Por Fede Go
En el afán de cooperar con mayores datos sobre el caso, se presentan ahora algunas breves notas acerca de una revuelta de las letras, donde además emerge una secreta pugna entre las vocales del alfabeto. Los datos que nutren estos apuntes se extrajeron de un desordenado tratado sobre la fraternal, pero tan permanente como letal, batalla de las cerradas contra las, como gustan llamarse ahora, “huecas”.
La revuelta comenzó cuando, una vez esfumada la tercera vocal, la letra llamada “ye”, que es además celebrada por su greca cuna, se creyó naturalmente convocada a suplantar a la ausente. Su oferta, empero, no prosperó.
Hubo entonces cónclaves secretos de la u con la eme; luego de la a con la zeta, más tarde de las hermanas ve-be con la te. Hasta la hache con la jota evaluaron la coyuntura con deseos de actuar, de defenderse, preocupada una por su afectuoso apego a la adyacente compañera, la otra, temerosa por sus semejanzas rotundas con la que no está.
En esos encuentros comenzó a bosquejarse una estratagema. Se trato de un programa escrupulosamente pensado que trocó en un método exacto para, poco a poco, transmutar en una gesta que desconcertó al Ser Poderoso. Aplacando la bulla que generó el temor a ser evaporadas, las letras se contaron el plan una a una, en paz, como susurrándolo.
Una noche, todas a la vez, dejaron de componer palabras que demandaran el concurso de la evaporada tercera vocal: “ella está, solo que no es empleada en el habla usual”, declaraban. El plan se ejecutó con absoluto orden, con esmero, hasta que fue costumbre.
No obstante, fue notable como un pudoroso arrebato ganó lentamente las voluntades de las conjuradas hasta que el astuto truco de protesta, tomo el curso poco menos que de un torneo de doctas destrezas. Con asombroso auge, el popular juego forzó a buscar la palabra análoga que fuese, a la vez, profundamente bella, exactamente cabal. A los más capaces, más sagaces o más afortunados concurrentes, el juego otorgó renombre, lustre, fama a un grado nunca antes gozado o celebrado para letra alguna.
La ausente ya no representaba un problema para el conjunto o, al menos, el asunto comenzó a esfumarse, a no ser juzgado como la escena oportuna donde aparecer en el teatro del mundo retando a duelo al Ser Poderoso, enfrentando al supremo. Gradualmente, fue condenado al abandono el recuerdo de la ausente. El juego obtuvo su mayor esplendor al promoverse un certamen global para encontrar la palabra que nombre con justeza al Ser Poderoso, pero que no reclame a la ausente en su fono, pero tampoco en su fonema. El Ser supremo, el hacedor, el que tutela los albures del alma fue llamado “ateo”.
Entonces, la u no pudo mantener la calma. “Desean que no sea reveladoramente expuesta la falta de la ausente –expuso en un arrebato de cólera– es claro como avanzan sobre las vocales cerradas, buscan despejarnos del juego del lenguaje. Las otras se reconocen ahora como vocales “huecas” o “despejadas”, para no usar aquella palabra por la que ancestralmente se las reconoce. Destruyen la remembranza de la ausente, la noche arcana que se la ha llevado, en poco más me alcanza”.
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