DÍA DIECISÉIS
Hoy Vera cumple años.
Disculpen la molestias, estamos dedicados a otras tareas.
DÍA DIECISIETE
Antenoche me quedé hasta la tres de la mañana viendo Alien: Covenant. Que te agarre un Alien
y ahí reíte del Coronavirus.
¿Algún día volveremos a vernos con nuestros amigos?
Sí, sí, tranquilos: nos volveremos a ver.
Para seguir con la música: como no sólo de Coronavirus vive
el hombre, encontré una banda camboyana que se llama Dengue Fever. Está buenísima,
además de que la re pegaron con el nombre, escuchá esto, y seguro te sube la
temperatura.
Domingo.
Recoger los restos de la fiesta de ayer por el cumpleaños de
Vera (¡una fiesta en cuarentena!): colgamos banderines y globos, conseguimos
narices de payaso luminosas, la familia apareció vía virtual. Vera lo tomó con
una naturalidad admirable. “La fiesta dura hasta la noche tarde”, declaró, y le
hizo honor. “Estuvo hermoso mi cumpleaños” dijo hoy por la mañana. El valor de
la ingenuidad.
Asado de domingo como si fuera domingo.
El auto. Segunda parte.
Voy a la cochera, doy arranque y parece que el auto se
volvió gangoso, o peor, afásico. Confirmado: se quedó sin batería.
Entre esto y el affaire neumático de hace unos días,
sospecho que a él también lo está afectando el encierro.
Gracias por el delivery, me dijo un lector del Diario.
27. Son buenas.
Soy el sátiro de la lavandina.
Un amigo de la juventud decía que a los individuos los unen hilos
invisibles, hilos que los arrastran
hacia acá o hacia allá y, al mismo tiempo, los vinculan, los predeterminan y
los llevan a un plan rutinario de la existencia. Una especie de determinismo
hilvanado. Sentado en un banco de Plaza Dardo Rocha, en La Plata, lo decía.
Bien, dentro de esta casa, por estos días, sucede lo mismo:
estamos unidos por el hilo invisible de la cuarentena, un hilo que por momentos
cede y por momentos se tensa.
Vera: “¿Dónde está la enfermedad?”.
Queda claro que el enemigo es invisible.
Bah, espero que se refiera al Covid19, si no estamos fritos.
DÍA DIECIOCHO
A la madrugada: insomnio. Hora despierto, en medio de la
oscuridad, mosquitos como aviones sobre Pearl Harbor.
Imagen en medio del desvelo: una mujer y un hombre, en un
parque, se besan y se chupan, pero no lo hacen desnudos, sino vestidos. O sea:
lo que lamen, lo que chupan, es la ropa del otro. Es amor con la indumentaria
como profilaxis. (¿El amor en los tiempos del coronavirus?)
El auto. Tercera parte.
El techo de la cochera comenzó a cumplir lentamente con la
ley de gravedad. En fin, que se derrumba. Primero un pequeño ladrillo, luego
otro, luego otro. Apelé a la medida más elemental e inmediata: martillo.
Voltear del cielorraso todo lo que implicara riesgo hasta que no hubiese
peligro de derrumbe.
Definitivamente el auto ya no soporta el encierro.
Andrés: “el mundo está encarcelado”.
Aquello de su homónimo: “La vida es una cárcel con las
puertas abiertas”.
Vivimos alerta hasta que sucede algo a nuestro alrededor, y
ahí sí, nos volvemos realmente alerta.
Andrés empezó a hacer versiones en video de este Diario de cuarentena. Acá puede verse la
primera producción:
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