(Entrevista hecha en 2000, cuando Estelares todavía no comercializaban Ardimos)
El tipo de la mesa de al lado
El tipo que se sienta en una mesa y pide un café cortado tiene 34 años, nació en Junín, provincia de Buenos Aires, residió unos años en Capital Federal y vive ahora en La Plata. Tiene una muy buena relación con sus padres, “personas sumamente inteligentes y afectivas” de los que se considera amigo. Utiliza expresiones como “sensación de desierto”, “tristeza congénita” u “horizonte diáfano”. Habla mucho de sus ex mujeres; quizás por eso escribe y compone canciones de amor (“de desamor, Manu, de desamor”).
Suele decir cosas como “Ya no me verás caer / si me acostumbré a esta vida / vi la ruta del invierno y el frío de abril / y conseguí un piano, un abrigo y un souvenir. / Cultivé tantas rosas / que alguna me tuvo que herir” en canciones como Frescos como uvas, que, junto a Extraño lugar, hablan de la huida, muchas veces el motivo de un viaje. O “Suena el timbre otra vez / quién será esta vez / voy a la puerta y desahuciado / su fantasma vuelvo a ver (...) Y si eso es lo que te pasa / yo ya me mudé de casa”. Algo que tiene que ver con Calamaro.
Licuados Corazones fue su primera banda. Trabajó en un bar, que se llamaba El Taller, al que iban algunos Virus y gente que conocía a los Virus, y algunos Redondos y gente que conocía a los Redondos.
El tipo que se sienta en una mesa y toma un café cortado con tres sobres de azúcar se llama Manuel Moretti, y es conocido, más que nada, por ser cantante y compositor de Estelares.
Cine, TV, Letras
Dice que le gusta mucho el cine clásico de Hollywood, directores como Casavette, De Palma, Minelli, Coppola, Scorsese. Habla mucho de ellos, amándolos con las palabras.
- Me gusta leer también, pero son como épocas. Aunque, últimamente, estoy más teleadicto. A veces para colgarme. El año pasado escribí una canción: “Estoy adicto a la televisión / estoy adicto a nada que hacer / sólo mirar el techo y esperar / y ver el mundo al revés”. (1)
Dice que no le interesa la política ni la economía, que todo suele ser un comecoco. Que suele renegarse mucho con el mundo.
- A veces es fatal, es triste. Los asesinos están digitando nuestros días. La muerte está institucionalizada. Un continente entero se muere de hambre. Y nos parece que así es normal.
Invita un cigarrillo. Toma el café. Pide un vaso de agua.
- El tiempo actual me gusta mucho más que el anterior - continúa Moretti -. Y además me siento más vivo, sano y a salvo; como más joven. Dentro de diez años me imagino tocando el piano y grabando en mi estudio. Y dentro de veinte, me veo escribiendo libros. O por ahí un poco antes. Yo creo que antes. (2)
Mientras habla su vista hace vaivenes entre el interior del bar y la ventana que da a Calle 1. Un par de ojos marrones se esconden tras unos anteojos de grueso marco negro, recóndito tras los cabellos que caen ondulados.
- A esta altura el camino es agradablemente largo. La sensación que tengo es esa. Los encuentros reales son bastante difíciles. Todo es un gran desierto. Vas caminando y decís “tengo fiebre, tengo fiebre”. El viento sopla para que todo se rompa en estos lugares. Yo a todo eso no lo veo como metafísica. Lo siento como caminos que te tocan curtir, y a veces... a veces suenan sirenas. Y un día, después de ese viaje, te levantás una mañana y ves el horizonte diáfano, el amanecer rojizo, y decís: “Es increíble, mirá el resultado que dio”.
Un mundo interestelar
Ante la pregunta, Manuel cuenta que empezó a hacer terapia psicoanalítica por una historia de amor. Y porque venía “de planear mucho, de andar en un viaje lisérgico, de consumir cualquier cantidad de cosas”.
- Venía de Venus, de Júpiter, Alaska. Estuvo bueno meterme en terapia. Al principio fue gracioso, porque no creía nada, fue como que estuve un tiempo en duda.
Al escucharlo, uno parece estar leyendo El Perseguidor de Cortázar, apenas un Charlie Parker menos corroído, menos desconcertado.
- Yo siento que ya fui el más malo, y que no puedo volver a serlo porque no me sale, aunque a veces tenga ganas de saltar al vacío. Pero tengo la sensación de que el vacío forma parte de mí. Ya no puedo volver a saltar, no porque me dé miedo, sino porque ya está, porque lo llevo adentro. Al igual que la dicha.
Entre los viajes por el espacio sideral de Júpiter y Venus y esa mezcla de panorama con alucinación de los escritores de los que habla Moretti, parece verse justificado el nombre de la banda.
- Los escritores que me encantan son lo que, en algún momento, siento que la cosmovisión que están narrando me cierra. Un libro que leí, El corazón de las tinieblas, de Conrad, hay partes que me parecieron increíbles: nadie conoce el autentico corazón de las tinieblas, y yo que volví de allá. ¿Alguien conoce la nada total, el silencio de la nada?
El tipo que se sienta en una mesa y pide un café cortado tiene 34 años, nació en Junín, provincia de Buenos Aires, residió unos años en Capital Federal y vive ahora en La Plata. Tiene una muy buena relación con sus padres, “personas sumamente inteligentes y afectivas” de los que se considera amigo. Utiliza expresiones como “sensación de desierto”, “tristeza congénita” u “horizonte diáfano”. Habla mucho de sus ex mujeres; quizás por eso escribe y compone canciones de amor (“de desamor, Manu, de desamor”).
Suele decir cosas como “Ya no me verás caer / si me acostumbré a esta vida / vi la ruta del invierno y el frío de abril / y conseguí un piano, un abrigo y un souvenir. / Cultivé tantas rosas / que alguna me tuvo que herir” en canciones como Frescos como uvas, que, junto a Extraño lugar, hablan de la huida, muchas veces el motivo de un viaje. O “Suena el timbre otra vez / quién será esta vez / voy a la puerta y desahuciado / su fantasma vuelvo a ver (...) Y si eso es lo que te pasa / yo ya me mudé de casa”. Algo que tiene que ver con Calamaro.
Licuados Corazones fue su primera banda. Trabajó en un bar, que se llamaba El Taller, al que iban algunos Virus y gente que conocía a los Virus, y algunos Redondos y gente que conocía a los Redondos.
El tipo que se sienta en una mesa y toma un café cortado con tres sobres de azúcar se llama Manuel Moretti, y es conocido, más que nada, por ser cantante y compositor de Estelares.
Cine, TV, Letras
Dice que le gusta mucho el cine clásico de Hollywood, directores como Casavette, De Palma, Minelli, Coppola, Scorsese. Habla mucho de ellos, amándolos con las palabras.
- Me gusta leer también, pero son como épocas. Aunque, últimamente, estoy más teleadicto. A veces para colgarme. El año pasado escribí una canción: “Estoy adicto a la televisión / estoy adicto a nada que hacer / sólo mirar el techo y esperar / y ver el mundo al revés”. (1)
Dice que no le interesa la política ni la economía, que todo suele ser un comecoco. Que suele renegarse mucho con el mundo.
- A veces es fatal, es triste. Los asesinos están digitando nuestros días. La muerte está institucionalizada. Un continente entero se muere de hambre. Y nos parece que así es normal.
Invita un cigarrillo. Toma el café. Pide un vaso de agua.
- El tiempo actual me gusta mucho más que el anterior - continúa Moretti -. Y además me siento más vivo, sano y a salvo; como más joven. Dentro de diez años me imagino tocando el piano y grabando en mi estudio. Y dentro de veinte, me veo escribiendo libros. O por ahí un poco antes. Yo creo que antes. (2)
Mientras habla su vista hace vaivenes entre el interior del bar y la ventana que da a Calle 1. Un par de ojos marrones se esconden tras unos anteojos de grueso marco negro, recóndito tras los cabellos que caen ondulados.
- A esta altura el camino es agradablemente largo. La sensación que tengo es esa. Los encuentros reales son bastante difíciles. Todo es un gran desierto. Vas caminando y decís “tengo fiebre, tengo fiebre”. El viento sopla para que todo se rompa en estos lugares. Yo a todo eso no lo veo como metafísica. Lo siento como caminos que te tocan curtir, y a veces... a veces suenan sirenas. Y un día, después de ese viaje, te levantás una mañana y ves el horizonte diáfano, el amanecer rojizo, y decís: “Es increíble, mirá el resultado que dio”.
Un mundo interestelar
Ante la pregunta, Manuel cuenta que empezó a hacer terapia psicoanalítica por una historia de amor. Y porque venía “de planear mucho, de andar en un viaje lisérgico, de consumir cualquier cantidad de cosas”.
- Venía de Venus, de Júpiter, Alaska. Estuvo bueno meterme en terapia. Al principio fue gracioso, porque no creía nada, fue como que estuve un tiempo en duda.
Al escucharlo, uno parece estar leyendo El Perseguidor de Cortázar, apenas un Charlie Parker menos corroído, menos desconcertado.
- Yo siento que ya fui el más malo, y que no puedo volver a serlo porque no me sale, aunque a veces tenga ganas de saltar al vacío. Pero tengo la sensación de que el vacío forma parte de mí. Ya no puedo volver a saltar, no porque me dé miedo, sino porque ya está, porque lo llevo adentro. Al igual que la dicha.
Entre los viajes por el espacio sideral de Júpiter y Venus y esa mezcla de panorama con alucinación de los escritores de los que habla Moretti, parece verse justificado el nombre de la banda.
- Los escritores que me encantan son lo que, en algún momento, siento que la cosmovisión que están narrando me cierra. Un libro que leí, El corazón de las tinieblas, de Conrad, hay partes que me parecieron increíbles: nadie conoce el autentico corazón de las tinieblas, y yo que volví de allá. ¿Alguien conoce la nada total, el silencio de la nada?
1 comentario:
La entrevista es simplemente hermosa. Saludos atemporales y buona fortuna. Siempre!
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