de contar. Tenía, y sigo teniendo, historias. El concurso te pone en otro lugar. El concurso te da ánimo, garantías, algún dinero, prensa, publicación. Y ganas de seguir en una máquina que a veces es solitaria en extremo. Pensá que cuando yo empecé a escribir había menos editoriales que ahora y no estaba Internet, este gran adiestrador de escritores. Ahora todo está más comunicado; ya ni siquiera es necesario publicar en papel: muchos de mis cuentos se pueden leer gratis en www.mandarinasdulces.blogspot.com , o en otros sitios literarios de la red. Los concursos son SAGRADOS, macho. Así te lo digo. Deben ser limpios porque conllevan toda una esperanza de trabajo, de crecimiento honesto. De los concursos a veces salen los mejores proyectos, a veces no. Son como la democracia, puede fallar. Pero la democracia es el mejor sistema que tenemos para vivir en sociedad, con todos los males menores que contenga. Lo importante es mantenernos alertas, pedir limpieza en los mecanismos y excelencia en los jurados. Y, como decía una vieja de mi barrio, esperar siempre a que gane el más mejor.
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