El fútbol es ficción. Los acontecimientos que envuelven al
más apasionado de los deportes que comprende en su desarrollo una esfera
rodante, son de ficción.
Barcelona no podía jugar con River. ¿Cómo esa oncena de
seres cuasi extraterrestres, manejados como marionetas por los hilos de la
divinidad, podían pisar el mismo césped al mismo tiempo que un conglomerado de
argentos –más algunos yoruguas y colombianos entrometidos- cruzados por una
banda rojo sangre? Ficción.
Imposible pensar que veinte mil almas argentinas, con sus
cuerpos a la rastra que van de crisis en crisis, del dólar a la devaluación,
del desempleo a la retención, de la grieta a la cumbia de Gilda, de la
desnutrición a Moria y Mirta, puedan poner de su bolsillo lo que no tienen para
cruzar el Atlántico o el Pacífico, las Europas o el Vientre del Monstruo, para deambular
una semana atravesador por un idioma y un alfabeto al borde de lo
incomprensible, una cultura noble y milenaria, epicentro de la avanzada tecnológica,
tierra que conoce de sobra el exceso de los samuráis y las bombas atómicas. Imposible
que eso suceda. Ficción.
Descabellado pensar que seres pensantes, lógicos,
racionales, puedan esperar seis meses –o diecinueve años- para una cita a ojos
bien abiertos a la que el destino le guarda ese guiño: a pesar del rasgo
itinerante el Mundial de Clubes, el Destino –mayúsculo-, le reserve, otra vez, Japón.
Descabellado. Ficción.
Absurdo que esos millares de enfermos desbordados de pasión
pudieran ver al club de sus amores, el de la camiseta cruzada por una banda
rojo sangre, por la que dejan el alma y el bolsillo, en un mismo rectángulo
verde frente al mejor equipo del momento, de los últimos diez años, de la historia
del fobal universal: el de Cruyff, Diego, Stoitchkov, Ronaldinho, Messi. Absurdo.
Ficción.
¿Que hayan hecho solamente tres goles? Inverosímil. Si le
hicieron cuatro al Real Madrid y seis a la Roma unos días antes. ¿Que son
españoles? Una ilusión: son el seleccionado de la mitad del mundo con sede en
Cataluña. Inverosímil. Ilusorio. Ficción.
Y sin embargo yo lo vi. Lo vi. Por tele, porque no me da el bolsillo, sobre todo, para franquear ríos y mares y montañas y
caer a un país que lleva por bandera un círculo rojo. Rojo sangre. Pero lo
vi. Y lo que había frente a mis ojos era ficción. Porque el fútbol es ficción.
Pero una ficción hermosa.
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