jueves, 27 de mayo de 2021

Entrevista a Hernán Ronsino


Su Chivilcoy natal –una ciudad del interior de la provincia de Buenos Aires, rodeada por ríos y pura pampa- se coló hondo en su obra, tanto en la trilogía novelística que componen La descomposición, Glaxo y Lumbre (2007, 2009 y 2013 respectivamente, editados por Eterna Cadencia, en las que reinciden personajes como Pajarito Lernú, Abelardo Kieffer o el Bicho Souza), como en los artículos y ensayos de Notas de campo (Excursiones, 2017). Títulos que se suman a los tempranos cuentos de Te vomitaré de mi boca (2003) y su última novela, Cameron (Eterna Cadencia, 2018). “La cartografía de un territorio es la columna que vertebra una lengua”, señala Hernán Ronsino, “esa cosa de silencio, de hipocresía, pero al mismo tiempo de rumor continuo. Cómo se construyen los relatos en ese entramado pueblerino, un entramado denso”.

El pandémico 2020 le trajo el Premio Anna Seghers, dotado de 12.500 euros, que distingue anualmente tanto a un autor de lengua alemana como a uno latinoamericano. “Escribir es inventar una lengua que se camufla, que muta en busca de su propio brillo. Escribir es habitar una lengua en tránsito”, escribió en su discurso de aceptación.

Actualmente ejerce como docente de Sociología en la UBA y da talleres de escritura “enfocados al acompañamiento de un proceso de escritura, lo que se conoce como clínica de obra”, además de, confiesa, trabajar en una novela -la historia de un pianista- que se llamará Una música.

-Tanto en la trilogía Descomposición-Glaxo-Lumbre como en tu libro de ensayos Notas de campo está muy presente la noción de pueblo, en el sentido de ciudad de provincia. Podemos hablar de Briante, de Conti, de Castillo, de Dal Masetto, muchos más. Incluso de Piglia con su Bolívar. Parece haberte marcado mucho esa noción.

-En esta tradición que mencionás, y que es tan central en mi formación, la cartografía de un territorio es la columna que vertebra una lengua. O, se podría pensar también de un modo inverso, que es la lengua la que vertebra el espacio imaginario. Me gusta que esa tensión no esté resuelta. Que se suceda una especie de dialéctica permanente entre territorio y lengua. Con respecto a esto, hay una cita de Bruno Schultz que me impresionó mucho cuando la leí en su cuento y que la retomo en Notas de campo: “Mi padre conservaba en el cajón inferior de su amplio escritorio un hermoso plano antiguo de nuestra ciudad”. Es la primera frase de “La calle de los cocodrilos”. Un cuento donde la presencia de ese mapa de la ciudad le permite al narrador explorar –imaginariamente o, mejor, en esa zona de imprecisión que domina el universo de Schultz– una calle. “Era evidente que el cartógrafo se había negado a recorrer esta zona como parte legítima de la ciudad”, dice Schulz. Me gusta pensar que la escritura es lo más parecido a imaginar y explorar mapas ilegítimos, zonas olvidadas. Y concretamente es en el territorio de la oralidad marginal, orillera del pueblo, donde me interesa buscar una poética: una lengua que se presenta erosionada. Hay palabras “mal dichas”, hay “una lengua malhablada” que circula por los márgenes. Es esa lengua la que me interesa. Hay una anécdota en torno a esto: por ejemplo, en Lumbre aparece un capítulo que se llama Paráiso. Durante mucho tiempo Lumbre se iba a llamar Paráiso. Luego quedó como capítulo de la novela. Pero lo que me interesa de esa palabra es recuperar un modo viejo y rural de nombrar a un árbol que se llama paraíso. El paráiso es la manera popular o “malhablada” de nombrarlo. En esa acentuación corrida, desfasada está filtrándose la lengua erosionada que me interesa rescatar como poética.

-Si bien sos mayormente novelista, en Notas de campo te animaste al ensayo breve. Por ahí andan Sarmiento, Hernández, Martínez Estrada, Saer, Piglia, los viajes, la lengua, el oficio de la escritura. ¿Cómo se gestó ese breve volumen?

-Notas de campo reúne una serie de artículos y ensayos que fui escribiendo en distintas épocas para revistas, blogs, congresos literarios y antologías. Surgieron de un modo disperso, pero los integra, creo, un eje en común que tiene que ver con los temas y autores que reaparecen en mi escritura. La editorial Excursiones tiene una colección de ensayos muy bonita y fue muy lindo poder participar del catálogo que están armando en donde cada libro va acompañado, en su diseño estético, por la obra de un pintor contemporáneo. En el caso de mi libro se trata de Tulio de Sagastizabal.

-Me gustaría que ahondes en la relación entre Sarmiento y Chivilcoy, que describís en ese libro.

-Hay una larga y compleja historia entre Sarmiento y Chivilcoy que a mí me interesa mucho. Y también por la forma en que se manifestó esa relación tanto en algunos lugares de la ciudad como en la manera de evocar su historia. Me refiero al libro que cuenta la historia de Chivilcoy, escrito por Mauricio Birabent (el padre de Moris, el abuelo de Antonio), que se llama El pueblo de Sarmiento. Sarmiento, cuando pasa por Chivilcoy con el Ejército grande, queda fascinado con la zona y luchará, primero, por una ley de tierras con la que se terminará con la ley de enfiteusis y después, como presidente, tomará el modelo productivo que surge de esa distribución de tierras en pequeñas granjas (el modelo de los farmers norteamericanos) para proponer un proyecto utópico (otro más en Sarmiento) para ocupar la pampa. Por eso Sarmiento se enfrenta a la lógica de la concentración oligárquica de las tierras con el modelo de Chivilcoy. Y de ahí surge, en su discurso de asunción como presidente, que propone “Hacer cien Chivilcoy”. Es decir, una distribución productiva de la tierra contra la lógica de la concentración. Claramente ese proyecto va a fracasar con la oligarquía que triunfa a fines del siglo XIX.  Por eso Sarmiento está muy pegado a la identidad del pueblo. Pero hay otros que cuestionan a Sarmiento porque se lo confunde con el fundador del pueblo, cuando el fundador fue Rosas, que creó el partido. Chivilcoy lleva las tres grandes marcas del siglo XIX: Rosas, Sarmiento y el nombre mapuche. Con Gerardo Panero hicimos un documental en donde leemos críticamente el libro de Birabent, que se puede ver acá: https://www.youtube.com/watch?v=6AFLBz0FKDk&t=395s

-¿Cómo se dio lo del Premio Anna Seghers 2020? ¿Podrías contar de qué consta, cuál es su tradición?

-El premio Anna Seghers se entrega en homenaje a la autora alemana, una de las grandes autoras del siglo XX que sufrió la persecución del nazismo y tuvo que exiliarse a México. Después de la guerra volvió a Alemania y se transformó en una gran referente intelectual de la RDA. Antes de morir dejó explicitado que con el dinero de sus derechos de autor se hiciera un premio destinado a “los nuevos autores” tanto en lengua alemana como autores de América latina, en gratitud por la manera en que fue recibida en México. De modo que es un premio anual, que se entrega desde hace varios años: lo han ganado Pedro Lemebel, Gioconda Belli, Fabián Casas, Lina Meruane y tantos más. Así que estoy muy feliz con ese reconocimiento.

-Tu novela Cameron, si no me equivoco, la escribiste en el exterior.

-Después de Lumbre sentí que necesitaba otro aire, diría. Y había algunas líneas abiertas, a su vez, en esa novela que me interesaban profundizar. Me refiero a los diarios de Pajarito Lernú que aparecen en Lumbre. Esas historias que rompen con el tono que predomina en la novela. Algo de esa irrupción, del extrañamiento de esas historias que suceden en zonas de una Europa fantasmal es el antecedente que le abre las puertas a Cameron. De modo que si bien Cameron se materializó en el extrañamiento que sentía al estar en el extranjero (la escribí en Zúrich) y rodeado por un paisaje que no me era familiar (el duro invierno suizo) retomó muchas de las líneas que se abrieron, como fisura, en Lumbre. Por eso, también, me permití jugar con la aparición de Pajarito en Cameron. Porque no hay Cameron sin esos cuadernos de Pajarito. Y teniendo en cuenta un relato de mi primer libro de cuentos en el que aparece una obra de teatro escrita por el propio Pajarito, la presencia fantasmal de Pajarito en Cameron la pienso como eco de sus cuadernos: ¿y si Cameron es una historia escrita por el propio Pajarito, si es parte de esos cuadernos que no aparecen en Lumbre? Preguntas con las que me gusta jugar y armar posibles conexiones.

-Publicaste un libro de cuento, Te vomitaré de mi boca, y recuerdo haber leído alguno que otro que se publicó en el suplemento Verano/12 de Página/12. ¿Seguís cultivando el género cuento?

-Ese primer libro que salió en 2003 fue un intento por tantear y explorar un territorio. Es una maniobra de preparación, podría decir. Hay algunos cuentos de ese libro que rescataría. Después de eso vinieron las novelas. Y las ideas que aparecían para escribir cuentos se fueron enredando en las novelas. Pero, de todos modos, tengo varios cuentos que escribí y, es cierto, algunos salieron en Verano/12. El último que escribí se llama “Los ladrones”. Cada tanto vuelvo al cuento pero siento que el espacio de la novela es el que más me gusta habitar.

-Me gustaría que contaras aquella anécdota sobre la poetisa apócrifa chivilcoyana que inventaste.

-Cuando empecé a escribir había conseguido un espacio en un suplemento dedicado a la juventud en el diario local. Ahí escribía de cine, de libros, de rock. Y una vez le hice un homenaje a una poeta local que había sido asesinada por anarquistas a principios del siglo XX. Muchos años después supe que una persona muy apasionada por la historia local le dedica cada año en su programa de radio un homenaje a la poeta asesinada. El dato que explica todo esto es que la historia de la poeta la inventé y entonces cada año el tipo homenajea a una poeta inventada. Fue algo muy impresionante.


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