Esta nota la hicimos con mi amigo Nico (Daniel Nicolini) en 2001
SOY POP
Hay cosas que ni siquiera pueden llegar a intuirse. Por ejemplo, pensar que es sencillo y corriente vivir un día en la vida de Marta Minujín. Una mujer con el pelo del color del chocolate blanco, marcada con sólo algunas arrugas por los años; descomunalmente vital. Una mujer que sale de su taller con una cartera de cuero negro y un reloj de pared, de material plástico, rojo azul y amarillo, con la cara del ratón Mickey estampada.
- Tengo que ir a mi casa - su voz tiene una velocidad incalculable -. Llámenme allá en media hora. Ella - señala a una mujer mayor - les va a mostrar el taller. Saquen todas las fotos que quieran. Voy a tomar un taxi.
Es sólo el comienzo. Para el coche izando el reloj con la cara de Mickey. Sube. Desaparece.
- Me vuelve loca, siempre pierde todo - argumenta María del Carmen, alias Maruca, una especie de hada guardiana de 82 años que vive en una propiedad contigua al atelier de MM, una inmensa casona centenaria ubicada en el barrio de San Cristóbal. Allí no hay un sólo ambiente en orden; el caos (quizá armónico para el artista) es notorio: Esculturas terminadas, partes de instalaciones ya exhibidas, el esqueleto de la Estatua de la Libertad que recubrió con frutillas. Obras monumentales.
“La artista más famosa del mundo”
Segunda posta, cuarenta y cinco minutos después. Bar Le Pont, Montevideo y Juncal. Una mesa para tres que por ahora son dos y una pregunta al mozo:
- Perdón, nosotros teníamos que encontrarnos con Marta Minujín...
- Ah, sí, dijo que ya viene.
A los quince minutos aparece la Gran Dama del Pop. Lleva un guante de látex en la mano izquierda y una bolsa plástica de supermercado en la derecha.
- Es por la artrosis - aclara, levantando el guante -. Y estas son reducciones de obras; las vendo en los bares, a 15 pesos cada una.
Víctima de su propia inquietud, le es imposible mantenerse inmóvil: va hasta el mostrador, se estira, flaca, zigzagueante, le dice al encargado:
- Las velas son arte efímero. Tomá, te dejo una de regalo.
Mientras la Dama del Pop está en la barra, una mujer de la mesa contigua pregunta:
-¿Esa es Marta? Está más flaca.
La voz de una señora mayor murmura una pregunta. La mujer responde:
- No, mamá, Marta, mi amiga, no. Esta es Marta Minujín, una artista plástica.
Cada vez es más fuerte y convincente la idea de que nadie la desconoce; que, aunque nunca la hayan visto en vivo y en directo, su imagen es más fuerte de lo que la misma experiencia impone.
Entonces MM vuelve a la mesa, siempre con el guante calzado en la mano. Trae un plato con palitos salados. Se sienta y comienza con su soliloquio. Siempre velozmente, aclara que, en general, trabaja por canje: con hoteles, aerolíneas, gimnasios, dentistas, casas de ropa. Incluso su auto, un Renault Mégane, lo canjeó “por arte”. Inocentemente, la pregunta es si el trueque lo hizo en una concesionaria. “Con el dueño de Renault directamente”, es la natural respuesta.
- Canjeo todo. Es una manera de corromper a la gente con el arte. Con el restaurante arreglé que me pagara la escultura con comida. Entonces voy a comer y se descuenta de la escultura.
Cuenta, como al pasar, que en su vida lleva ganadas diecisiete becas, la mayoría en Francia y EEUU, la primera a los 19 años. En esa oportunidad, con el dinero ganado, hizo folletos con la inscripción “Marta Minujín, la artista más famosa del mundo”, y los tiró por toda la calle Florida. Refiere también que construye sus obras a través de una Santa Trinidad: la Acumulación, el Corte y el Movimiento, y que la cabeza que está en el hall del Village Recoleta costó 80 mil dólares.
- Me la compraron. La galería ganó treinta y pico mil dólares, y hacerla me costó 16 mil.
-¿Los precios finales son así, siempre, un 200% del costo?
- Todo es costo; es brutal el costo. Con algunas pierdo mucha plata. Yo gano con las de yeso, y pierdo brutalmente con las de bronce. Pero la gente es tonta, y le gusta más el bronce que el yeso. Las de bronce las termino yo, pero las de yeso las hago yo. Quiero imponer el yeso no como material temporario, de paso, sino como material definitivo. Vendo ocho esculturas de yeso, hechas una por una, y ocho de bronce, hechas una por una. Mis esculturas son muy difíciles de fundir, porque tienen cara, ojos, pelo. Al serruchar el original, se puede romper el molde, y el molde cuesta seis mil dólares. Del fundido sale con “barba”, rebordes. Hay que lijarlo, soldarlo, y ahí tengo que ir a la fundición. Y eso es todo un costo adicional.
Se detiene de repente. Desde la nada, agrega:
- Bueno, basta, basta. No graben más. Vamos a casa que me tengo que cambiar. Después vamos a ir a una exposición en el Recoleta.
Mentirosa pop
La casa queda enfrente del bar, en un elegante primer piso con un balcón que da a la plazoleta. “Esta es una de las casas donde paro”, aclara sin que nadie le pida aclaraciones.
-¿Tu hija qué edad tiene?
-21.
-¿Y tu marido?
-58.
-¿Y vos?
Dice “56”; miente. Siempre miente con la edad. Alguna vez dijo haber nacido en 1941; otras en 1943. En otros casos, omite mencionar el año de su nacimiento. Lo que se puede ver del dúplex provoca una rara sensación: está vacío de muebles y atestado de esculturas. No hay decoración, a no ser las dispersas obras que funcionan como un anárquico ornamento de los ambientes.
-¿Me hacen un favor? Vayan a buscar el celular a la casa de reparaciones que está acá a la vuelta, sobre Santa Fe. Ah! Y si pueden, cambien esas lamparitas que están quemadas.
Lo de las lamparitas no se puede llevar a cabo debido a dificultades estructurales de la construcción edilicia, pero ante lo del teléfono, resulta imposible negarse al petitorio a causa de lo disparatado. De regreso, celular en mano, hay que contribuir un poco más con lo minujinesco: estampamos en una pared del departamento nuestros números telefónicos. La agenda, inmensa, ocupa dos paredes del dúplex.
- Bueno, vamos a la exposición - dice, luego de media hora de cambios en la que lo único que cambió fue la blusa que se esconde debajo del traje plateado.
Velocidad minujinesca
Subimos a un taxi. Apenas se cierra la tercera puerta, la voz de MM dice:
- Doble en la esquina. A velocidad minujinesca.
Todo el viaje, para el taxista, será una experiencia alucinógena, entre confusa y ficcional.
-¿Cómo se llama usted? - dirá él.
- Marta Minujín.
- De Marta me voy a acordar, así se llama mi hermana. ¿Y qué hace?
- Soy filoscultora. Yo inventé la esquizofrenia absurda.
Doblamos un par de veces y rodeamos una plaza. El barrio de Recoleta está gallardamente iluminado; no puede escapar a su esencia. En medio de resplandores, la pregunta a Minujín ahora es por qué nunca tomó al sexo como motivo artístico.
- Mi obra está en la idea, más allá del cuerpo. No hay racismo en las calaveras, no hay racismo en los esqueletos. Todos los esqueletos son blancos. No hay huesos negros ni rojos. Todos los huesos son blancos.
Las expresiones del taxista podrían definirse, rápidamente, como las de un tipo tomado por sorpresa.
- Hablo como una cotorra, ¿no? - acierta Minujín desde atrás.
Y se pone a dibujar una figura repetitiva en su obra: varias caras, uno y a la vez todos los rostros de un mismo individuo, la fisonomía completa y consecutiva del ser humano. La bosqueja en el vidrio de la ventanilla, con un fibra de secado rápido de color plateado.
- Quedó hermoso el dibujo - dice Minujín al bajar del taxi -. ¡Viva en arte! - le grita al tachero antes de cerrar la puerta.
Marta entre los juguetes
Un bazar del BA Design vive el microcataclismo que desata la irrupción de MM en cualquier lugar. Da mil vueltas para comprar una lata de gaseosa que finalmente no compra y conseguir un par de platos blancos para dibujarlos y ofrecérselos como obsequio a los reporteros. Finalmente, el espacio elegido para la consumación de la obra sobre una vajilla-soporte es el mostrador de una juguetería: difícil de describir la azorada expresión de las empleadas viendo a una mujer con sombrero irrumpir en el local, instalarse junto a la registradora, pedir un par de fibrones y dibujar un perfil de mujer en varias dimensiones. La idea de la silueta, la repetición del mismo diseño que quedara en el vidrio del taxi.
- Me divierto trabajando - dice Marta, antes de salir de la juguetería.
De allí al Centro Cultural Recoleta, a la exposición de la artista plástica Silvia Montes, esposa del Jefe de Gabinete nacional Chrystian Colombo. La muestra es una serie de instalaciones audiovisuales que tienen como temática el agua, sus rumores y sus coloraciones en rojo y en gris. Cuando la Dama del Pop hace ingreso, con su ambo plateado, el resto de las cosas pierden brillo. Ni el Jefe de Gabinete ni su esposa-expositora pueden detener el viraje en la atención que provoca la visita, una especie de eclipse que viene a confirmar una regla: MM es la popularidad en sí.
El número universal
- Ocho es el número universal. Por ejemplo, del David de Miguel Angel hay ocho. De Rodin, también, hay ocho Pensadores. Es por ley. Porque el artista tarda cinco años en hacer una escultura. No podés vivir de una sola escultura.
-¿Y por qué ocho y no doce?
- Ah, no sé, andá a preguntarle al que la inventó. Hay ocho. Puede haber miles, pero los otros son falsos.
-¿Y cómo se sabe si el falso?
- Hay una chica que agarró mis esculturas, tal cual, les sacó el molde y las reprodujo. La firma de Marta Minujín se la tapó. Está vendiendo como loca: barato, feo. Vende falsos Minujín. ¿Sabés cuál es la manera de detectarlos? Por el peso.
-¿Siempre componés en cantidad?
- La gente se cree que yo hago una sola escultura, siempre la misma. No es así. Yo no hago escultura. Caí con los griegos por un concepto filosófico, que es traer las cosas del pasado a esta época, fragmentado. Somos seres fragmentados. Porque los filósofos no hacían esculturas, expresaban ideas. El Pensamiento en Apolo, la Belleza en la Venus. No es la escultura por la escultura como es la contemporánea. A mí no me interesa la escultura: represento ideas.
Iluminismo tecnológico made in Korea
En el taller de Humberto I° hay montada una estructura que, a fuerza de parecer ya casi lista para su exposición, llama poderosamente la atención. Es un bastidor de alambre tejido que soporta cientos de tornasolados cristales de anteojos de sol.
-¿Cómo construiste esa escultura?
-Lo de los anteojos es una nueva técnica que hago, el Iluminismo tecnológico. Eso va colgado en la pared, afuera, y cambia sesenta veces de color.
-¿Y cuántos pares de anteojos compraste?
- No, me los regalaron. Eso surgió de unos coreanos que habían contrabandeado todo eso, y un día tocaron el timbre en mi casa y dijeron “señora Minujín, le traemos un regalo, pero no salga a la calle ahora, salga dentro de un rato”. Al rato salgo y, de acá hasta allá, estaba todo lleno de cajas de anteojos. Las guardé, y cuatro años después me surgió la idea y la empecé a hacer.
La teoría del pop
-Soy una artista pop.
-¿Y qué es el pop?
-Pop: cultura instantánea, la filosofía del devenir, pero desde el punto de vista de vertirse en. Es como diversión. Es decir, acá está todo analizado así: lo que la gente llama esculturas son construcciones que asemejan esculturas. La gente, cuando ve mis cosas, primero le da un golpe de impresión, de belleza, y se traslada; después se divierte. Eso es el pop: divertido. Porque ¿qué quiere decir la palabra divertido?: Vertirse en. Por ejemplo, vas por la 9 de Julio y ves el Obelisco inclinado... te descolocás, y ahí crecés.
-¿Y no te parece que el pop hoy tiene un concepto muy amplio?
-A mí me parece tan genio Einstein como el que inventó el chicle Bazooka: masticar y hacer un globo. Me parece espectacular. Sin embargo, no sabemos quién inventó el Bazooka. Yo hago cosas que hacen reír. Como Woddy Allen. La gente entra en una catedral y llora; también podés entrar a una catedral y reírte de tanta maravilla. Soy pop, siempre soy pop.
-¿Te gusta el caos como modo de la creación?
- No, soy desordenada que es distinto. En la vida. En el arte soy la persona más ordenada del mundo. Hay un orden en el arte.
Obra y vida
Marta Minujin estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes. A pesar de obtener excelentes calificaciones en dibujo, pintura y escultura, no se sintió conforme con lo que hacía. Estaba interesada en ser una artista de vanguardia y lo suyo no le parecía acorde a esa tendencia, por lo que abandonó sus estudios.
SOY POP
Hay cosas que ni siquiera pueden llegar a intuirse. Por ejemplo, pensar que es sencillo y corriente vivir un día en la vida de Marta Minujín. Una mujer con el pelo del color del chocolate blanco, marcada con sólo algunas arrugas por los años; descomunalmente vital. Una mujer que sale de su taller con una cartera de cuero negro y un reloj de pared, de material plástico, rojo azul y amarillo, con la cara del ratón Mickey estampada.
- Tengo que ir a mi casa - su voz tiene una velocidad incalculable -. Llámenme allá en media hora. Ella - señala a una mujer mayor - les va a mostrar el taller. Saquen todas las fotos que quieran. Voy a tomar un taxi.
Es sólo el comienzo. Para el coche izando el reloj con la cara de Mickey. Sube. Desaparece.
- Me vuelve loca, siempre pierde todo - argumenta María del Carmen, alias Maruca, una especie de hada guardiana de 82 años que vive en una propiedad contigua al atelier de MM, una inmensa casona centenaria ubicada en el barrio de San Cristóbal. Allí no hay un sólo ambiente en orden; el caos (quizá armónico para el artista) es notorio: Esculturas terminadas, partes de instalaciones ya exhibidas, el esqueleto de la Estatua de la Libertad que recubrió con frutillas. Obras monumentales.
“La artista más famosa del mundo”
Segunda posta, cuarenta y cinco minutos después. Bar Le Pont, Montevideo y Juncal. Una mesa para tres que por ahora son dos y una pregunta al mozo:
- Perdón, nosotros teníamos que encontrarnos con Marta Minujín...
- Ah, sí, dijo que ya viene.
A los quince minutos aparece la Gran Dama del Pop. Lleva un guante de látex en la mano izquierda y una bolsa plástica de supermercado en la derecha.
- Es por la artrosis - aclara, levantando el guante -. Y estas son reducciones de obras; las vendo en los bares, a 15 pesos cada una.
Víctima de su propia inquietud, le es imposible mantenerse inmóvil: va hasta el mostrador, se estira, flaca, zigzagueante, le dice al encargado:
- Las velas son arte efímero. Tomá, te dejo una de regalo.
Mientras la Dama del Pop está en la barra, una mujer de la mesa contigua pregunta:
-¿Esa es Marta? Está más flaca.
La voz de una señora mayor murmura una pregunta. La mujer responde:
- No, mamá, Marta, mi amiga, no. Esta es Marta Minujín, una artista plástica.
Cada vez es más fuerte y convincente la idea de que nadie la desconoce; que, aunque nunca la hayan visto en vivo y en directo, su imagen es más fuerte de lo que la misma experiencia impone.
Entonces MM vuelve a la mesa, siempre con el guante calzado en la mano. Trae un plato con palitos salados. Se sienta y comienza con su soliloquio. Siempre velozmente, aclara que, en general, trabaja por canje: con hoteles, aerolíneas, gimnasios, dentistas, casas de ropa. Incluso su auto, un Renault Mégane, lo canjeó “por arte”. Inocentemente, la pregunta es si el trueque lo hizo en una concesionaria. “Con el dueño de Renault directamente”, es la natural respuesta.
- Canjeo todo. Es una manera de corromper a la gente con el arte. Con el restaurante arreglé que me pagara la escultura con comida. Entonces voy a comer y se descuenta de la escultura.
Cuenta, como al pasar, que en su vida lleva ganadas diecisiete becas, la mayoría en Francia y EEUU, la primera a los 19 años. En esa oportunidad, con el dinero ganado, hizo folletos con la inscripción “Marta Minujín, la artista más famosa del mundo”, y los tiró por toda la calle Florida. Refiere también que construye sus obras a través de una Santa Trinidad: la Acumulación, el Corte y el Movimiento, y que la cabeza que está en el hall del Village Recoleta costó 80 mil dólares.
- Me la compraron. La galería ganó treinta y pico mil dólares, y hacerla me costó 16 mil.
-¿Los precios finales son así, siempre, un 200% del costo?
- Todo es costo; es brutal el costo. Con algunas pierdo mucha plata. Yo gano con las de yeso, y pierdo brutalmente con las de bronce. Pero la gente es tonta, y le gusta más el bronce que el yeso. Las de bronce las termino yo, pero las de yeso las hago yo. Quiero imponer el yeso no como material temporario, de paso, sino como material definitivo. Vendo ocho esculturas de yeso, hechas una por una, y ocho de bronce, hechas una por una. Mis esculturas son muy difíciles de fundir, porque tienen cara, ojos, pelo. Al serruchar el original, se puede romper el molde, y el molde cuesta seis mil dólares. Del fundido sale con “barba”, rebordes. Hay que lijarlo, soldarlo, y ahí tengo que ir a la fundición. Y eso es todo un costo adicional.
Se detiene de repente. Desde la nada, agrega:
- Bueno, basta, basta. No graben más. Vamos a casa que me tengo que cambiar. Después vamos a ir a una exposición en el Recoleta.
Mentirosa pop
La casa queda enfrente del bar, en un elegante primer piso con un balcón que da a la plazoleta. “Esta es una de las casas donde paro”, aclara sin que nadie le pida aclaraciones.
-¿Tu hija qué edad tiene?
-21.
-¿Y tu marido?
-58.
-¿Y vos?
Dice “56”; miente. Siempre miente con la edad. Alguna vez dijo haber nacido en 1941; otras en 1943. En otros casos, omite mencionar el año de su nacimiento. Lo que se puede ver del dúplex provoca una rara sensación: está vacío de muebles y atestado de esculturas. No hay decoración, a no ser las dispersas obras que funcionan como un anárquico ornamento de los ambientes.
-¿Me hacen un favor? Vayan a buscar el celular a la casa de reparaciones que está acá a la vuelta, sobre Santa Fe. Ah! Y si pueden, cambien esas lamparitas que están quemadas.
Lo de las lamparitas no se puede llevar a cabo debido a dificultades estructurales de la construcción edilicia, pero ante lo del teléfono, resulta imposible negarse al petitorio a causa de lo disparatado. De regreso, celular en mano, hay que contribuir un poco más con lo minujinesco: estampamos en una pared del departamento nuestros números telefónicos. La agenda, inmensa, ocupa dos paredes del dúplex.
- Bueno, vamos a la exposición - dice, luego de media hora de cambios en la que lo único que cambió fue la blusa que se esconde debajo del traje plateado.
Velocidad minujinesca
Subimos a un taxi. Apenas se cierra la tercera puerta, la voz de MM dice:
- Doble en la esquina. A velocidad minujinesca.
Todo el viaje, para el taxista, será una experiencia alucinógena, entre confusa y ficcional.
-¿Cómo se llama usted? - dirá él.
- Marta Minujín.
- De Marta me voy a acordar, así se llama mi hermana. ¿Y qué hace?
- Soy filoscultora. Yo inventé la esquizofrenia absurda.
Doblamos un par de veces y rodeamos una plaza. El barrio de Recoleta está gallardamente iluminado; no puede escapar a su esencia. En medio de resplandores, la pregunta a Minujín ahora es por qué nunca tomó al sexo como motivo artístico.
- Mi obra está en la idea, más allá del cuerpo. No hay racismo en las calaveras, no hay racismo en los esqueletos. Todos los esqueletos son blancos. No hay huesos negros ni rojos. Todos los huesos son blancos.
Las expresiones del taxista podrían definirse, rápidamente, como las de un tipo tomado por sorpresa.
- Hablo como una cotorra, ¿no? - acierta Minujín desde atrás.
Y se pone a dibujar una figura repetitiva en su obra: varias caras, uno y a la vez todos los rostros de un mismo individuo, la fisonomía completa y consecutiva del ser humano. La bosqueja en el vidrio de la ventanilla, con un fibra de secado rápido de color plateado.
- Quedó hermoso el dibujo - dice Minujín al bajar del taxi -. ¡Viva en arte! - le grita al tachero antes de cerrar la puerta.
Marta entre los juguetes
Un bazar del BA Design vive el microcataclismo que desata la irrupción de MM en cualquier lugar. Da mil vueltas para comprar una lata de gaseosa que finalmente no compra y conseguir un par de platos blancos para dibujarlos y ofrecérselos como obsequio a los reporteros. Finalmente, el espacio elegido para la consumación de la obra sobre una vajilla-soporte es el mostrador de una juguetería: difícil de describir la azorada expresión de las empleadas viendo a una mujer con sombrero irrumpir en el local, instalarse junto a la registradora, pedir un par de fibrones y dibujar un perfil de mujer en varias dimensiones. La idea de la silueta, la repetición del mismo diseño que quedara en el vidrio del taxi.
- Me divierto trabajando - dice Marta, antes de salir de la juguetería.
De allí al Centro Cultural Recoleta, a la exposición de la artista plástica Silvia Montes, esposa del Jefe de Gabinete nacional Chrystian Colombo. La muestra es una serie de instalaciones audiovisuales que tienen como temática el agua, sus rumores y sus coloraciones en rojo y en gris. Cuando la Dama del Pop hace ingreso, con su ambo plateado, el resto de las cosas pierden brillo. Ni el Jefe de Gabinete ni su esposa-expositora pueden detener el viraje en la atención que provoca la visita, una especie de eclipse que viene a confirmar una regla: MM es la popularidad en sí.
El número universal
- Ocho es el número universal. Por ejemplo, del David de Miguel Angel hay ocho. De Rodin, también, hay ocho Pensadores. Es por ley. Porque el artista tarda cinco años en hacer una escultura. No podés vivir de una sola escultura.
-¿Y por qué ocho y no doce?
- Ah, no sé, andá a preguntarle al que la inventó. Hay ocho. Puede haber miles, pero los otros son falsos.
-¿Y cómo se sabe si el falso?
- Hay una chica que agarró mis esculturas, tal cual, les sacó el molde y las reprodujo. La firma de Marta Minujín se la tapó. Está vendiendo como loca: barato, feo. Vende falsos Minujín. ¿Sabés cuál es la manera de detectarlos? Por el peso.
-¿Siempre componés en cantidad?
- La gente se cree que yo hago una sola escultura, siempre la misma. No es así. Yo no hago escultura. Caí con los griegos por un concepto filosófico, que es traer las cosas del pasado a esta época, fragmentado. Somos seres fragmentados. Porque los filósofos no hacían esculturas, expresaban ideas. El Pensamiento en Apolo, la Belleza en la Venus. No es la escultura por la escultura como es la contemporánea. A mí no me interesa la escultura: represento ideas.
Iluminismo tecnológico made in Korea
En el taller de Humberto I° hay montada una estructura que, a fuerza de parecer ya casi lista para su exposición, llama poderosamente la atención. Es un bastidor de alambre tejido que soporta cientos de tornasolados cristales de anteojos de sol.
-¿Cómo construiste esa escultura?
-Lo de los anteojos es una nueva técnica que hago, el Iluminismo tecnológico. Eso va colgado en la pared, afuera, y cambia sesenta veces de color.
-¿Y cuántos pares de anteojos compraste?
- No, me los regalaron. Eso surgió de unos coreanos que habían contrabandeado todo eso, y un día tocaron el timbre en mi casa y dijeron “señora Minujín, le traemos un regalo, pero no salga a la calle ahora, salga dentro de un rato”. Al rato salgo y, de acá hasta allá, estaba todo lleno de cajas de anteojos. Las guardé, y cuatro años después me surgió la idea y la empecé a hacer.
La teoría del pop
-Soy una artista pop.
-¿Y qué es el pop?
-Pop: cultura instantánea, la filosofía del devenir, pero desde el punto de vista de vertirse en. Es como diversión. Es decir, acá está todo analizado así: lo que la gente llama esculturas son construcciones que asemejan esculturas. La gente, cuando ve mis cosas, primero le da un golpe de impresión, de belleza, y se traslada; después se divierte. Eso es el pop: divertido. Porque ¿qué quiere decir la palabra divertido?: Vertirse en. Por ejemplo, vas por la 9 de Julio y ves el Obelisco inclinado... te descolocás, y ahí crecés.
-¿Y no te parece que el pop hoy tiene un concepto muy amplio?
-A mí me parece tan genio Einstein como el que inventó el chicle Bazooka: masticar y hacer un globo. Me parece espectacular. Sin embargo, no sabemos quién inventó el Bazooka. Yo hago cosas que hacen reír. Como Woddy Allen. La gente entra en una catedral y llora; también podés entrar a una catedral y reírte de tanta maravilla. Soy pop, siempre soy pop.
-¿Te gusta el caos como modo de la creación?
- No, soy desordenada que es distinto. En la vida. En el arte soy la persona más ordenada del mundo. Hay un orden en el arte.
Obra y vida
Marta Minujin estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes. A pesar de obtener excelentes calificaciones en dibujo, pintura y escultura, no se sintió conforme con lo que hacía. Estaba interesada en ser una artista de vanguardia y lo suyo no le parecía acorde a esa tendencia, por lo que abandonó sus estudios.
Un día, mientras pintaba un cuadro para el que necesitaba mucha carga matérica, decidió pegar sobre la tela una parte del colchón de su cama: eso le pareció una veta original y decidió explorarla. Sus primeras obras con colchones se expusieron en la Galería Lirolay, donde la descubrió Jorge Romero Brest.
En 1961 ganó una beca y se fue a estudiar a París. Allí se vinculó con artistas del Nouveau Realisme, informalistas y de otras orientaciones (como Niki de Saint-Phalle, Jean Tinguely, Christo, Lourdes Castro y Robert Rauschenberg). Al año siguiente comenzó sus estructuras habitables cubiertas de colchones – realizadas con colchones encontrados entre los desechos de los hospitales parisinos - y sus primeras performances. Paralelamente, adscribió a las teorías de la “muerte del arte”, evitando el mercado y los museos, realizando obras efímeras y destruyendo su obra plástica anterior. Dentro de este pensamiento se inserta La Destrucción, su primer happening realizado en 1963. Para esta obra, Minujin reunió todas sus piezas elaboradas con colchones, e invitó a un grupo de artistas a “destruirlas” creando una obra propia sobre ellas. Posteriormente, un verdugo las destrozó con un hacha y Minujin las quemó, mientras liberaba 500 pájaros y 100 conejos entre los participantes. La artista desarrolló esta vía del happening (basada en acciones simultáneas y en situaciones “fuera de control”, con gran participación y apuesta a la creatividad del público), en otros eventos similares realizados poco después, como Suceso Plástico (1965), un aquelarre de motociclistas, musculosos, mujeres gordas, parejas de novios atados, pollos, lechuga y harina que tuvo lugar en Montevideo (obra por la cual Marta Minujin no pudo volver a ingresar a Uruguay por varios años) y Happening, del mismo año, ejecutada en el programa “La Campana de Cristal” que se emitía por el Canal 7 de televisión. Con Revuélquese y Viva (1964), una construcción habitable cubierta de colchones multicolores que invitaba al público a desplegar sus capacidades lúdicas, ganó el Premio Nacional del Instituto Torcuato Di Tella.
Pero Marta Minujin se hizo famosa cuando al año siguiente compuso, junto a Rubén Santantonín, La Menesunda, una ambientación transitable que proponía al espectador experimentar una variedad de sensaciones a lo largo de un recorrido de 16 zonas. Pocos meses después realizó El Batacazo (1965), otra ambientación transitable de menores dimensiones, que repitió al año siguiente en los Estados Unidos.
En 1966 ganó la Beca Guggenheim y se trasladó a New York. Allí su obra se volcó hacia los medios de comunicación y su implicancia en la modificación del entorno sensorial de los individuos, inspirada en las teorías de Marshall McLuhan. En esta línea realizó Simultaneidad en Simultaneidad (1966), en la que echó mano de todos los medios a su disposición para crear una invasión mediática instantánea; Circuit (1967), obra similar realizada en Canadá; Minuphone (1967), una cabina de teléfono que reaccionaba a los números discados, exhibida en la Howard Wise Gallery de New York, y Minucode (1968), ambientación fílmica expuesta en esta última ciudad.
De regreso en Buenos Aires, La Academia del Fracaso (1975) y Comunicando con Tierra (1976) son sus realizaciones más destacadas de este período. Poco después, inició su “arte agrícola de acción”, obras de carácter ecológico en las que combinaba el arte con la naturaleza: Repollos (1977), en el Museo de Arte Contemporáneo de San Pablo, Toronjas (1977), en el Museo de Ciencias y Artes de la Universidad de México y Oranges (1979), en el CAYC.
Por esa misma época comenzaron sus monumentales obras consumibles, que se inauguraron con El Obelisco de Pan Dulce (1978), continuaron con La Torre de James Joyce en Pan (1980) -realizada en Irlanda- y se prolongaron en una progresión de figuras simbólicas recubiertas con diferentes alimentos (Venus de Milo de queso, Estatua de la Libertad de frutillas, el Minotauro de cerezas). Paralelamente, Minujín desarrolló una serie de “deconstrucciones de mitos” en obras como El Nido de Hornero Gigante (1976) -una parte de Comunicando con Tierra- El Obelisco Acostado (1978), presentada en la ciudad de San Pablo y Carlos Gardel de Fuego (1981), realizada para la Bienal de Medellín.
Estas obras que conjugan la historia, sus símbolos y uno de los principales baluartes de la sociedad contemporánea -el consumo- desembocaron en un grandioso Partenón de Libros (1983), réplica del monumento de Atenas recubierta con libros prohibidos durante la dictadura militar, realizada en homenaje a la cultura y a la democracia.
Tras largos años de obras efímeras y de rechazar a las instituciones artísticas, Marta Minujin regresó a la escultura, siguiendo la tendencia a la recuperación de las artes tradicionales que se produce durante la década del '80. Sus obras son estudios sobre el arte clásico desde una mirada contemporánea, que inserta a la tradición en la problemática de la posmodernidad.
No obstante, continúa con sus eventos, ambientaciones y performances. En 1985, Minujin pagó la deuda externa argentina al artista norteamericano Andy Warhol con mazorcas de maíz, el “oro americano”, en una acción simbólica realizada en New York. Para los festejos del Quinto Centenario, intentó saldar el descubrimiento de América pagándole a la Reina Sofía con la misma moneda, pero razones protocolares le impidieron hacerlo. Cuatro años más tarde, intentó resolver el conflicto de Malvinas, pagando con mazorcas a una doble de Margaret Thatcher.
Su última muestra la llevó adelante en julio en Buenos Aires: el “Reality Art Show”, laberinto por el que los visitantes paseaban “espiando” a la artista que, mientras ellos miraban, trabajaba en sus obras.
En 1961 ganó una beca y se fue a estudiar a París. Allí se vinculó con artistas del Nouveau Realisme, informalistas y de otras orientaciones (como Niki de Saint-Phalle, Jean Tinguely, Christo, Lourdes Castro y Robert Rauschenberg). Al año siguiente comenzó sus estructuras habitables cubiertas de colchones – realizadas con colchones encontrados entre los desechos de los hospitales parisinos - y sus primeras performances. Paralelamente, adscribió a las teorías de la “muerte del arte”, evitando el mercado y los museos, realizando obras efímeras y destruyendo su obra plástica anterior. Dentro de este pensamiento se inserta La Destrucción, su primer happening realizado en 1963. Para esta obra, Minujin reunió todas sus piezas elaboradas con colchones, e invitó a un grupo de artistas a “destruirlas” creando una obra propia sobre ellas. Posteriormente, un verdugo las destrozó con un hacha y Minujin las quemó, mientras liberaba 500 pájaros y 100 conejos entre los participantes. La artista desarrolló esta vía del happening (basada en acciones simultáneas y en situaciones “fuera de control”, con gran participación y apuesta a la creatividad del público), en otros eventos similares realizados poco después, como Suceso Plástico (1965), un aquelarre de motociclistas, musculosos, mujeres gordas, parejas de novios atados, pollos, lechuga y harina que tuvo lugar en Montevideo (obra por la cual Marta Minujin no pudo volver a ingresar a Uruguay por varios años) y Happening, del mismo año, ejecutada en el programa “La Campana de Cristal” que se emitía por el Canal 7 de televisión. Con Revuélquese y Viva (1964), una construcción habitable cubierta de colchones multicolores que invitaba al público a desplegar sus capacidades lúdicas, ganó el Premio Nacional del Instituto Torcuato Di Tella.
Pero Marta Minujin se hizo famosa cuando al año siguiente compuso, junto a Rubén Santantonín, La Menesunda, una ambientación transitable que proponía al espectador experimentar una variedad de sensaciones a lo largo de un recorrido de 16 zonas. Pocos meses después realizó El Batacazo (1965), otra ambientación transitable de menores dimensiones, que repitió al año siguiente en los Estados Unidos.
En 1966 ganó la Beca Guggenheim y se trasladó a New York. Allí su obra se volcó hacia los medios de comunicación y su implicancia en la modificación del entorno sensorial de los individuos, inspirada en las teorías de Marshall McLuhan. En esta línea realizó Simultaneidad en Simultaneidad (1966), en la que echó mano de todos los medios a su disposición para crear una invasión mediática instantánea; Circuit (1967), obra similar realizada en Canadá; Minuphone (1967), una cabina de teléfono que reaccionaba a los números discados, exhibida en la Howard Wise Gallery de New York, y Minucode (1968), ambientación fílmica expuesta en esta última ciudad.
De regreso en Buenos Aires, La Academia del Fracaso (1975) y Comunicando con Tierra (1976) son sus realizaciones más destacadas de este período. Poco después, inició su “arte agrícola de acción”, obras de carácter ecológico en las que combinaba el arte con la naturaleza: Repollos (1977), en el Museo de Arte Contemporáneo de San Pablo, Toronjas (1977), en el Museo de Ciencias y Artes de la Universidad de México y Oranges (1979), en el CAYC.
Por esa misma época comenzaron sus monumentales obras consumibles, que se inauguraron con El Obelisco de Pan Dulce (1978), continuaron con La Torre de James Joyce en Pan (1980) -realizada en Irlanda- y se prolongaron en una progresión de figuras simbólicas recubiertas con diferentes alimentos (Venus de Milo de queso, Estatua de la Libertad de frutillas, el Minotauro de cerezas). Paralelamente, Minujín desarrolló una serie de “deconstrucciones de mitos” en obras como El Nido de Hornero Gigante (1976) -una parte de Comunicando con Tierra- El Obelisco Acostado (1978), presentada en la ciudad de San Pablo y Carlos Gardel de Fuego (1981), realizada para la Bienal de Medellín.
Estas obras que conjugan la historia, sus símbolos y uno de los principales baluartes de la sociedad contemporánea -el consumo- desembocaron en un grandioso Partenón de Libros (1983), réplica del monumento de Atenas recubierta con libros prohibidos durante la dictadura militar, realizada en homenaje a la cultura y a la democracia.
Tras largos años de obras efímeras y de rechazar a las instituciones artísticas, Marta Minujin regresó a la escultura, siguiendo la tendencia a la recuperación de las artes tradicionales que se produce durante la década del '80. Sus obras son estudios sobre el arte clásico desde una mirada contemporánea, que inserta a la tradición en la problemática de la posmodernidad.
No obstante, continúa con sus eventos, ambientaciones y performances. En 1985, Minujin pagó la deuda externa argentina al artista norteamericano Andy Warhol con mazorcas de maíz, el “oro americano”, en una acción simbólica realizada en New York. Para los festejos del Quinto Centenario, intentó saldar el descubrimiento de América pagándole a la Reina Sofía con la misma moneda, pero razones protocolares le impidieron hacerlo. Cuatro años más tarde, intentó resolver el conflicto de Malvinas, pagando con mazorcas a una doble de Margaret Thatcher.
Su última muestra la llevó adelante en julio en Buenos Aires: el “Reality Art Show”, laberinto por el que los visitantes paseaban “espiando” a la artista que, mientras ellos miraban, trabajaba en sus obras.
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