lunes, 25 de mayo de 2009

La culpa no es del pájaro


El año pasado, en una entrevista que le hice para La Gaceta Literaria, Samanta Schweblin decía que le desilusionaban “los editores que consideran a los cuentistas promesas de escritores”, y que sentía que su interés estaba “arraigado en la potencia y la precisión del cuento”.
Con la publicación de “Pájaros en la boca” (Emecé, 2009), Schweblin confirma que ya no es una promesa, sino un hecho literario; que quizás, tarde o temprano, escriba una novela, pero que su potencia y su precisión a la hora de abordar el género cuento están en forma.
Los relatos de “Pájaros en la boca” abordan una serie de situaciones extremas, delirantes, ambiguas, que se atienen a aquella teoría pigliana de que en un relato sucede algo más que un argumento, hay más de una historia, flota un sensación; y hacen honor también a la máxima que dice que un relato comienza por el final y todo el resto es pura construcción. Y, en este caso, las construcciones son puramente sólidas.
Una fina capa de ironía lo cubre todo, por momentos, sin que por ello deje de traslucir lo mejor de cada relato: la angustia frente a una circunstancia imprevisible a la vez que inevitable. Tan imprevisible que en ocasiones esas circunstancias son tomadas con una naturalidad apabullante. Aquello de lo que el lector -e incluso los personajes- no saben, ese factor desconocido, se convierte en el motor del relato.
De aires cortazarianos algunos de ellos -en un cruce proporcionado y convincente entre el realismo y lo fantástico-, muchas narraciones abordan el tema de la familia (la pareja, la niñez, la maternidad, la paternidad, los hijos, los hermanos) o se ambientan en paradores a orillas de las rutas (“cuando uno va por la ruta, y se detiene en un lugar, no sabe nada de nada de ese sitio, todo puede suceder, y a la vez, cuando uno retoma la ruta, lo que queda atrás desaparece”: Schweblin dixit).
Las historias varían en sus tramas, aunque van siempre matizadas de un tinte insólito, grotesco, inquietante: gente que cava pozos porque sí (¿porque sí?), chicos que se vuelven mariposas a la puerta de una escuela (¿un canto o una elegía a la libertad?), el aplazamiento de un embarazo con métodos muy particulares (o cómo detener la gestación sin apelar al aborto), la vida que pasa de la infancia a la vejez con sólo un par de vueltas en calesita, la llegada de un Papá Noel muy particular, una chica con un extraño método de alimentación (si en “Cartas a una señorita en París” el personaje vomitaba conejos, aquí una adolescente se mete con los pájaros), un pintor lunático que pinta cuadros con cabezas reventando contra el suelo, un valle donde el hambre es un recuerdo que mejor no despertar, un enano al que se le complica atender su restaurante a orillas de la ruta, un hermano deprimido frente a una familia feliz, un extraño personaje que sufre una regresión a la niñez dentro de una juguetería...
Desde publicado “El núcleo del disturbio” (Planeta, 2002) Schweblin cumplió con una beca en Oaxaca, México; asistió a lecturas y presentaciones de libros propios y ajenos; salió de gira para promocionar las antologías en que ha participado y publicó varios de sus relatos en algunas revistas.
Lo cierto es que una cosa se confirma con “Pájaros en la boca”, su segundo libro: Samanta Schweblin es ya una de las voces, uno de los estilos más originales de la narrativa actual argentina. Algo que tanta falta nos hace cuando -como lectores, como náufragos felices de la próxima página que somos- nos vemos rodeados por miles y miles de repetidas olas que nunca nos dejan en la costa de la estética literaria.

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